Lecciones De Amor

—Gaby, perdóname. De verdad que no lo planeé, solo pasó —Roberto le decía intentando sonar arrepentido aunque su cara tenía una sombra burlona que no podía disimular —pero te puedo asegurar que Valeria no tiene la culpa de nada, fui yo quien la buscó, ella siempre me rechazó pero yo insistí hasta que… bueno. 

La manera en que su esposo se colocó de forma protectora frente a esa mujer que no hacía más que cubrirse con su sábana fue ridícula, además de que era curioso y demasiado cínico que Roberto dijera eso dado que la forma en que Gabriela había descubierto que mantenía una relación clandestina con otra mujer, si bien un poco más jóven que ella en realidad a los ojos de Gabriela no tenía nada en particular que pudiera hacerla sentir inferior. 

—Eres un imbécil, Roberto. No puedo creer cómo es que todavía te atreves a decir eso —Gabriela no podía sentirse herida, hacía tiempo que sospechaba que su marido le era infiel pero sinceramente no le importaba ni siquiera tenía la intención de confirmarlo. Llevaba por lo menos dos años en que no sentía interesada en nada que tuviera que ver con el hombre que dormía a su lado cada noche y no era porque estuviera interesada en alguien más solo no lo sentía. Lo único que no podía tolerar era que Roberto tuviera el descaro de haber llevado a su amante a su casa y que hubieran tenido sexo en su propia cama; no podía soportar que se burlara de ella de esa manera. 

—Gaby, espera.

Gabriela dió media vuelta y salió tan rápido que casi cae por la escalera. Por suerte Omar estaba subiendo y alcanzó a sostenerla. 

—Cuidado, mamá —dijo el joven sin comprender porque su madre bajaba de esa manera; ella parecía furiosa, como si estuviera apunto de golpear a alguien. Cuando Omar vio a su padre correr torpemente tras su madre envuelto en una sábana entendió lo que estaba pasando y sintió la ira corriendo en su interior —¿Qué significa esto papá?

—Hijo, esto es entre tu madre y yo, no te metas por favor. 

Omar miró a su padre de arriba a abajo, el hombre no era un anciano, si bien era un hombre apenas unos años mayor que su madre y al parecer un hombre de buena presencia que solía alardear de su atractivo, si era vergonzoso verlo de esa manera, no pudo evitar sentir lástima por su padre pero de alguna manera, al ver a su madre, también se sintió traicionado —. No sé supone que no estarían en casa todo el fin de semana. ¿Qué pasó entonces? ¿Cómo está tu madre? —pregunto a Gabriela en un tonto intento de desviar la atención. 

—Por Dios que descaro —Gabriela tenía un ligero temblor en sus manos, tenía que salir de ahí antes de que perdiera el control y volviera hasta el dormitorio y tomará a esa mujer por el cabello y luego a su esposo y sacará a rastras a ambos de su casa. 

—Gabriela… —le nombró Roberto con la intención de ir tras ella pero Omar se puso en su camino. 

—Espero que para cuando regrese ni tu, ni esa mujer estén en mi casa. 

La sentencia de Gabriela había sido clara, el portazo que dió al salir no dejaba lugar a dudas. Su matrimonio se había acabado. 

…

Gabriela mantenía su mirada fija en el brillo de su copa a contraluz, era viernes por la noche y la idea de llamar a Andrea e ir a ese bar había surgido de repente en su mente pero Gabriela había hecho todo lo posible por olvidarse de ello. Al principio creyó que tomar una copa de vino mientras leía un libro sería suficiente para desaparecer esa inquietud aunque tenía que reconocer que le estaba siendo algo difícil. 

El ver a Leonardo de nuevo le había afectado más de lo que quería admitir y aunque Gabriela se repitiera una y otra vez que ese hombre era un jovencito apenas unos tres o cuatro años mayor que su propio hijo y además era el hermano de una de sus alumnas, el recuerdo de esa noche no hacía más que aumentar el deseo de verlo una vez más, de tocarlo y de…

Gabriela sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos y entonces otra idea le surgió de repente, quizás lo que ella necesitaba era salir con alguien de su edad para sacarse el recuerdo de esa noche. Andrea tenía razón en algo, no podía seguir guardando luto a Roberto ni a su matrimonio fallido. 

Gabriela buscó en su celular un número, sabía que aún lo tenía; era el número de Fabián, que hacía no mucho tiempo había conocido en un evento escolar; Gabriela había notado claramente el interés de ese hombre por ella tanto que él insistió en darle su número por si algún día lo necesitaba, todo ante la negativa implícita de ella por darle su número. Gabriela lo pensó un poco, mientras esperaba que le respondiera, acaso no se vería desesperada si era ella quien lo llamaba, que le diría entonces; la melodía estaba por terminar y Gabriela suspiro aliviada, quizás era lo mejor ya que había sido una tontería impulsada por la desesperación que le provocaba el no poder sacarse de la cabeza a ese joven, Leonardo. 

—¡Alo! —se escuchó al otro lado de la línea. Era él, Gabriela reconoció esa voz grave, sería y en cierta medida seductora. —¿Quién llama?

—¡Hola! —se atrevió a decir al escuchar que el hombre parecía molestarse por el silencio —. SoycGabriela Castillo. 

—Profesora Castillo, que gusto escucharla  —. Gabriela noto el cambio en su voz cuando supo que era ella —. Dígame, ¿a qué debo el honor? 

—Bueno, yo solo… solo llame para saludar y… 

El valor de Gabriela había desaparecido, ahora qué le diría, que lo llamó para invitarlo a salir o que lo llamó para que él la invitará a salir. Gabriela se vio tentada a cortar la llamada y fingir demencia.

—Llevo esperando mucho tiempo su llamada —dijo él modulando el tono de su voz, ahora sonaba un tanto sombrío en cierta forma un poco como Leonardo le había hablado esa mañana mientras la miraba vestirse, mientras estaba desnudo, tendido sobre la cama, aunque no tenía el mismo efecto y eso era algo que Gabriela lamentaba —. ¿Dime estás libre está noche?