Soy Eros Montalbán. A simple vista, un estudiante brillante de medicina. Pero por dentro, soy otra cosa. Algo que no encaja. Algo que no se puede domar.
Desde niño he sentido esa pulsión: el cosquilleo en los dedos, la sed, la oscuridad. Mi madre me enseñó a mantenerla bajo control, a domar la bestia… pero incluso ella sabe que es cuestión de tiempo. Porque la sangre de Lucas Santori corre por mis venas, y su legado me pertenece.
Mientras el mundo celebra mi genialidad, yo observo desde la sombra. No busco amor, ni redención. Busco respuestas. Y si el precio es desatar lo que llevo dentro… entonces que el mundo arda.
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CAPITULO 21
DANTE.
El florero pasó silbando tan cerca de mi cara que sentí el aire cortarme la mejilla. Estalló contra la pared detrás de mí, haciéndose pedazos como si representara todo lo que yo había intentado mantener intacto.
Lucas estaba de pie, con el pecho subiendo y bajando como una bestia herida. Jadeaba, los ojos desencajados, la mandíbula tensa, las manos aún manchadas de sangre.
—¿Por cuánto tiempo pensabas seguirme mintiendo, maldito? —rugió con una furia que me heló los huesos—. ¿De verdad creíste que soy tan estúpido? ¿Pensaste que jamás iba a despertar?
Quise decirle que no. Que no era eso. Pero él no me dio oportunidad.
—¿Te avergüenzo tanto? ¿Te asquea tanto lo que soy que tuviste que borrarme? ¿Que tus putas manos están limpias y las mías no? ¿Eso es lo que te jode, Dante?
Su mirada me atravesó como un cuchillo oxidado. Quería acercarme. Decirle que no era así. Pero no me moví.
—Lo hice porque no podía permitir que la policía te enterrara en una celda —le respondí finalmente, con la voz baja, quebrada—. Porque eras mi hermano. Porque alguien tenía que tomar las decisiones que tú no podías.
—¿Decisiones? ¡Me robaste la maldita vida! —escupió—. ¿Quién carajo te crees?
—¿Sabes lo que hiciste antes? —pregunté, intentando obligarlo a enfrentar su propia sombra—. ¿Lo recuerdas?
Se quedó en silencio por un momento. Luego, con una risa seca y venenosa, respondió:
—Recuerdo que encerré a ese hijo de puta de Julián Frade durante tres días. Lo vi rogar como un cerdo. Vi0laba niñas en las fincas que heredó, las drogaba, las enterraba calladas… y nadie hacía nada porque tenía dinero y apellido.
Le corté el talón, como a todos. Porque nadie debería morir de pie cuando ha vivido arrastrando a otros por el infierno. Lo dejé desangrarse mientras le susurraba los nombres de las que mató.Después… desapareció. Como todos los demás
Mi estómago se contrajo. Sí, los recuerdos estaban regresando. Pero eran fragmentos. Momentos sueltos. Ecos de un pasado sangriento que aún no estaba completo.
No recordaba a Valeria. Ni al hijo que tuvo con ella. Nada.
Y aunque sabía que era una oportunidad para decirle la verdad… mentí.
Le conté una versión recortada de su pasado. Dije que se había disparado frente a la policía porque lo descubrieron y el no queria ser encerrado, que su cuerpo quedó casi irreconocible. Que todos lo creyeron muerto. Que yo fui el único que no pudo dejarlo ir. Omití su historia con Valeria. Omití a su hijo. Omití todo lo que podía encender una chispa más grande de la que ya ardía.
Porque Valeria… ella tenía ese maldito poder sobre él. Sacaba lo peor. Siempre lo hizo.
Tal vez había recordado quién era. Pero aún tenía la esperanza —mínima, temblorosa— de que la vida que habíamos construido en Lisboa lo mantuviera atado a algo mejor. Algo más… humano.
Sabía que Valeria estaba bien. Tenía mis contactos. Un informante me había dicho que se había casado con Zack Daniels… y que tiempo despues había enviudado. Vi fotos de Eros su hijo más de una vez. Viaje a verlo en muchas ocasiones, me acerqué a su escuela, caminé por el mismo parque, vi cómo jugaba. Era sangre de mi sangre. Mi sobrino.
