** Saga Vannecelli **
Rachel Fiore es la mano derecha de Leandro Zanella, jefe de una de las ramas más importantes de la organización italiana. Desde que él la rescató a ella y a su hermana de la calle cuando solo tenía 14 años, ha estado perdidamente enamorada de él. Sin embargo, su temor al rechazo la ha llevado a ocultar este secreto durante seis años. Actualmente, la organización está siendo amenazada por los FGN, lo que obliga a Rachel a viajar a la capital para reunirse con el líder de la organización en busca de su apoyo. sin tener conocimiento de que se cruzaría con un hombre que transformaría por completo su vida.
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Capítulo 22 Mí História
Rachel fiore
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-La familia Vannecelli resulta ser realmente fascinante, especialmente al descubrir que la distinguida dama de la mafia italiana, la señora Isabela, fue la responsable de que su esposo y su hermano se convirtieran en los líderes de la organización; nunca lo habría imaginado. Al finalizar el relato de Gian sobre su familia, me pide que comparta mi propia historia. En ese momento, comienzo a jugar con el collar que mi padre me regaló la noche en que los perdí y, al suspirar, le digo- Tuve una infancia muy feliz junto a mis padres, quienes siempre me brindaron mucho amor y apoyo. Aunque mi padre, que era policía, no pasaba mucho tiempo en casa debido a su trabajo y a menudo tenía misiones, siempre que estaba presente se preocupaba por nosotros y compartía momentos con mi madre y conmigo. Era un hombre alegre, justo, cariñoso y respetuoso. Mi padre era una persona excepcional, y su dedicación a la policía reflejaba su deseo de contribuir a un cambio positivo en el mundo. Mi madre quedó embarazada de Caramelo. Durante ese tiempo, mi padre se encontraba en una misión, por lo que estuvo ausente durante nueve meses. El día de su regreso, mi hermana nacía. Transcurrieron tres meses en los que noté que mi padre se mostraba muy preocupado, incluso un tanto paranoico; no permitía que mi madre ni yo saliéramos, aunque nunca nos explicaba el motivo. Una noche, él me despertó y me pidió que no hiciera ruido. Me condujo fuera de la habitación y hasta la de mi madre, donde ella se encontraba con el bebé. Recuerdo que me puso un collar y me dijo que era mi boleto para poder sobrevivir, que no debía confiar en nadie. Mi madre se acercó a mí y me dio un beso en la frente mientras la veía llorar, sin entender lo que estaba sucediendo. Solo escuchaba que el tiempo se agotaba. De repente, oímos un fuerte golpe procedente de la planta baja.
-Él me interrumpe y me pregunta- ¿Qué significa lo de tu collar? ¿A qué te refieres con boleto para vivir?
- Le respondí-no lo sé, aún me lo pregunto. Prosigo. Mi padre me dio un beso y se alejó de mí. Lo vi mover la cama, donde había una pequeña puerta que daba a un pasillo. Me pidió que entrara allí con mi hermana, y me dejó claro que por nada del mundo debía salir. Me acomodé en ese lugar y mi madre me entregó a mi hermana. Yo solo lloraba, sabía que nada de esto estaba bien. A pesar de que les imploré que no me dejaran, no escuché ninguna respuesta. Mi padre volvió a cerrar la puerta. Escuché el sonido de disparos y varios hombres se mencionaban mientras revolvían la casa, ya que necesitaban encontrarlo. Recuerdo que sentía un gran miedo; estaba tan asustada que movía a mi hermana para que no llorara, de lo contrario podríamos ser escuchadas.
- Gian me interrumpe - ¿Qué edad tenías?
-Le respondo-Tenía 14 años. Pasadas dos horas, cuando ya no escuché ningún ruido, salí de allí con cautela. La habitación estaba desordenada, todo revuelto. Al bajar las escaleras, vi a mi madre tendida en el suelo y a mi padre atado a una silla, ambos estaban golpeados. Mis padres estaban muertos. -Quedé en silencio, mientras Gian acariciaba mi cabello y me dijo- Si lo prefieres, podemos dejar de hablar de este tema.
-Le respondo- Estoy bien y continure. Lloré por la pérdida de mis padres, quienes eran personas bondadosas. Me pregunto qué había hecho para que su vida terminara de esa manera. Ahora me enfrente a la incertidumbre: no teníamos más familia y no me sentía seguro, ya que en cualquier momento esa gente podría regresar por nosotros. Por eso, decidí irme de esa casa con mi hermana. Pasamos varias semanas en la calle, pidiendo limosna para poder comer y poder darle alimento a mi hermana.
Me encontraba en una situación muy difícil, ya que mi hermana se enfermó y me vi obligado a recurrir al robo. Intenté despojar a un hombre que aparentaba tener dinero, con la esperanza de obtener los fondos necesarios para comprar la medicina para Lucía.
-Gian me interrumpe y me pregunta-¿Por qué no fuiste a la policía a pedir ayuda o a alguna organización que asista a huérfanos?
- Le respondí- porque no confiaba en nadie. Tal vez quienes mataron a mi padres también estuvieran relacionados con la policía, y si no fui a esa organización fue porque nadie adoptaría a una niña de 14 años. Sin embargo, mi hermana sí lo haría. No quería alejarme de mi única familia; ella es mi hermana y, sin ella, preferiría morir.
- Él me interrumpió y dijo- ahora me tienes a mí también. Soy parte de tu familia, así como tú lo eres de la mía. Eres una Vannecelli, mi señora Vannecelli.
-Con una sonrisa, le doy un beso en los labios y le digo- Te quiero, Gian. Agradezco tus amables palabras, pero necesito que me dejes terminar; me interrumpes con frecuencia. Si continúas así, no podré compartir nada contigo.
-Él responde- Lo siento, mi fiera.
-Yo digo- Había planeado cómo cometer el robo, así que con cautela me acerqué a él justo cuando estaba saliendo de su auto; esta vez se encontraba solo, lo que resultaba ideal. Al acercarme, lo empujé con la intención de sustraerle la cartera, y logré hacerlo sin que se diera cuenta. Sin embargo, la situación se volvió inesperada: ese hombre me tomó de la mano y me metió en su auto. Me invadió el terror, temía que me causara una lesión. En medio de mis lágrimas, le expliqué que actuaba por necesidad y le conté sobre mi hermana. Al principio, no me creyó hasta que me acompañó al lugar donde se encontraba mi hermana, quien estaba bajo el cuidado de una anciana que era indigente. Él se mostró conmovido y se presentó como Leandro. Me ofreció pagar los medicamentos de la bebé con la condición de que lo acompañara. Me asustó la posibilidad de que fuera un psicópata y que nos hiciera daño, pero no tenía otra opción, así que acepté. Él me llevó a esta casa, donde atendieron a mi hermana, que se encontraba muy enferma. Gracias a Leandro, mi hermana se recuperó y yo pude volver a estudiar. Con el tiempo, él comenzó a entrenarme. Al cumplir 18 años, me convertí en una asesina. Él me otorgó el apodo de La Verdugo, ya que sería yo quien eliminaría a todos aquellos que él ordenara, y lo haría sin cuestionar.