Algunas pasiones no nacen para ser compartidas… nacen para poseerlo todo.
Alice siempre fue diferente. Bajo su apariencia dulce y su mirada de miel brillante, esconde un alma indomable, rebelde y peligrosa, capaz de amar hasta los extremos más oscuros. Desde el instante en que lo vio —al heredero más temido de una de las mafias más poderosas—, su mundo dejó de girar de manera normal. No era una elección... era una obsesión silenciosa, un lazo invisible que ella no estaba dispuesta a soltar.
Entre secretos, traiciones y sentimientos que rozan la locura, Alice demostrará que algunas sombras no buscan protección… buscan controlarlo todo.
En una historia donde la pasión y la obsesión se entrelazan con el peligro, el amor no es un refugio: es un campo de batalla.
¿Hasta dónde llegarías por convertirte en la dueña de su sombra?
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Capítulo 6: Y el tiempo no se detuvo
Han pasado dos años y medio desde que llegué a este mundo. A veces me pregunto si todos los bebés se sienten así, como si la vida fuera un sueño largo y cálido envuelto en voces conocidas y risas que no sabes de dónde vienen pero que se sienten como casa. Yo ya no soy una recién nacida. Ya camino —un poco torpe, claro— y digo algunas palabras que me hacen sentir poderosa, como si pudiera controlar el mundo con solo pronunciar "mamá", "papá" o los nombres de mis hermanos.
Mi mamá, Beatriz, ahora tiene 37 años. Cada mañana me despierta con su voz suave y su aroma a café recién hecho y crema de manos. Me levanta de la cama, me llena de besitos en las mejillas, y me cepilla el pelo con tanta delicadeza que siento que el día va a ir bien solo por cómo empieza. Me gusta cuando me pone mis vestiditos con volantes o mis pijamas con orejitas. Siempre me dice que soy la flor más bonita de su jardín, y aunque aún no sé qué significa del todo, lo repite con una ternura que me da cosquillas en el pecho.
Papá, que ya tiene 42, sigue siendo grande como un oso, con esa mezcla de fuerza y dulzura que solo él tiene. Me lanza al aire y me atrapa como si no hubiera gravedad. Siempre se ríe cuando lo hago reír sin querer con alguna de mis palabras inventadas. Me dice “mi terremotito” y me abraza fuerte antes de salir al trabajo. Lo veo vestirse frente al espejo, peinándose el cabello azulado y mirándome de reojo cuando cree que no lo miro. Pero yo sí lo miro, lo observo todo.
Mis hermanos han crecido también. Los trillizos ya tienen 17 años, y aunque cada uno tiene su forma de ser, para mí siguen siendo gigantes que se pelean por cargarme. Alan es rudo y siempre tiene esa expresión de "no me importa nada", pero apenas me ve se le derrite la cara y me da vueltas hasta que grito de risa. Axel siempre canta y me enseña pasos de baile que intento imitar, moviendo solo los pies. Alex es más callado, pero es el que me lee cuentos y me deja jugar con sus lápices de colores.
Benjamín ya tiene 15 años. Es muy inteligente y siempre anda con un libro en la mano, pero nunca dice que no cuando le pido que juegue conmigo. Me enseña palabras nuevas y a veces me explica cosas que no entiendo, como por qué el cielo cambia de color. Valentín ya tiene 7 años y sigue siendo el más escandaloso. Me persigue por toda la casa con sus juegos locos, y aunque a veces me asusto, me encanta reír con él.
Hoy fue un día como esos que se sienten como una película bonita. Toda la casa estaba llena de música. Mamá puso sus discos viejos y empezó a hornear galletas. El olor se esparció por cada rincón, y mis hermanos, uno a uno, se fueron acercando a la cocina. Axel tarareaba, Alan hacía beatbox y hasta Alex dejó su libro para darme vueltas en sus brazos. Papá bailaba con mamá, y yo los veía desde el suelo, moviendo mis pies al ritmo.
Me reía tanto que me dolía la barriga. Sentía que no existía mejor lugar en el mundo. No había miedo, no había oscuridad. Sólo nosotros, una familia que giraba alrededor de la risa.
Y aunque aún me faltan muchas palabras para explicar cómo me siento... sé que este lugar, esta gente, estos momentos... ya están marcando mi sombra.
Y eso... eso es sólo el comienzo.