En esta historia, se encontrarán con Ángel, una niña que fue abandonada al nacer y creció en una abadía, donde un grupo de religiosas le ofreció amor y cuidado. Sin embargo, a medida que Ángel va creciendo, comienza a sentir un vacío en su interior: el anhelo de tener un padre, como los demás niños que la rodean. A pesar de su deseo, no se atreve a manifestar sus sentimientos por miedo a lastimar a quienes la han criado, y su vida tomará un giro inesperado una noche fatídica.
Una enigmática mujer aparece y le revela a Ángel un oscuro secreto: es una heredera y debe buscar venganza por la muerte de su madre. Así inicia su transformación en la Duquesa Sin Corazón, una niña destinada a cumplir con un legado de venganza que no es suyo. ¿Qué elecciones hará Ángel en su camino? ¿Podrá encontrar su verdadera identidad en medio de la oscuridad que la rodea?
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CAPÍTULO 23. SIN AMOR QUE DAR
CAPÍTULO 23. SIN AMOR QUE DAR
Narrado por Ángel de Manchester
La noche había llegado a su fin, pero el verdadero desafío apenas comenzaba. Tras la presentación ante el público y la conmoción en los rostros de la nobleza, la reina Adelaida nos dejó en una sala vecina, refinada y tranquila, adornada con tapices antiguos y candelabros dorados que iluminaban el espacio con una luz suave. Todo en esa habitación transmitía poder… y una advertencia.
Édouard permaneció erguido, con las manos unidas detrás de la espalda, mirando un cuadro del salón como si analizara una táctica. No pronunció palabra hasta que la puerta se cerró a nuestras espaldas.
—¿Debo agradecerte por aceptar el compromiso? —preguntó sin mirarme a los ojos.
—No. No lo hice por ti.
Desabroché mis guantes con calma y me dirigí hacia la ventana. El cielo nocturno se extendía como un lienzo oscuro cubierto de estrellas. Allí, más allá de las paredes del palacio, la corte murmuraba, Isabel organizaba, y Douglas contaba los días para atacarme.
—¿Entonces, por qué lo hiciste? —preguntó de manera neutra.
Me volví lentamente.
—Porque no vine a este reino en busca de amor. Vine a recuperar lo que me fue quitado. Y tu madre… la reina… me proporcionó las herramientas para lograrlo.
Édouard me miró en ese momento. No con compasión. No con asombro.
Con respeto. Y algo más: entendimiento.
—No deseo tener una esposa leal. —Se acercó a mí—. No busco compañía. La guerra no deja lugar para eso.
—Entonces tenemos un acuerdo —respondí—. No espero amor. No necesito protección. Solo pido que me dejes ser lo que debo ser: la Duquesa de Manchester.
Nada más, nada menos.
Silencio.
Édouard se dirigió al escritorio, sirvió dos copas de vino y me ofreció una. La acepté sin hacer un brindis.
—No te pediré lealtad —dije antes de beber—. Ni cariño. Y tú no me obligarás a tener hijos ni a simular sonrisas en los eventos.
Édouard asintió despacio.
—¿Y qué deseas de mí?
—Respeto y silencio. Que no intervengas en mis asuntos, ni yo en los tuyos. Si algún día luchamos por la misma causa, lo haremos juntos. Y si no… cada cual seguirá su camino, bajo el mismo techo, como aliados.
Me miró durante unos segundos. No parecía ofendido, más bien aliviado.
—Podría acostumbrarme a eso.
—No creas que ignoro lo que implica casarme contigo. —Mi voz bajó de tono, pero la determinación aumentó—. Serás mi protección ante la corte, pero también un recordatorio continuo de que ya no soy libre y eso no me aterra, porque la libertad la perdí el día que mi madre falleció…y la inocencia, cuando supe que la mataron por intentar protegerme.
Édouard dejó su copa sobre la mesa.
—No busco dominarte, Ángel. No soy como mi padre. Ni como ningún noble en esa sala y si me caso contigo no es porque mi madre me lo pidió…. Es porque noté en ti algo que ya no se encuentra en este lugar.
—¿Qué fue lo que notaste?
—Ira. Serenidad. Resolución y un espíritu herido… que no pide ayuda, pero tampoco se rinde.
No dije nada. No necesitaba halagos. Solo deseaba claridad.
—Entonces estamos en la misma página —respondí al final.
—Estamos.
—Excelente. Ahora, si me permites, tengo un ducado que administrar…y adversarios que vencer.
Édouard me siguió hasta la puerta.
—Una última cosa, Duquesa.
Me detuve en la entrada.
—Dime.
—No sé si esto será una alianza o una guerra silenciosa. Pero sé lo siguiente: si alguien intenta lastimarte…lo eliminaré sin dudarlo.
No dije nada, solo asentí porque, por primera vez, comprendí algo: Édouard no sentía amor por mí, pero tampoco sentía miedo. Y quizás…eso era lo más parecido a la confianza que podría llegar a darme y con eso era suficiente para mí.