La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
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Leonardo Moretti...
Con una excusa bastante improvisada, Emilio regresó al día siguiente a la empresa de diseño gráfico. Habló con Thiago, aunque hubiera preferido hacerlo con ella, la dueña de ese zarcillo que ahora llevaba en su cartera como un amuleto de buena suerte.
La caleña jamás apareció. Discretamente, le preguntó a una de las empleadas, quien le dijo que estaba cerrando un negocio en Medellín —otra ciudad colombiana— y que volvería en una semana, momento para el cual el italiano y su padre ya no estarían en el país.
Emilio se fue diciendo para sí mismo:
—Entonces nos veremos en seis meses, indomable parlanchina.
Seis meses después...
La caleña llegaba a un pequeño departamento en la ciudad de Milán. Se había preparado con esmero para enfrentar este nuevo reto, que ahora era un sueño hecho realidad: trabajar en una de las compañías automotrices más importantes del mundo, al lado de los mejores. Era todo un desafío, pero ella tenía la suficiente tenacidad para afrontarlo.
Tenía conocimientos del idioma y la cultura italiana, aunque aún no dominaba el idioma a la perfección. Otra de sus metas personales era perfeccionarlo, para poder defenderse en ese mundo de empresarios donde, en su mayoría, quienes llevaban la batuta eran hombres. Un mundo de machos para el cual ella se sentía más que lista.
Durante el tiempo de preparación, Alessandro Moretti estuvo en contacto con ella, ofreciéndole su ayuda para cuando llegara al país. Pero Susana no quería abusar de la buena voluntad del italiano. Además, no quería darle motivos a su hijo para burlarse de ella.
El día estaba soleado. La caleña tomó un taxi para hacer algunas compras, preparándose para su pronta llegada a la compañía.
Cerca del lugar donde ahora vivía, había un hermoso parque. Susana se distrajo viendo a la gente disfrutar del lugar, cuando de pronto un perro grande de raza indefinida se acercó a ella moviendo la cola. Ella rió al ver al animal.
—¡Pero qué guapo estás! ¿Cómo te llamas, eh? —dijo mientras lo acariciaba.
Detrás, un anciano lo llamaba con insistencia:
—¡Vespa, ven aquí! ¡No molestes a la señorita!
—Tranquilo, señor. No me molesta. Es muy bonito. Me encantan los amigos perrunos.
—No eres de por aquí, ¿verdad?
—¿Se me nota? —rió ella, con esa gracia natural que la hacía aún más encantadora.
—Sí, déjame adivinar... No lo digas. Eres colombiana, de esa ciudad que llaman "la sucursal del cielo", ¿no es así?
—¡Qué acertado, señor! Sí, soy orgullosamente caleña. ¡Colombiana, a mucho honor! Y ya que acertó... le tengo una propuesta: ¿qué tal si vamos a tomarnos un café? Acabo de llegar a esta ciudad y necesito amigos. Y usted parece bastante amigable.
—Acepto, también necesito una nueva nieta —respondió el anciano con una sonrisa divertida—. Pero antes debemos presentarnos. No iré a tomar un café con una colombiana desconocida... ¡Qué tal que me secuestre!
Susana soltó una carcajada.
—Sé que puedo parecer peligrosa, pero no lo soy. Mucho gusto, soy Susana Montero.
—Vaya, lindo nombre. Yo soy Leonardo Moretti.
Ella se quedó en silencio por unos segundos. El apellido retumbó en su mente.
—¿Moretti? —repitió con sorpresa— ¿Tiene algo que ver con la compañía automotriz Moretti?
—Bueno... digamos que tengo bastante que ver. Fui su fundador —dijo él con una sonrisa orgullosa—. Y además, soy el abuelo de Alessandro y Emilio Moretti.
Los ojos de Susana se abrieron, y un gesto de respeto y admiración se dibujó en su rostro.
—No puedo creerlo... qué honor conocerlo, señor Moretti. Yo vine justamente por un proyecto con su compañía. Es un sueño para mí formar parte de ese equipo.
Leonardo la miró con afecto.
—Entonces el honor es mío, querida. Eres bienvenida en esta tierra, y en mi empresa también. Si alguna vez necesitas algo, no dudes en buscarme. Considera que ya tienes un amigo en Italia... y si me lo permites, también un abuelo.