Y sí. Sé que lo que hacía era de mierda. Lo sé. Pero no podía arriesgar todo lo que había hecho. No podía permitir que Lucas regresara a ese mundo. Al viejo Lucas. Al monstruo.
No ahora. No después de todo.
Yo no quería que Lucas Santori resucitara.Yo solo quería que se quedara muerto.
...****************...
Creí que al ocultar a Valeria y a su hijo todo quedaría sepultado en la mentira. Bastaba con no mencionarlos, con tacharlos del mapa y del recuerdo. Pero me equivoqué.
Los años pasaron, pero los asesinatos regresaron. Más calculados, más meticulosos y brutales. Esta vez, sin embargo, no venían solo de Lucas. Helena, mi hija, ya adolescente, se había involucrado también.
No fue de golpe. Primero fueron preguntas, luego silencios, y más tarde, ausencias. La noté distinta, más fría. Sabía que había sufrido, sabía que cargaba con más oscuridad de la que una niña debería conocer. Por más que intenté persuadirla, hablarle, hacerle ver otro camino… fue inútil. Era su forma de canalizar el dolor. Su manera de sobrevivir.
Y lo peor… es que no tuve el valor de detenerla. Me sentía culpable. Por no protegerla de su madre. Por Lucas. Por todo.
Una tarde volví a casa y noté algo extraño. La puerta de mi habitación estaba entreabierta. Siempre la cerraba bajo llave. Siempre.
Mi instinto se activó de inmediato.
Entré.
Lucas estaba sentado frente al escritorio. Inmóvil. Las manos cruzadas. Las fotografías de Valeria y Eros estaban esparcidas sobre la madera. Una en particular de ella, la miraba con intensidad peligrosa.
También estaban los comprobantes de depósito, los pagarés, los movimientos bancarios a nombre de la cuenta que cree para Valeria.
—¿Quién es esta mujer? —preguntó sin apartar la vista de la foto.
Mi garganta se cerró.
—¿Por qué hiciste una cuenta a su nombre y estás depositando tanto dinero en ella? —añadió, esta vez más brusco.
Lo miré y supe que ya era tarde.
Se giró, tomó la foto entre los dedos y me encaró.
—¿Por qué siento que me estás mintiendo de nuevo, Dante? —Su tono era grave, seco, contenía una furia al borde del estallido—. Vi esta maldita foto y algo se movió en mí. Algo se sintió extraño.
No respondí.
Entonces me agarró de la camisa, con fuerza, y me sacudió como si pudiera arrancar la verdad a golpes.
—¡¿Quién carajos es esta maldita mujer?!
Su voz fue un rugido. Su mirada… la misma de años atrás. La de Lucas Santori.
No tuve escapatoria.
Lucas me tenía acorralado, no solo con el cuerpo, sino con la verdad.
Así que hablé.
Le conté todo. Cada fragmento maldito.
Le hablé de Valeria, de lo que representó para él. De cómo se amaron, de cómo ella lo creyó muerto. De Eros, su hijo. Le dije que Valeria se había casado después, que había enviudado, que había seguido su vida creyendo que Lucas Santori se había ido para siempre.
Le confesé que la observé desde la sombra. Que deposite dinero todos estos años a esa cuenta que cree para Valeria y que eventualmente se la entregaria a nombre de Lucas Santori, como una forma de aliviar la culpa, como si eso bastara para justificar mi silencio.
También intenté explicarme. Justificar las decisiones. Le dije que si no lo hacía, la policía lo habría metido a la cárcel por el resto de su vida. Que su rostro, su pasado, todo lo condenaba. Que le estaba dando una oportunidad de empezar de nuevo.
Lucas no dijo nada al principio. Solo me miraba. Su respiración era inestable, y su mandíbula temblaba como si estuviera conteniéndose.
Entonces, me lanzó el primer golpe.
No tuve tiempo de reaccionar. Mi rostro giró con violencia por el impacto, un zumbido sordo me llenó los oídos.
Pero no hice nada. No respondí.
