Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo IV: Traicionar lo que más amas para salvarla parte 4
Margarita apenas dejó que la sorpresa se reflejara en su rostro, la presencia de Carmelo en la entrevista sería peligrosa, él era un hombre intimidante, y si las jóvenes percibían su peso autoritario desde el inicio, podrían actuar con demasiada cautela, evitando mostrar su verdadera naturaleza.
Con una sonrisa persuasiva, deslizó su mano sobre la de Carmelo.
—Mi amor, creo que es mejor que se entrevisten conmigo a solas. Tú puedes ser muy intimidante, y lo que buscamos es que ellas se muestren con total transparencia.
Carmelo la miró en silencio, evaluándola y luego, sonrió, aunque la risa nunca llegó a sus ojos.
—Está bien —cedió con calma—. Pero esta noche quiero que cumplas con tus deberes de esposa.
Margarita se estremeció internamente, pero no lo demostró, porque sabía perfectamente lo que significaba, si bien en el pasado estaba dispuesta a complacerlo en sus perversidades, ya no le gustaba.
Con la misma sonrisa encantadora que había perfeccionado con los años, respondió con dulzura, fingiendo que la tensión no se instalaba en su pecho.
—Cualquier cosa que quiera mi esposo, yo estoy para complacerlo.
El juego de poder continuaba, pero Margarita, como siempre, debía asegurarse de que nunca perdiera su posición.
Mientras la casa presidencial seguía envuelta en una atmósfera calculada de poder e intriga, Rómulo y Natalia continuaban sin sospechar que el peligro ya había comenzado a acecharlos e ignoraban por completo que sus encuentros secretos no eran tan invisibles como creían, que los ojos de Margarita ya estaban sobre ellos, y que, peor aún, Carmelo pronto recibiría la información que cambiaría sus vidas para siempre.
Mientras Margarita tejía con precisión su plan, mientras negociaba con Carmelo y preparaba el encuentro con las hermanas León, Rómulo y Natalia seguían atrapados en su propia ilusión de seguridad. En sus mentes, aún tenían tiempo, aún podían planear su escape, aún podían aferrarse al secreto que creían bien guardado.
Pero la casa presidencial nunca permitía secretos por mucho tiempo, cada movimiento de Margarita acercaba la verdad a su desenlace, cada sonrisa fingida, y decisión cuidadosamente tomada, era un paso más en la red que estaba por cerrarse sobre ellos.
Y cuando finalmente descubrieran que el mundo que habían intentado construir juntos estaba a punto de desmoronarse, sería demasiado tarde para huir.
Porque en el mundo de los Carmona, una vez que los secretos dejan de ser secretos, solo queda sobrevivir a las consecuencias.
La tarde aún tenía un resplandor dorado cuando Margarita decidió que había llegado el momento de hablar a solas con cada una de las jóvenes de la familia León y se encontraba ahora en una elegante sala privada de la casa presidencial, frente a Karin, la deslumbrante hija mayor.
Karin, con una sonrisa impecablemente esmerada y un brillo en los ojos calculado, tomó la iniciativa, como quien conoce las reglas del juego, desplegó una serie de halagos diseñados con precisión para ganarse el favor de la Primera Dama.
—Señora, sus consejos son como faros en medio de la oscuridad; nadie ilumina el camino como usted lo hace —dijo con una confianza bordada en cada palabra, su tono melodioso pero controlado.
Margarita, cuya fachada imponente rara vez se veía quebrantada, esbozó una leve sonrisa, pero no fue de agrado ni de aceptación, fue la sonrisa de quien detecta con facilidad las intenciones ocultas de su interlocutora.
Sin responder de inmediato, abrió con calma el cajón de su escritorio y sacó un expediente cuidadosamente archivado, que colocó frente a Karin con deliberada lentitud.
—Veo que intentas halagarme, Karin, pero no todo es lo que parece —dijo Margarita, señalando el documento con la punta de los dedos—. Este expediente revela que mantienes una relación ambigua con Ibrahim, un militar en ascenso, y un amigo de tu familia, y, aun así, demuestras un interés descarado en acercarte a mi hijastro.
El rostro de Karin perdió color, aunque su entrenamiento social le permitió mantener la compostura, sin embargo, su voz tembló ligeramente cuando negó la acusación:
—Señora, eso no es cierto y debe tratarse de un malentendido, yo jamás haría algo así, Ibrahim es solo un amigo.
Margarita levantó lentamente una ceja, analizando cada pequeño gesto de la joven con precisión quirúrgica y entonces, con un tono sarcástico y cargado de ironía amarga, añadió:
—Cariño, conozco muy bien la naturaleza retorcida que a veces surge en la juventud cuando se pierde en labios de engaños. Hasta cierto punto, me recuerdas a mí misma hace años. Pero déjame ser clara: ni en un millón de años permitiré que mi hijastro se involucre con alguien como tú.
Karin, visiblemente indignada, entrecerró los ojos y, con voz temblorosa por el enojo, preguntó con cautela:
—¿A qué se refiere, señora?
