Nico y Massimo Messina son los herederos del Cártel de Sinaloa y todos los ojos están sobre ellos; los de su familia, sus socios comerciales y sus enemigos. No pueden cometer errores, menos ahora que de ellos depende el negocio familiar.
¿Qué pasaría si dejaran que sus corazones nublen su razón? ¿Qué pasaría si cedieran su control por alguien a quien aman?
Acompáñame a descubrirlos juntos.
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Mal sueño
Vanity
Dejo a Georgie en la cama, rodeado de almohadas, para evitar que caiga al suelo si despierta, y me dirijo a la cocina con una misión; debo hacerle de comer a mi pequeño.
Tomo unas mantas que hay dobladas en el suelo y las dejo sobre uno de los taburetes.
Abro el refrigerador en busca de frutas o de algo que pueda darle a Georgie, pero lo cierro cuando no encuentro nada más que tocino, huevos y cervezas.
–Mierda –mascullo.
–No sabía que las modelos decían mierda.
Lanzo un grito cuando la voz a mi espalda me asusta. –Mierda.
–Y lo repites –dice antes de dejar una docena de bolsas sobre la isla–. Espero haber comprado lo más urgente.
Miro el contenido y sonrío. Podré hacerle un buen desayuno a mi pequeño hombrecito.
–No te hice la lista.
–Llamé a Pequitas y ella me dio algunas ideas. Me quedan cosas en la camioneta –dice antes de salir.
Voy vaciando el contenido de las bolsas mientras una sonrisa rompe mi rostro en dos. Tendremos comida suficiente por al menos un par de semanas.
Nico vuelve con una docena más de bolsas, las deja sobre la isla y vuelve a salir nuevamente.
Supongo que tendremos comida por más tiempo.
Cuando vuelve a entrar lo hace con dos cajas que parecen pesadas.
–Según Pequitas esta silla de auto es la más segura –dice mientras las deja en el suelo–. Y creo que esta cuna también está bien.
Muerdo mi labio. –Gracias. Juro que te devolveré todo cuando pueda recuperar mi dinero –digo y no puedo evitar dar saltitos de felicidad–. Gracia a ti mi pequeño estará bien.
–No me agradezcas, solo no me vuelvas a dejar a su cuidado –pide con una sonrisa que ilumina su mirada y que hace algo agradable con mi estómago–. Fue estresante para el pequeño demonio y para mí.
–Se llama Georgie –digo con una sonrisa antes de arrodillarme a su lado para ayudarlo a abrir las cajas. Mis ojos van a los enormes ventanales y ahogo un jadeo cuando veo la cajuela de su camioneta llena de bolsas y enormes cajas.
–¿Hay más?
Vuelve a sonreír y esta vez puedo ver cómo se forman dos perfectos hoyuelos en sus mejillas. –Pequitas me mandó una lista enorme.
Me levanto de un salto y corro hacia la camioneta y hago un pequeño baile cuando veo una silla para comer y varios juguetes, además de ropa.
–Pequitas me dijo que comprara la ropa talla doce meses y de dieciocho. Y también te compré ropa, espero que te quede. Si no lo hace podemos ir al pueblo, pero quiero arriesgarte lo menos posible.
Me lanzo a sus brazos y puedo sentir su incomodidad, pero no me importa. Hace años que no me sentía tan agradecida con alguien, además de Mauro, por supuesto, que me guio a este lugar.
Todo este tiempo viviendo con George me hizo olvidar que todavía queda bondad en las personas, incluso en alguien tan arisco como Nico.
–Gracias, Nico.
Sus enormes manos toman mis brazos y me alejan, todavía incómodo.
–Deberías agradecerle a Pequitas.
–Lo haré apenas tenga la oportunidad. Pero ella no fue quien fue al pueblo y compró todo esto –digo emocionada–. Déjame ayudarte –le pido tomando su mano–. Déjame ayudarte a construir esto –agrego mirando a mi alrededor–. Es lo menos que puedo hacer. Además, no soy tan débil como parezco. En el gimnasio podía levantar más que mi propio peso –admito con orgullo.
Sus ojos grises recorren mi cuerpo a conciencia, deteniéndose en mi cintura y en mis piernas.
–No lo creo –dice.
–¿No te gusta lo que ves? –pregunto ofendida.
–Depende para qué –devuelve con una sonrisa.
Golpeo su brazo. –Estoy hablando en serio.
–Supongo que podría probarte –susurra sin dejar de sonreír.
–Seguimos hablando de la construcción, ¿verdad? –pregunto mientras me volteo y camino de vuelta a la casa, recordando mis años por las pasarelas.
Es bueno poder volver a sonreír. Es bueno poder coquetear de forma inocente sin miedo a ser golpeada.
Es bueno volver a ser yo.
Saco la fruta de las bolsas y lavo un plátano y una manzana; las frutas favoritas de Georgie.
Nico sigue entrando las cosas cuando lo escuchamos llorar.
–Tenemos un trato, ¿recuerdas? –dice antes de volver a salir.
Lavo mis manos y voy a por mi bebé, quién está llorando mientras trata de pasar sobre las almohadas.
Lo tomo en brazos y suspira contra mi pecho.
–Papi –dice entre hipidos.
–¿Tuviste un mal sueño, cariño? –pregunto mientras toco su frente para descartar que tenga fiebre.
Muerde su pulgar y vuelve a recostar su mejilla contra mi cuello, todavía temblando.
Mi corazón se parte en dos al verlo así. Solo espero que con los años consiga olvidar todos los malos recuerdos.
–Estamos a salvo –le recuerdo mientras camino a la cocina–. Estamos a salvo. Nadie te lastimará jamás.
–¿Mal sueño? –pregunta Nico cuando me ve con él.
–Eso creo.
Georgie mira a Nico y le sonríe, olvidando su malestar. Estira sus brazos hacia él y comienza a farfullar palabras inentendibles.
–Olvídalo, pequeño demonio. Te cagaste en mi auto y luego lanzaste un eructo en mi cara. Yo no olvido –le dice antes de ignorarlo y ponerse a armar la cuna.
–Mami –solloza y sigue estirando sus manitos hacia Nico, quien sigue ignorándolo–. Mami –insiste.
–Nico, por favor –le ruego cuando los ojos oscuros de mi pequeño se llenan de lágrimas.
Nico suspira antes de ponerse de pie y tomar a Georgie.
–No te hagas ilusiones, pequeño demonio. Me ayudarás –dice y lo deja sentado en el suelo al lado de las cajas que está abriendo.
Veo a Georgie mirando con fascinación cada movimiento de Nico.
–Toma, demonio –dice Nico entregándole un envoltorio lleno de burbujas, que mi pequeño se apresura a llevarse a la boca.
–Mierda, no –masculla Nico mientras trata de quitársela.
–Meda, meda.
Los ojos de Nico se disparan hacia los míos. –No es mi culpa.
–Yo creo que sí –devuelvo tratando de lucir molesta.
–Meda. Meda –repite Georgie con una enorme sonrisa antes de volver a meter el plástico en su boca.
–Dame eso, pequeño demonio –regaña mientras ambos tiran del plástico de burbujas.
Suspiro agradecida. No le tomará mucho tiempo a mi pequeño olvidar a su padre.
Espero que él también pueda olvidar que existimos y que nos deje vivir en paz.
que hermoso capítulo