En el fondo sabía que lo merecía.
Y él tampoco se detuvo.
—¡Me quitaste todo, maldito! ¡Todo! —gritó mientras me golpeaba otra vez, y otra—. ¿También me la quitaste a ella? ¿Me quitaste a mi hijo? ¿Qué más, Dante? ¡¿Qué más me ocultaste?!
Yo solo apretaba los dientes, dejando que la culpa me abriera la piel.
—¿Realmente la amé, o es otra de tus mentiras? ¡¿Realmente ese niño es mi hijo o también te lo inventaste?! ¡Ya no sé qué mierda es verdad! ¡No sé si lo que siento siquiera es mío!
Sus palabras eran cuchillas.
Estaba fuera de sí. Y con razón.
Todo lo que yo había tratado de contener, todo lo que encubrí con buenas intenciones y mentiras piadosas, estaba ahora explotando frente a mí.
Y fue entonces que se escuchó.
—¡Papá!
La voz de Helena rompió el caos.
Se detuvo.
Lucas se giró hacia la puerta. La vio. Y algo en su mirada cambió. Una sombra de conciencia, de duda.
La furia no desapareció del todo, pero por primera vez en minutos, soltó mi camisa.
Helena tenía lágrimas en los ojos. Estaba temblando, y yo… yo solo quería desaparecer.
Lucas no me habló durante semanas y yo no lo culpé.
Lo observaba desde lejos, desmoronándose en silencio, devorándose a sí mismo. Se pasaba horas frente a la computadora, a los documentos, a las fotos de Valeria y Eros. Investigaba. Leía. Comparaba fechas, lugares, detalles. Se estaba volviendo obsesivo con la idea de reconstruirse.
Cada noche era igual: el rechinar de sus dientes, las paredes rayadas con notas a mano, las madrugadas buscando respuestas en los ojos de una mujer que apenas lograba reconocer.
Y yo solo podía verlo en silencio, sin poder intervenir. Porque sabía que cualquier cosa que dijera solo sería gasolina en su incendio.
Lo escuchaba murmurar su nombre: Valeria.
Y Eros.
Los nombraba con la cautela de quien quiere tocar un cristal sin romperlo, con ese desconcierto de quien los siente suyos sin saber por qué.
En el fondo… yo sabía que dudaba de mí. Que parte de él creía que le había mentido sobre todo otra vez. Y otra parte solo quería creer que había una razón para no recordarla.
Helena me decia que él se preguntaba todo el tiempo cómo era posible que hubiera podido siquiera amar a alguien...como podía haberse enamorado tanto de esa mujer y olvidarlo todo.
Y por eso, cada día se sentaba frente a esa fotografía como si pudiera desenterrar algo con la mirada.
Hasta que un día, no aguanté más.
Reuní el poco valor que me quedaba y toqué su puerta.
Él no dijo nada al principio, ni siquiera cuando entré. Solo siguió escribiendo en su libreta, como si yo no estuviera. Me quedé ahí, de pie, esperando. Tragándome las palabras, los errores, los años.
—Sé que fallé —dije por fin—. Sé que te arranqué todo. Solo… no quería verte podrirte en una celda. Pensé que si empezabas desde cero, podrías ser feliz.
Lucas cerró el cuaderno lentamente.
Sus ojos estaban más oscuros de lo normal, como si hubiera una tormenta constante en ellos. Me observó un largo rato, y por primera vez en semanas, habló.
—Quiero verla.
Me quedé quieto.
—Quiero ver a ese muchacho que dices que es mi hijo, y a ella —agregó, la voz tensa, pero firme—. A esa mujer que no puedo sacar de la cabeza aunque no la recuerde.
Tragué saliva.
—Lucas…
—Tal vez, y solo tal vez… si vuelvo a tocarla —dijo, mirándome a los ojos—. Si la tengo de frente, si siento su piel, su voz… tal vez entonces lo recuerde. Todo.
Sentí un escalofrío.
Porque aunque deseaba que volviera a recordar, también temía lo que eso desataría.
Porque si el Lucas Santori de antes despertaba por completo… quizás, esta vez, ya no podría volver a dormirlo.