Susana sonrió con emoción.
—Gracias, señor Leonardo... no sabe lo mucho que eso significa para mí.
—Nada de señor. Llámame Leo, como hacen los que me quieren —dijo él guiñándole un ojo—. Anda, vamos por ese café. Y cuéntame más de esa caleña tenaz que vino a conquistar Milán.
Leonardo Moretti y Susana hablaron por horas en aquella pequeña y acogedora cafetería del barrio milanés. Entre risas, anécdotas y uno que otro gesto de complicidad, el tiempo pasó volando. Ambos se sorprendieron de la conexión tan natural que había surgido entre ellos, como si se conocieran desde hace años.
De pronto, Susana miró su celular y abrió los ojos con sobresalto.
—Disculpe, señor Moretti. ¡Hablo demasiado! Seguro le he robado tiempo valioso... Ya me voy, iba al supermercado, aunque en realidad no tengo idea de dónde queda alguno por aquí.
Leonardo soltó una carcajada sincera, llevándose la mano al pecho.
—Tranquila, querida. ¡Ha sido grato hablar contigo! Hacía mucho que no me reía tanto... Me agradas. Vamos, te llevaré al supermercado y luego a tu apartamento. No te preocupes.
—¿De verdad? ¡Gracias, qué caballero!
Leonardo la acompañó a hacer las compras como si fuese una de sus rutinas favoritas. Caminaba a su lado observando cómo ella inspeccionaba cada producto con atención y murmuraba entre dientes mientras hacía cuentas en su pequeña libreta. Le pareció encantadora.
Mientras caminaban por los pasillos del supermercado, en la mente del anciano comenzaba a gestarse un divertido plan. Siempre le había gustado hacer de cupido, aunque no siempre le resultara del todo bien.
"¿Y si mi desordenado nieto finalmente sienta cabeza con una caleña tan bella como ella?", pensó, mientras la miraba comparar precios de la pasta.
—Leonardo, ¿qué estás tramando ahora? Recuerda lo que pasó con Luciana —le murmuró su conciencia, en ese tono severo que a veces usaba su difunta esposa cuando lo reprendía en vida.
"Sí, eso no resultó... pero lo de Majo y Alessandro sí. Tal vez esta vez también funcione."
—Ya estás viejo para eso, Leonardo.
"Puede ser... pero ahora soy más sabio", replicó internamente con una sonrisa traviesa mientras observaba a Susana murmurar con un gesto concentrado:
—A ver... si llevo dos paquetes de arroz, más las salsas, y esos quesitos... creo que me alcanza. Aunque el vino se me sale del presupuesto... —decía en voz baja.
—Llévate el vino también, querida. Considera que es una bienvenida a Italia, cortesía de un viejo amigo —dijo Leonardo mientras colocaba la botella en el carrito con una sonrisa.
Susana no supo si reír o agradecer. Así que hizo ambas cosas.
—Grazie, signore Leo.
—¡Así me gusta! Ya estás hablando italiano con soltura —respondió él, guiñándole un ojo.
Cuando terminaron las compras, Leonardo llamó a su chofer personal.
—Henry, lleva a la señorita Montero hasta su apartamento. Cuídala como si fuera familia —le ordenó con afecto.
Susana se despidió con un abrazo cálido, aún sorprendida por la generosidad de aquel anciano tan peculiar.
Antes de que ella subiera al auto, Leonardo la detuvo con una última invitación:
—Este domingo almorzaremos todos los Moretti en casa... mis hijos, mis nietos, y ahora tú también, si te animas. Me encantaría que vinieras.
Susana lo miró con ternura.
—¿Está seguro?
—Más que seguro. Te espero a la una. Y ve con hambre, que mi nuera cocina para un ejército.
Ambos rieron una vez más. Luego, el auto partió dejando al anciano en la acera, pensativo, mirando el cielo milanés.
"Puede que esté viejo...", se dijo.
"Pero aún sé reconocer una buena historia cuando la veo empezar."
/CoolGuy/
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És más ni cita hago ahí mismo lo páro en seco y le digo hablémos de el negocio aquí mismo y ahora.
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