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La Rebelde Y El Rey De La Mafia

La Rebelde Y El Rey De La Mafia

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mafia / Completas
Popularitas:240
Nilai: 5
nombre de autor: ysa syllva

Júlia, una joven de 19 años, ve su vida darse vuelta por completo cuando recibe una propuesta inesperada: casarse con Edward Salvatore, el mafioso más peligroso del país.
¿A cambio de qué? La salvación del único miembro de su familia: su abuelo.

NovelToon tiene autorización de ysa syllva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 11

La puerta de la mansión se cerró de golpe cuando Júlia entró, el tacón resonando por el mármol.

Edward venía justo detrás, los pasos lentos, calculados.

Frío. Como siempre.

Ella giró sobre los talones, el rostro en llamas de indignación.

—¿Quién diablos te crees que eres para usarme de esa manera?

—Cuidado con el tono —respondió él sin levantar la voz, quitándose la chaqueta con calma.

—¡Vete al infierno con tu tono! —gritó ella—. Me llevaste allá para ser humillada, para ser señalada como un error. ¿Y qué hiciste? ¡Echaste leña al fuego!

—Y ellos retrocedieron —dijo Edward, finalmente mirándola—. Funcionó.

—¡Ah, genial! ¡Felicidades, Edward Salvatore, el gran estratega! Ganaste otra ronda en este juego sucio. ¿Pero sabes qué? No soy una pieza en tu tablero.

—¿No? —Él caminó hacia ella lentamente, impasible—. Entonces, ¿qué eres, Júlia?

Ella resopló, acercándose, el dedo casi tocando el pecho de él.

—¡Soy una persona! ¡Una mujer que compraste con un contrato asqueroso y ahora exhibes como si fuera tu trofeo de guerra!

—Exactamente —respondió él, gélido—. Mía. Hasta que el plazo termine. Tú firmaste, ¿recuerdas?

—Recuerdo cada palabra de ese papel maldito. Pero parece que olvidaste que no soy como las otras.

—Nunca olvidé eso.

El silencio entre ellos era como un hilo a punto de romperse.

Ella susurró, llena de odio:

—Un día, lo verás. Aún voy a ser el error que te destruirá por dentro.

Él sonrió. Una sonrisa helada, sin alma.

—Y yo voy a ver desde la platea cuando lo intentes.

Ella levantó la mano, con ganas de abofetear ese rostro perfecto y arrogante. Pero él sujetó su muñeca en el aire —firme, pero sin fuerza bruta.

—Nunca levantes la mano hacia mí —dijo, la voz baja y letal.

—¿O qué? ¿Vas a matarme también?

Él la soltó, los ojos como cuchillas.

—No. Aún no.

Ella lo empujó, apartándose del camino.

—Eres un monstruo, Edward.

Él dio la espalda, yendo en dirección a las escaleras.

—Y aún no has visto nada.

Cuando ella quedó sola en la sala, el pecho agitado, las manos temblorosas, no era miedo lo que la consumía.

Era la voluntad de ganar ese juego.

De probar que ni siquiera un monstruo como él conseguiría doblegar a alguien como ella.

Júlia sentía el estómago revuelto en el asiento del coche negro. La mansión parecía cada vez más distante conforme los muros grises del hospital público se acercaban. Ella insistió con Edward por días hasta que él liberara la visita al abuelo —aunque él hubiera resoplado un seco “haz lo que quieras”.

Así que se bajó del coche, el aire frío de la mañana golpeó su rostro. Respiró hondo.

Allí dentro estaba Ernesto Ferraz. Su viejo. Su todo.

Era por él que estaba en esa pesadilla. Fue por él que aceptó firmar aquel maldito contrato.

—Por favor, di que todo está bien... —murmuró, entrando en el hospital.

El olor a desinfectante y el ir y venir de médicos apresurados la hicieron acelerar el paso. El cuarto 308 estaba en el tercer piso. Cuando entró, se detuvo.

Allí estaba él.

Acostado, frágil... pero sonriendo al verla.

—¡Júlia! —la voz débil, pero viva, emocionada—. Dios mío, viniste.

Ella corrió hacia él, abrazándolo con cuidado, tratando de contener las lágrimas.

—¿Cómo estás, abuelo? Habla para mí. ¿Te duele? ¿Estás consiguiendo comer?

Él rió con esfuerzo.

—Estoy bien. Quiero decir... mejor que antes. Los médicos comenzaron la quimioterapia la semana pasada. Dijeron que todo el costo ya estaba pagado. Todo... todo por tu causa, ¿no es así?

Júlia se congeló por un segundo.

—Sí... —ella tragó saliva—. Todo fue resuelto.

Él apretó su mano con ternura.

—Mi niña... no sé cómo conseguiste eso, pero... gracias. Salvaste mi vida.

Ella volteó el rostro, disimulando. Si él supiera el precio...

—El señor merece mucho más que eso, abuelo.

—¿Pero y tú, hija? Estás bien? Pareces cansada... lastimada...

Ella no consiguió responder.

No podía contar que estaba siendo tratada como un objeto. Que el hombre que bancaba aquel hospital era el mismo que la mantenía presa en una mansión como si fuera propiedad de él. No podía decir que su “marido” era un mafioso peligroso, sin alma, que la usaba para mostrar poder.

Ernesto no necesitaba más dolores.

Ella apenas forzó una sonrisa.

—Estoy bien, abuelo. Solo con añoranza. Pero ahora que sé que el señor está reaccionando... me quedo más tranquila.

Él tocó su rostro con cariño, como hacía cuando ella era pequeña.

—Tú siempre fuiste fuerte, Júlia. Solo quiero que seas feliz, de verdad. Tú mereces.

Ella sonrió... pero por dentro, dolió.

Porque, por primera vez, ella comenzó a preguntarse: ¿sería posible ser feliz al lado de un hombre como Edward Salvatore?

¿Y por qué, aun siendo un monstruo, él cumplía todo lo que prometía?

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