Después de dos años de casados, Mía descubre que durante todo ese tiempo, ha Sido una sustituta, que su esposo se casó con ella, por su parecido a su ex, aquella ex, que resulta ser su media hermana.
NovelToon tiene autorización de Miry - C para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
🫣
Mía se durmió esperando el regreso de Ariel, acurrucada entre las sábanas de algodón que él le había regalado en su último aniversario. La luz tenue de la luna se filtraba por las cortinas de gasa, proyectando sombras danzantes sobre su rostro sereno.
Ella durmió tan profundo aquella noche que sus ojos no se abrieron hasta que los primeros rayos del sol matutino acariciaron su rostro, y el canto de los pájaros anunció que un nuevo día había comenzado.
Con pereza y algo de desorientación, se estiró como todos los días, dejando que sus músculos se desperezaran después de tantas horas de inmovilidad. Sin embargo, al extender su pierna, un dolor agudo y punzante atravesó su músculo, provocando que un grito desgarrador escapara de su garganta.
El dolor era tan intenso que por un momento le pareció ver pequeñas estrellas bailando frente a sus ojos.
Su grito, potente y alarmante, atravesó las paredes de la casa de dos plantas, descendió por las escaleras de madera pulida y llegó hasta la planta baja, donde Ariel acababa de ingresar por la puerta principal, con el peso de una noche sin dormir sobre sus hombros y la corbata aflojada alrededor del cuello.
Ante ese grito que le heló la sangre, Ariel subió corriendo las escaleras de dos en dos, con el corazón latiendo desbocadamente en su pecho.
Sus zapatos italianos resonaban contra los escalones mientras su mente se llenaba de los peores escenarios posibles.
El miedo se apoderó de él mientras pensaba que alguien podría haber entrado a la casa, o que Mía podría haberse lastimado gravemente. Sus manos temblaban mientras alcanzaba el picaporte de la puerta de la habitación.
Al entrar precipitadamente en la habitación, la escena que encontró lo desconcertó por completo: Mía estaba riendo, una risa cristalina y contagiosa que llenaba la habitación. Después de ese estiramiento y el repentino dolor, lo que le había sobrevenido era una risa incontrolable por el calambre que le había dado, como si su cuerpo hubiera decidido convertir el dolor en alegría.
Ariel, todavía con el pulso acelerado, no encontró en su corazón la fuerza para reprenderla por el susto que le había provocado, especialmente cuando notó el moretón violáceo que se extendía por su pierna como una acuarela oscura sobre su piel clara.
Con pasos cautelosos, se acercó y se acomodó al lado de la cama, sus ojos fijos en la marca que manchaba la piel de porcelana de su esposa.
—¿Aun te duele? —preguntó con voz suave, mientras observaba a Mía que seguía sonriendo, luciendo esa sonrisa tan hermosa que le había robado el corazón desde el primer día. Era la misma sonrisa de Zoe, solo que en Mía brillaba con una luz especial, como si se hubiera mejorado.
—Un poco —respondió ella, mientras se afirmaba con sus codos y se recostaba en el espaldar de la cama, adornado con almohadas de plumas.
Sus ojos escrutaron el rostro de Ariel, notando las marcadas ojeras bajo sus ojos y el cansancio evidente en su expresión. La pregunta bailó en su mente antes de atreverse a formularla: —¿Estuviste trabajando? —inquirió, consciente de que quizás ya no tenía derecho a cuestionarle sus ausencias nocturnas, no después de hablarle de divorcio que ahora pesaba entre ellos como un muro invisible.
Ariel, intentando proteger el corazón puro y confiado de Mía, asintió en silencio, cargando con el peso de esa pequeña mentira que se sumaba a las muchas que últimamente había comenzado a acumular.
—Pediré que traigan tu desayuno —cambió de tema mientras se ponía de pie, alisando las arrugas de su traje que delataban la noche fuera de casa.
—No es necesario, puedo caminar —protestó ella, minimizando su dolor con una sonrisa valiente. Si bien el golpe le molestaba, no era algo que la incapacitara completamente. Era solo un golpe en su muslo, fuerte sí, pero nada que no pudiera manejar con dignidad. Después de todo, la vida le había enseñado a ser resilientes, y este no era ni de lejos el primer golpe fuerte que había tenido que soportar.
—Lo es, quédate en la cama, yo mismo prepararé tu desayuno —insistió Ariel con una determinación que no admitía réplicas, recordando aquellos días felices cuando la cocina era su territorio compartido y preparar el desayuno para ella era su ritual favorito de amor.
Ariel descendió las escaleras hacia la cocina, decidido a preparar un desayuno especial como tantas otras veces lo había hecho en sus años de matrimonio.
La rutina de consentirla se había convertido en una segunda naturaleza para él: los desayunos elaborados, el servicio a la cama, incluso el placer de darle de comer bocado a bocado mientras compartía risas y planes para el día.
Sin embargo, Mía, siempre independiente y con ese espíritu que la caracterizaba, no siguió las instrucciones de permanecer en cama. Apenas escuchó los pasos de Ariel alejándose, se levantó con cuidado, cojeando ligeramente hasta el baño. Se dio una ducha revitalizante, dejando que el agua caliente aliviara sus músculos tensos, y se cepilló los dientes meticulosamente, anticipando el momento en que Ariel regresara con su desayuno y, especialmente, con su adorado pastelito de leche, queriendo estar fresca y presentable.
Cuando Ariel retornó a la habitación portando la bandeja del desayuno, se encontró con una Mía transformada: recién bañada, con el cabello húmedo envuelto elegantemente en una toalla blanca, sentada en la cama con las piernas cubiertas por las sábanas de seda. El contraste entre la situación y la formalidad de sus papeles de divorcio pendientes creaba una tensión casi palpable en el aire.
El aroma seductor del café recién preparado y las tostadas doradas inundó el ambiente de la habitación, creando una atmósfera hogareña que contradecía la realidad de su situación matrimonial. Ariel colocó con delicadeza la mesita de mano sobre las piernas de Mía, quien inmediatamente comenzó a buscar con ojos ansiosos su tradicional pastel de leche.