a veces siento que mi desconocido existe y me está buscando.
siento que hay alguien que me conose mejor que yo misma
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Falsas preocupaciones
La noticia de la visita del Príncipe Tomás llegó como una brisa inesperada en la quietud de mi existencia. La Emperatriz, siempre atenta a los detalles, había decidido que era prudente verificar mi estado de salud. Tomás, su hijo, el heredero, el que todos en el Imperio daban por sentado que sería mi futuro... bueno, él no estaba precisamente entusiasmado con la tarea. Su madre, sin embargo, era implacable.
Cuando finalmente apareció en los jardines, lo encontré parado junto a las rosas más rojas, con una expresión que delataba su resignación. Era alto, con los rasgos finos y la piel trigueña que caracterizaban a la línea imperial. Vestía con la pulcritud esperada de su rango, pero había una cierta rigidez en su porte, una incomodidad palpable.
Yo, por mi parte, me había esforzado en presentarme de la manera más serena posible. Los años, y las circunstancias, me habían forzado a madurar mucho más rápido de lo que mi edad sugería. Las palabras crueles de mi "familia" y las pruebas que había enfrentado me habían endurecido, dándome una perspectiva que muchos de mi edad aún no poseían.
Él se acercó, su saludo formal, casi protocolario. "señorita Indira", dijo, su voz educada pero carente de calidez. "Mi madre me ha enviado para asegurar que se encuentre bien."
Lo observé con atención. Era innegable su linaje, su porte noble. Pero, ¿un hombre? No. En mis ojos, él era simplemente otro niño, jugando un rol que aún no comprendía del todo. Quizás era mi propia experiencia, mi necesidad de ser autosuficiente desde tan joven, lo que me impedía verlo de otra manera. Para mí, los hombres en el sentido romántico eran una especie de cuento de hadas lejano, algo que no se aplicaba a la fría realidad de mi vida.
Indira: "Príncipe Tomás", respondí, mi voz tranquila y firme, haciendo una reverencia."Es usted muy amable por venir. Por favor, siéntese." Hice un gesto hacia la mesa de té que habíamos preparado bajo la sombra de un viejo olivo. "He preparado té. Espero que sea de su agrado."
Él asintió, su mirada recorriendo brevemente el entorno, como si buscara una salida. Se sentó en la silla que le indiqué, y yo me uní a él, sirviendo el té con movimientos medidos. El silencio se instaló entre nosotros, roto solo por el tintineo de las tazas y el susurro del viento entre las hojas.
Indira: "¿Cómo se encuentra usted, Alteza?", pregunté, mi tono genuinamente curioso, pero sin la chispa de interés romántico que él, o su madre, quizás esperaban. "Espero que la corte no le haya resultado demasiado pesada."
Él tomó un sorbo de té, sus ojos fijos en la taza. "La corte tiene sus exigencias, señorita Indira. Pero estoy acostumbrado." Hizo una pausa, y por un instante, vi una sombra de algo más en su rostro, algo que podría haber sido una pregunta o una duda, pero se desvaneció tan rápido como apareció. "Mi madre está preocupada por usted. Dice que ha estado... sola."
Sonreí levemente, una sonrisa que no llegaba a mis ojos. "La soledad es una compañera que he aprendido a conocer bien, Príncipe. Y a veces, es la mejor consejera."
Continuamos la conversación, hablando de cosas triviales, de los jardines, del clima, de los deberes que nos imponían. Yo respondía con la cortesía que se esperaba de mí, pero mi mente estaba en otro lugar, analizando su comportamiento, su inmadurez velada, y la ironía de que él, un príncipe, estuviera aquí para "verificar" mi bienestar, mientras yo me sentía la única persona verdaderamente fuerte en toda esta farsa. Él era un niño con una corona, y yo, una mujer joven que ya había visto demasiado.
El Príncipe Tomás, con la taza de té aún en la mano, desvió la mirada hacia las rosas que se extendían a nuestro alrededor, sus pétalos de un rojo intenso que contrastaba con la palidez de su rostro. Parecía buscar una distracción, o quizás, una respuesta que no le resultara incómoda.
Principe: "Señorita Indira", comenzó, su voz un poco más baja, casi confidencial. "Su hermana... ¿no le ha causado ningún otro daño?" La pregunta flotó en el aire, cargada de una preocupación que, para mí, sonaba más a curiosidad o a un deber cumplido que a una genuina empatía.
Lo miré, manteniendo mi expresión serena. Era fácil ver a través de su fachada de preocupación. Él no deseaba mi bienestar por sí mismo, sino por la tranquilidad de su madre, o quizás, por mantener la imagen del Imperio intacta.
Indira: "Ooh, no, para nada", le respondí, mi voz teñida de una dulzura que ocultaba mi verdadera opinión. "Ella aún sigue con su castigo. No la he visto desde aquel día." Mi mirada se encontró con la suya, intentando transmitir una falsa inocencia, una falta de rencor que él, a buen seguro, encontraría tranquilizador.
Para su madre, mi hermana era un problema que se estaba gestionando. Para él, mi palabra era suficiente para cerrar el asunto.
Principe: "Me alegro de oír eso", murmuró, volviendo a dar un sorbo a su té. "Mi madre se preocuparía mucho si... bueno, si algo más hubiera sucedido."
Yo asentí, mi mente ya trabajando en la siguiente jugada. Él creía que la cuestión estaba resuelta, que mi "bienestar" estaba asegurado con su visita y mi respuesta. No tenía ni idea de la verdadera fortaleza que residía en mí, ni de las batallas que ya había librado y ganado en silencio. Él era un peón en un tablero mucho más grande, y yo, aunque exiliada, era una jugadora experimentada.
Indira: "Ciertamente", respondí, mi tono siempre cortés. "Pero no se preocupe, Príncipe. Estoy acostumbrada a cuidar de mí misma." Le ofrecí una sonrisa, una que esperaba que él interpretara como gratitud y resignación, pero que en realidad era una mezcla de ironía y una pizca de desafío. Él no entendía la profundidad de mis palabras.
Principe: " me gustaría seguir con la plática Pero tengo asuntos importantes que atender" dijo levantándose de su asiento.
Indira: "gracias por su preocupación su alteza", le dije inclinando la cabeza en una reverencia.
El solo asintió, se dió la vuelta empezando a caminar.
Yo solo me quedé observando como se marchaba.
Espero que no vuelva