Margarita sostuvo la mirada unos segundos antes de responder, dejando que el peso de su siguiente frase se asentara con fuerza en el aire.
—Estás reducida a ser mercancía de segunda mano. Esa relación con el militar ha cruzado todos los límites, y se nota en cada palabra vacía que pronuncias, en cada halago forzado que intentas venderme. No puedo permitir que tu naturaleza contamine lo que intento preservar en mi familia.
El ambiente se volvió denso, cargado de una tensión sofocante. Karin no respondió de inmediato. El golpe había sido directo, certero, y aunque su orgullo la incitaba a replicar, supo que cualquier intento de defensa sería inútil. La Primera Dama ya había emitido su veredicto.
Margarita deslizó los dedos sobre el expediente y, sin apartar la mirada, añadió con una sutileza cruel:
—Descuida, Karin. Mantendré tu secreto a salvo… siempre y cuando sepas comportarte.
Era una amenaza velada, dicha con el tono de quien no necesita levantar la voz para hacer que su mensaje cale hondo.
—Puedes irte —finalizó Margarita, con una indiferencia helada—. Y recuerda mis palabras.
Sin más, Karin se puso de pie porque su orgullo estaba herido, pero no se permitiría mostrar debilidad, sin embargo, mientras salía de la habitación, supo que, en este juego de poder, ella no tenía ninguna ventaja.
Y Margarita, observando cómo la joven se alejaba, reafirmó su convicción de que nadie interrumpiría sus planes.
Más tarde, Margarita se reunió en solitario con Katherine en una de las salas privadas de la residencia familiar. El ambiente era tranquilo, la luz suave filtrándose por las cortinas resaltaba la frescura de la joven, un marcado contraste con la sofisticación forzada que había exhibido Karin.
Mientras se acomodaban en un elegante sillón de cuero, Margarita rompió el silencio con la calma de quien sabe que el momento es crucial.
—Katherine, cuéntame, ¿por qué asististe a esta reunión? ¿Fue por puro interés o simplemente por obligación?
Katherine exhaló un suspiro que denotaba cierta resignación, con su mirada recorriendo el espacio antes de fijarse en Margarita.
—La verdad, estoy aquí más por obligación que por un interés genuino, y no tenía otro motivo; me empujaron a venir, y, yo, simplemente, deseo ser libre.
Margarita agudizó la mirada, interesada en cada palabra de la joven y la franqueza en su voz, así como la crudeza de su confesión, capturó su atención más de lo que esperaba.
—¿Y qué es lo que te impide alcanzar esa libertad, Katherine? —preguntó, con una suavidad que disimulaba su insistencia—. ¿Qué te ata a esas obligaciones que no has escogido tú?
Katherine bajó la mirada por un instante antes de volver a alzarla con una sinceridad casi dolorosa.
—Mi padre —admitió sin rodeos—. Aunque aparenta ser muy amoroso, en realidad es un hombre extremadamente controlador, y su manera de imponer sus decisiones, y su necesidad enfermiza de mantener el control, me impide ser yo misma.
Margarita sintió una conexión inmediata y se vio reflejada en aquella joven de manera incómoda, recordando sus propios años de sumisión y estrategias para sobrevivir y fue esa misma lucha lo que la llevó a tomar decisiones cuestionables, algunas de las cuales lamentaba profundamente, y pensó en que no quería que Katherine viviera lo mismo.
Con una leve sonrisa, pero con determinación, formuló la propuesta que hasta ese momento había estado madurando en su mente.
—Escucha, querida, veo en ti una fuerza que merece volar libre. ¿Y si te dijera que puedo ayudarte a romper esas cadenas? ¿Qué dirías si te propusiera algo que podría liberarte de ese control paternal que te oprime?
La intriga se hizo evidente en los ojos de Katherine y su cabeza se inclinó ligeramente, expectante.
—¿Y cómo piensas lograr eso?
Margarita bajó la voz, tornándola confidencial, impregnándola de astucia.
—Cásate con mi hijastro, y te prometo que, en esa unión, te liberarás del yugo que tu padre te impone, estarás en una nueva familia donde la libertad y la autenticidad serán lo único que importe, y te garantizo que este cambio será un respiro del control y la rigidez del pasado.
Katherine parpadeó, procesando cada palabra y el impacto de la propuesta era desconcertante, pero conforme el silencio se extendía, su semblante cambió, primero, indecisión, pero luego esperanza.
—¿Cómo puede ayudarme a obtener mi libertad el casarme con su hijastro? —preguntó, su tono aún dubitativo, pero lleno de interés.
Fue en ese instante que Margarita supo que había encontrado a la candidata ideal para Rómulo, alguien que, a pesar de la obligación que la ataba a su familia, anhelaba la libertad y tenía la sinceridad necesaria para forjar un nuevo destino además de que era una mujer carente de malicia lo cual le venía muy bien.
—Porque nadie es más poderoso en la actualidad que la familia presidencial —respondió con una calma absoluta—. Después de dos o tres años, ustedes pueden divorciarse, y para entonces tendrás los recursos necesarios para hacer de tu vida lo que desees.