*Sinopsis:*
_Alejandra despierta en un hospital con la memoria intacta de su vida pasada, marcada por el dolor y la desesperación por el amor no correspondido de Ronan. Decidida a cambiar su destino, Alejandra se enfoca en sí misma y en su bienestar, pero Ronan no cree en su transformación. Mientras tanto, Víctor, un poderoso enemigo de Ronan, pone sus ojos en Alejandra y comienza a acecharla. ¿Podrá Alejandra superar su amor por Ronan y encontrar la felicidad sin él, o su corazón seguirá atado a él para siempre? ¿O será víctima de los juegos de poder de Víctor? "Renacimiento en Silencio". Una historia de amor, redención y autodescubrimiento en un mundo de pasiones y conflictos.
NovelToon tiene autorización de Frida Escobar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Verdades que duelen.
***NARRADO POR RONAN***
Él regresa a su mesa con sus socios y yo me quedo solo por unos segundos hasta que siento una mano firme tomándome del hombro. Me giro rápido, un poco tenso, y es Darío.
—Tú no eres así —dice mirándome divertido,—. Reacciona, por favor.
Finge una voz chillona, imitando a una mujer, intentando bromear para sacarme del estado en el que estoy, pero no funciona. Me quito sus manos de encima y camino con paso firme hacia la mesa. Me siento sin decir nada.
Saco mi celular del bolsillo y abro el perfil de Alejandra. Algo en mí necesitaba una confirmación… y ahí está. Ahora aparece con su apellido de soltera. Me enoja no se por que pero lo hace.
Trago saliva. Lo dejo a un lado. ¿Por qué me importa tanto? Ella es libre, puede hacer lo que le venga en gana. Pero por dentro, algo arde. Ese gesto, simple y silencioso, fue como una cachetada pública. Una declaración de independencia. De ruptura definitiva.
— Es un imbécil, no le hagas caso.
Me dice Darío.
Me sirven un trago y lo bebo de golpe. El vodka arde bajando por mi garganta, pero no tanto como la rabia que tengo contenida.
Mi celular vibra. Es Isabela.
Estoy por colgar pero Darío me lo arrebata con la habilidad de quien cree que estoy a punto de cometer un error. Pero está equivocado pido otro vaso con la mirada, sin siquiera importarme.
Darío se levanta. Va y viene como si estuviera inquieto, y cuando regresa, no viene solo. Zuri lo acompaña. Su presencia, aunque siempre delicada, esta noche me resulta... irritante. No por ella, sino por lo que representa: la doble vida de Darío, el hombre que aconseja pero que tampoco puede poner en orden sus propios asuntos.
Me devuelve el celular que guardo.
Ella me sonríe. Tímida. Como siempre. Me recuerda a la Alejandra de antes.
—¿Cuándo es la boda? —pregunta de la nada. Su voz dulce, pero con esa curiosidad mal disimulada que me tensa la mandíbula.
La miro fijamente. ¿La boda? ¿Qué boda?
Darío carraspea.
—Tengo entendido que ya se divorció de la señorita Alejandra Herrera —dice.
Empiezo a girar el vaso entre mis dedos.
—¿Por qué? —le pregunto en voz baja, sin mirarla directamente, esperando... ¿qué? una explicación a lo que acaba de decir.
—Eso dicen… O al menos algo así escuché —responde encogiéndose de hombros.
Me levanto sin responder. Darío me sigue, casi por inercia.
—Son chismes de gente que no tiene que hacer —dice rápido, tratando de apagar el incendio.
Pero ya no puedo quedarme ahí. Siento que me falta el aire. Bajo las escaleras del salón con pasos firmes, mi mente va tan rápido como mi respiración. En el primer piso pido mi auto y me largo.
Manejo directo al departamento que tengo en la ciudad. Es un espacio al que recurro cuando necesito silencio. Cuando quiero esconderme del mundo. No es hogar, pero me sirve de cueva.
Al llegar, me quito la camisa y lanzo las llaves sobre la barra. Sirvo más vodka, esta vez con hielo, para fingir que me importa el sabor. Me siento en el sillón con la vista clavada en la pared y ahí está el cuadro que contempló.
¿Qué carajos está haciendo Alejandra?
Sabía que me traería problemas. Que esa mujer con cara de niña no era inofensiva. Que no era solo un capricho pasajero. Me trastornó desde el primer día. ¿Y ahora qué pretende? ¿Ridiculizarme públicamente? Me está castigando haciendome quedar mal.
Bebo. Otra vez. Y otra. Hasta que el orgullo se convierte en fuego líquido bajando por mi estómago.
Después de unas horas, la ira no baja. No se va. Al contrario, se multiplica. En desesperación por confrontar algo, a alguien. Me pongo la camisa y manejo rumbo a la casa de mi abuela.
Al llegar, apenas abro la puerta escucho el llanto de mi madre. La escena es tan familiar que por un segundo siento que retrocedí en el tiempo. Esa forma de llorar… siempre la escuché cuando se enteraba de una nueva infidelidad de mi padre. El dolor de mi madre nunca fue silencioso.
—Mi hijo fue un desgraciado —le dice mi abuela—. Pero tú lo sabías… e insististe en seguir con él. Y no solo por Ronan, no, lo hacías por qué querias. Al menos Ronan no anda con una y otra… porque de ser así, yo misma le hubiera dado todo mi apoyo a Alejandra para que se quedara con todo.
—Lo hubieras hecho —interrumpo desde el marco de la puerta—. Y así nos ahorrábamos todo este circo.
Las dos levantan la mirada. Mi madre se limpia las lágrimas. Mi abuela me clava una mirada dura.
—No quieras parecer la víctima. El que ha hecho todo mal eres tú —me dice con una voz afilada.
Me río. Pero no de verdad. Es esa risa amarga, esa que se finge para evitar gritar.
—Claro. Y eso le da derecho a ridiculizarme. ¿Verdad?
—Lo del apellido solo fue un intento por recuperar un poco de su dignidad —dice mi abuela, con los ojos vidriosos pero firmes—. Después de que tú te paseas con Isabela.
—¿Pasear? —respondo molesto—. ¡Es trabajo!
—Con la que fue tu prometida —me lanza mi madre.
—Con la que iba a casarme… Que no se te olvide que de no haber sido por ti. Por tus ganas de controlarlo todo —le escupo a mi abuela—. No pudiste con tu hijo, ¿qué te hace creer que sí podrás conmigo?
—Créeme que si hubiera tenido otro nieto, lo habría elegido. Para que fuera él quien se casara.
—¡Adopta uno entonces! —grito.
Ella se ríe. Una risa triste, cansada.
—Quizás lo haga. Y entonces podrás ser libre, con quien quieras. Aunque a estas alturas… ni tú sabes lo que quieres, Ronan.
—Eso te lo tengo que agradecer a ti.
Me doy la vuelta, furioso, y camino hacia la puerta.
—Ronan —dice mi abuela con voz grave pero suave—. Espero y no sea tarde.
No respondo.
—Yo se lo que te digo —agrega ella—. Y ese día… te vas a acordar de esta vieja. Y en ese momento diré, te lo dije.
Se queda en la sala. Su mirada clavada en mí. Me lanza un beso al aire, como si a pesar de todo… siguiera amándome igual.
Manejo de nuevo. Esta vez no pienso. Solo sigo. Rumbo al departamento de la mujer que ahora se dice soltera. Porque si ella cree que esto terminó así… no me conoce lo suficiente. Y más cuando me quieren hacer quedar como un idiota.