Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Tres años después.
Ginevra ya es toda una mujer. A sus veinte años es una de las estudiantes más brillantes; por eso ingresó a la universidad con diecisiete, un caso poco común. Hoy, a sus veinte años, está por terminar la carrera de Economía y Gestión Empresarial. Aunque deja boquiabiertos a todos en la universidad, para su familia eso no es importante. A su hermana Elena le ha costado pasar cada semestre, pero a Ginevra le sale natural.
Ha obviado las advertencias de “las brujas”, como llama a su madrastra y media hermana, y se ha empeñado en conquistar el amor de Matteo. Él no deja de darle detalles y hacerla sentir querida como nunca lo había sido. El único problema es que no quiere dar a conocer la relación, “por ahora”, hasta hablar con su padre, o eso es lo que él le dice.
Ginevra se mira al espejo: el vestido azul que lleva puesto acentúa cada una de sus curvas. No tiene mangas y tiene un escote en V no muy pronunciado; su cabello está suelto y lleva simplemente un brillo labial.
Está más que lista para salir con su novio Matteo a celebrar que prácticamente ya se ha graduado; lo que falta es puro papeleo. Se asoma por la ventana para ver cuándo llega el auto de su adorado y poder bajar sin tener que dar tantas explicaciones. Normalmente no sale a ninguna parte, a pesar de que ya es toda una adulta, pero como no quiere problemas con su madrastra y Elena, lo hace a escondidas, aprovechando que su padre no está.
Vislumbra el auto entrar y las luces del mismo soltar destellos por el camino. Sonríe y baja las escaleras procurando que nadie la vea. Su chofer y amigo la observa y desvía la mirada; a él no le gusta para nada esa relación que solo él sabe que existe.
Ginevra levanta la mano y se despide con un guiño. Cuando llega a la entrada de la mansión, Matteo le sonríe y ella sube lo más rápido que puede.
—Estás hermosa —la halaga con una amplia sonrisa. Se inclina un momento y deja un beso en sus labios antes de arrancar el auto.
Como es muy amigo de la familia, no es extraño que salga con alguna de las chicas, pero igual a ella no le gusta que puedan llegar a verla y comenzar a obstaculizar su relación.
Mientras el auto recorre las calles de Italia, él toma una de sus manos y la lleva a su boca.
—Estoy loco por celebrar contigo. En todo el día no dejé de pensarte —su voz es baja y ronca. Aquello le remueve cada fibra de la piel a la joven, y sus ojos brillan con un destello emocionado.
—También quería verte. Han sido semanas sin poder salir porque mi papá estaba en casa —hace un pequeño puchero, y mientras están detenidos en un semáforo, él aprovecha y deja un beso en su nariz.
—Por eso te dije para vernos hoy. Tu papá está resolviendo algunos negocios y no creo que vuelva hasta el fin de semana —le dice coqueto, llevando su mano hasta la pierna de la joven, la cual no logra tocar directamente por la tela del vestido.
—¿Cuándo vas a hablar con él? Me dijiste que después de la universidad; esa era la condición que me habías puesto —dice bajando un poco la voz para sonar mimada, aunque no le sale del todo bien.
—Sí, cariño, sé lo que dije, pero hay que esperar. Sabes cómo es tu papá con estos temas —se excusa Matteo y cambia de tema rápidamente—. Y ya decidiste qué vas a hacer después de salir de la universidad, ¿seguirás estudiando o buscarás algún trabajo? —La joven suspira ante su pregunta y luego desvía la mirada al darse cuenta de que siempre es lo mismo: cada vez que toca el tema de hablar con su padre, él se excusa con cualquier cosa.
—Ya te he dicho que quiero trabajar en alguna empresa. Tal vez en las empresas de papá, no lo sé —le responde ya con menos ánimo.
—No creo que sea el momento para que le pidas entrar a las empresas. El tema de los rusos lo tiene preocupado —aprieta sus manos al volante. Ginevra frunce el ceño y le presta atención.
—¿Y qué con eso? Pensé que papá ya había hecho negocios hace rato con esa gente —comenta, pero Matteo niega de inmediato.
—No es así. Por más reuniones que ha intentado consolidar tu padre, ellos se niegan. —Ella se ríe y frunce el ceño.
—No me digas que son de esos retrógrados que, porque papá es italiano, no harán tratos con él. —El joven se encoge de hombros y gira el volante para estacionarse en el lugar que ha reservado.
—No lo sé. Intenté hablar con ellos y se niegan; tu padre lo hizo y también se han negado. Hicimos una cena, pero no hay poder humano que los haga hacer negocios con nosotros —ella se queda pensando un momento, pero no le dice nada. Luego suspira y endereza la espalda.
—Bueno, ya dejemos de hablar de trabajo y vamos a disfrutar la noche —propone, y el hombre asiente. Sale del auto y le abre la puerta. Lo primero que hace al tomar su mano es estrecharla y rodearla por la cintura. Sus ojos se oscurecen de deseo y suelta un gruñido en su oído.
—Estás más bella que nunca. No me cansaré de decirte que me tienes loco —susurra pegado a sus labios, y muerde ligeramente el inferior.
—Sí, me lo has dicho mil veces y me encanta que me lo digas —dice con el rostro enrojecido. Luego, tomados de la mano, entran al lugar. Ella piensa que es un restaurante, pero es un hotel de cinco estrellas; lámparas brillantes y pisos pulidos les dan la bienvenida.
Un joven lo saluda con familiaridad y le dice que puede subir a su suite de siempre.
Matteo no nota su nerviosismo y, antes de que pueda decir algo, la conduce hasta el ascensor.
—¿Hacia dónde vamos? Pensé que íbamos al restaurante de siempre —su voz es dubitativa y algo nerviosa.
—Amor, prácticamente somos esposos; lo único que falta es avisarle a tu padre, y eso es un pequeñísimo detalle —le explica una vez el ascensor está en movimiento. La acorrala en una esquina y le roba un beso que la deja sin aliento.
El corazón de Ginevra se acelera y, aunque lo desea más que nada en la vida, no quiere fallarle a su padre estando con él antes del matrimonio, aunque, a final de cuentas, ese será su único hombre.
Aunque desea huir, se relaja y continúa el apasionado momento.
Ginevra.
Matteo.
Muchas bendiciones y sobre todo sanación a la nena.
Gracias por este capítulo a pesar de la situación actual de salud.
Abrazos
La familia es la prioridad.