Ayanos jamas aspiro a ser un heroe.
trasportado por error a un mundo donde la hechicería y la fantasía son moneda corriente, solo quiere tener una vivir plena y a su propio ritmo. Con la bendición de Fildi, la diosa de paso, aprovechara para embarcarse en las aventuras, con las que todo fan del isekai sueña.
Pero la oscuridad no descansa.
Cuando el Rey Oscuro despierta y los "heroes" invocados para salvar ese mundo resultan mas problemáticos que utiles, Ayanos se enfrenta a una crucial decicion: intervenir o ver a su nuevo hogar caer junto a sus deseos de una vida plena y satisfactoria. Sin fama, ni profecías se alza como la unica esperanza.
porque a veces, solo quien no busca ser un heroe...termina siendolo.
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CAP 12
LA DEBILIDAD
Luego de la batalla, el cansancio no desaparecía mientras el ostentoso carruaje se mecía por el sinuoso camino. Los ánimos dentro ya distaban mucho del estrés y la adrenalina que había dejado el combate.
Veíamos a los héroes claramente afectados: sus armaduras llevaban secuelas, y sus miradas, también. Las heridas físicas eran nulas gracias a la capacidad de sanación de la más joven del grupo, Amelya, pero la fatiga seguía instalada en sus cuerpos.
Bruno, en su calidad de instructor y acompañante, mantenía esa postura imponente y autoritaria a la que todos se habían acostumbrado. Aunque no portaba su típica armadura carmesí ni su espada, su sola presencia imponía respeto —o, quizás, una absoluta imposibilidad de enfrentársele—.
Con los brazos cruzados, se expresó sin miedo a ofender a nadie:
—Felicidades por haber vencido al gigante... Es una hazaña admirable para ser la primera.
Estela, sintiéndose orgullosa, no dudó en sonreír ampliamente y decir:
—Somos asombrosos. No sé por qué dudaban tanto de nosotros tú y el viejo barbón.
Ante su afirmación tan llena de brío y confianza, Richard, quien solía ser más calculador, añadió con tono sereno, casi asustante:
—Ladroncita... Deja que el grandulón termine. Parecía que un "pero" se quería asomar en lo que nos dijo... Halagar no es uno de sus fuertes.
Bruno retomó la palabra:
—Ganaron, sí. Pero... —hizo una breve pausa, dejando que el peso de sus palabras cayera sobre ellos— para los héroes, esto no debería ser tan difícil. Vencieron con dificultad a un monstruo de rango A... o quizás S. Y eso fue porque la niña estuvo allí. Sin ella, no habrían durado nada.
Darwin, sinceramente ofendido por esas palabras, lo interrumpió, mirándolo de manera desafiante:
—¿Resumiendo, nos estás llamando débiles?
Estela, previendo que Darwin podría llevar esto a las manos, colocó su mano sobre su hombro en un gesto de advertencia.
Pero Bruno, sin mostrar ni una pizca de intimidación, comenzó a liberar un aura de un tono rojo casi bordo, sofocante, tan densa que el carruaje completo parecía a punto de estrujarse sobre sí mismo.
El pecho de Estela y Amelya se sentía caliente, como si las náuseas les subieran violentamente por el tracto digestivo.
El resto lo soportaba algo mejor, pero era evidente que también les afectaba. Incluso los caballos se pusieron nerviosos ante semejante opresión.
En medio de esa atmósfera, Bruno dijo, su voz aplastando cualquier respuesta:
—Entre los cinco vencieron a un solo gigante. Claro que son débiles.
Yo solo podría enfrentar hasta diez de esos al mismo tiempo.
Ante tal despliegue de maná, nadie se atrevió a dudar que era posible.
Bruno continuó, su tono tan cortante como una cuchilla:
—Como héroes, ustedes son buenos actores.
Ya deberían ser tan fuertes como yo. Y calculo que, con suerte, ustedes cuatro son de rango B superior... o, en el mejor de los casos, A.
Solo Amelya está casi en el rango S. Además, sus habilidades individuales son destacables... por eso no deberían ser tan engreídos por un logro tan patético.
Así como terminó de hablar, el aura de Bruno se disipó, pero el aire aún parecía no regresar del todo a sus pulmones, y los temblores seguían sacudiendo hasta sus propios espíritus.
Darwin golpeó el costado del carruaje con ira y resignación.
—¿De verdad somos tan patéticos...? —murmuró, apretando los dientes.
Bruno, con una serenidad cortante, agregó:
—Lo son. Por alguna razón, su crecimiento es mucho más lento que el de anteriores héroes. Y la decisión del rey de enviarlos al mundo tan pronto les jugó en contra.
Amelya, cabizbaja a pesar de haber sido elogiada, preguntó en voz baja, casi temerosa:
—Disculpe... señor Bruno... ¿por qué dijo que yo era más fuerte que ellos?
Pero antes de que él respondiera, ocurrió algo inesperado:
El tanque del equipo, Gastón —quien jamás había dicho una palabra en público— se expresó, breve y contundente:
—Me salvaste dos veces.
Sus palabras resonaron en el interior del carruaje, haciendo que todos alzaran la vista hacia el grandulón en estado de sorpresa.
Amelya, incapaz de pronunciar palabra, solo abrió los ojos, atónita, mientras Gastón continuaba:
—Ni yo sería tan fuerte.
El silencio volvió a caer, como si aquel instante hubiese sido un milagro.
Bruno, retomando su tono implacable pero esta vez algo más respetuoso, añadió:
—Así es... Pudiste no solo curar y proteger a tus compañeros, sino que mantuviste una fuerza mental digna de una aventurera de alto rango.
Además, tu habilidad Livain os es rara incluso entre los héroes... y la usas como si la hubieras desarrollado durante años.
Creo que nadie aquí estaría en desacuerdo con eso.
El carruaje llegó a un claro a orillas de un arroyo, donde disponían un campamento con un par de carpas provisorias y una fogata que rompía con las penumbras. Rodeando las llamas que eran testigos de una comida improvisada: carne seca y pan. Las bocas masticaban en silencio, como si no existiera otro propósito más que reponer las energías gastadas.
Un poco más allá del campamento, Bruno ataba un pequeño papel a la pata de un búho de plumas blancas, que sin dudar un segundo, emprendió el vuelo llevando su mensaje a destino.
Las charlas comenzaron a aparecer tímidamente en la ronda. Estela y Amelya, las más unidas del grupo, hablaban amenamente.
—Te luciste hoy, Amelya —dijo Estela con una sonrisa, apoyando una mano en su regazo en gesto de aliento.
Amelya, agradecida, respondió:
—Gracias. Jamás pensé que podría lograr tanto. Me da alivio saber que fui de utilidad.
Interrumpiendo descaradamente, y algo encorvado por el alcohol, Richard se acercó tambaleando y soltó con sarcasmo y envidia:
—La nueva consentida del grandote... Te crees mucho por tu pequeño show de luces.
Estela reaccionó al instante, empujándolo con fuerza:
—¡Cállate! —le espetó con ironía—. ¿O acaso tú te cansaste de llorar y por eso no pudiste ayudar?
Richard, que no se dejaba pisotear fácilmente, la tomó del cuello, acercándose a su rostro, casi al punto de lamerla. De su boca brotó un comentario repulsivo:
—A ti te quedarían bien unas lágrimas... ladroncita.
La única que se levantó ante esa escena fue Amelya; el resto permaneció indiferente, ni por reflejos atinaron a reaccinar, dejando en claro que la amistad no era el lazo más fuerte en ese grupo.
En ese momento, la voz de Bruno irrumpió:
—Qué gusto ver lo animados que están...
Richard soltó a Estela de inmediato al ver a Bruno acercarse con paso firme. Bruno se sentó frente al fuego y, con mirada severa, dijo:
—Siéntense. Tenemos que hablar.
—Acabo de enviar un mensaje al palacio. Lo más seguro es que hagan pública la noticia de su logro —anunció Bruno, mientras su mirada recorría al grupo—. Aunque no dudo que exageren un poco; de nada sirve que los héroes invocados sean tan... patéticos.
Ante esas palabras, los dientes de Darwin crujieron de impotencia. Fue Amelya quien, levantando tímidamente la mano, preguntó:
—¿Y eso no sería peor? Si no podemos lograrlo de verdad, ¿no hará que la gente sospeche tarde o temprano?
Bruno, satisfecho por la agudeza de la pregunta, asintió.
—Exacto, niña. Pero tengo una propuesta que probablemente podría resolver ese problema.
Las miradas de los cinco se clavaron en el instructor, expectantes. Bruno continuó:
—No muy lejos de aquí están las montañas Berman, que en su momento fueron un famoso nido de dragones...
Estela, perspicaz, intervino enseguida:
—¿Vamos a enfrentarnos a un dragón?
Las caras de preocupación no se hicieron esperar.
—Jaja ¡Si apenas pudimos contra el cabeza de hongo, ¿y vamos a poder contra un dragón?! Jaja, qué buena broma —soltó Richard con su sarcasmo habitual.
Bruno, imponiendo silencio con su sola presencia, agregó con seriedad y convicción:
—Así es. Si no logran crecer por métodos convencionales, forzaremos la situación. Además, es muy probable que no encontremos ninguno... hace mucho tiempo que no se registran avistamientos. Pero, aun así, servirá para que la fachada que está construyendo el palacio sea más espectacular... y les dará tiempo para entrenar antes de enfrentarse a un monstruo de nivel alto de verdad.
Darwin tomó la palabra. Crudo y decidido, dejó escapar un aura que, aunque claramente más débil que la de Bruno, no dejaba de ser imponente: el viento se agitó y las llamas bailaron al son de su poder.
—Está bien. Iremos a ese nido... —declaró, con la voz cargada de una furia contenida—. Y ojalá aún quede algún dragón. Esta vez no pienso darte motivos para llamarme patético —añadió, clavando la mirada en Bruno con una intensidad que parecía querer aplastarlo.
Un poco apartada, Amelya se aferró a su báculo. Aunque el aura de Darwin no le afectaba tanto como la de Bruno, no pudo evitar sentir un estremecimiento. Sin embargo, en su interior, más fuerte que el miedo, se impuso un solo pensamiento:
"No puedo fallar..."