MI ESPOSO ES UN CEO

Afuera, la mañana tenía ese aire fresco y despejado que solo ofrecen los días con promesa de caos. Camilo y Lucía corrían calle abajo, esquivando puestos de empanadas y saludando de paso al señor del quiosco que siempre les gritaba.

—¡Van tarde otra vez, par de perezosos!

—¡Culpa del café de Lucrecia! —gritó Camilo sin dejar de correr, mientras Lucía soltaba una carcajada y se le unía en la esquina.

—No, culpa tuya por quedarte hablando con mi abuela ... —dijo Lucía, dándole un codazo cómplice—. Yo te vi cómo la mirabas.

—¿Yo? ¿Mirarla a ella? ¡Por favor! Si esa mujer me vuelve loco todos los días...

—Ya te volvió, solo que no te has dado cuenta.

Camilo frenó en seco para esperar el bus que ya venía bajando por la avenida.

—¿Tú creés? —preguntó, respirando agitado pero sonriendo de lado.

Lucía lo miró con esa expresión de una esposa responsable que ya había adoptado a Camilo desde hacía meses.

—Ay, Camilo... No eres tan difícil de leer. Solo te falta que le lleves flores y le digas Angisita, a bañarte conmigo.

Camilo estalló en risas —estas celosa de tu abuela mi princesa.

Y no me des ideas, que soy capaz de hacerlo.

El bus frenó con un chirrido y los dos subieron rápido, buscando asiento entre los que aún quedaban vacíos. Lucía se acomodó junto a la ventana, Camilo a su lado. Aún le faltaba al mundo el bullicio del mediodía, pero ya había suficiente movimiento para llenar el ambiente de vida.

Durante unos minutos, ambos guardaron silencio, viendo cómo la ciudad despertaba. Camilo jugaba con el cierre de su mochila, pensativo. Finalmente, se volvió hacia Lucía con una sonrisa contenida.

—¿Tú sabés que anoche soñé con tú abuela?

—¿Con quién? ¿Con Angie? —preguntó Lucía, alzando una ceja.

—Sí... Pero era raro, estábamos en una especie de río, como si estuviéramos acampando. Y ella me tiraba agua, y yo le decía que ya estaba bañado... —hizo una pausa, y se rascó la nuca—. ¡Hasta en los sueños me molesta con eso!

Lucía soltó una carcajada que contagió a la señora que iba al frente.

—Camilo, estás perdido. Mi abuela te trae dando vueltas hasta en el inconsciente. ¿Y qué más pasaba en el sueño?

—Nada... Bueno, sí... Nos reímos mucho. Y... me agarró de la cara, como si fuera a besarme... pero justo en ese momento sonó el despertador.

Lucía suspiró y apoyó la cabeza en el vidrio.

—¿Y qué vas a hacer con eso?

Camilo se encogió de hombros.

—Nada. La abuela es mucha mujer con bastón . Yo solo soy un niño nada más... Y yo solo te amo a ti —dijo con una sonrisa.

—Ah, no empieces con eso. Ella se ríe contigo de una forma distinta, como si quisiera matarte, ¿no te diste cuenta? Contigo no se burla, se divierte. Y eso es muy peligroso, Camilo.

—¿Por qué?

—Porque conozco a mi abuela y es una mujer peligrosa y se divierte con alguien, y está vez se burla de ti .

Camilo la miró con los ojos como platos.

—¡Lucía!

—¿Qué? —dijo ella encogiéndose de hombros—. Es la verdad mi amor yo siento que algo sabe la abuela que yo no.

Mientras Camilo y Lucía vivían su burbuja de amor al otro lado de la ciudad, ignorando el caos que se avecinaba, en la oficina de Victor se desataba una tormenta.

La puerta se abrió de golpe con un estruendo seco.

—¿Por qué te casaste, Víctor? —gritó Vanesa, con los ojos encendidos de rabia, cerrando la puerta con un solo portazo que retumbó en las paredes—. ¿Cómo pudiste hacerlo a mis espaldas?

Victor levantó la mirada desde su escritorio, sin sorpresa, pero con una mueca de fastidio que intentó disfrazar tras una expresión de serenidad. Sabía que tenía que calmarla. Si perdiera el control de Vanesa, todos sus planes podrían venirse abajo.

—Me casé porque necesito obtener la herencia de mi padre —respondió, con voz baja pero firme—. Para eso tengo que tener un hijo dentro del matrimonio, y tú y yo... tú y yo no estamos casados, Vanesa.

—¡Eres un imbécil! —soltó ella, con lágrimas asomando en los ojos, aunque su rostro ardía de furia—. Ya tenemos a Ricardo... ¡solo era cuestión de casarnos, Víctor!

Se levantó de la silla, agitada, y comenzó a caminar de un lado al otro dentro de la oficina, presa de una ansiedad que la estaba devorando en esos momentos. Las manos le temblaban.

—Vanesa, por favor, no te enojes —dijo Víctor, poniéndose de pie y acercándose a ella con cautela—. Sabes que solo te amo a ti. Esto es un movimiento estratégico. Si logro quedarme con la herencia, Camilo se quedará con el treinta por ciento, y yo con el resto. Me convertiré en el nuevo CEO... ese siempre ha sido el plan.

La voz de Víctor se suavizó, casi como si intentara hipnotizar a Vanesa con palabras dulces, pero frías como el acero.

Vanesa se detuvo en seco. Sus ojos se fijaron en los de él con una mezcla de desconfianza y deseo a la vez.

—¿Y qué quieres que haga ahora? —preguntó ella, en un susurro cargado de tensión. Sus brazos rodearon el cuello de Víctor, buscando aferrarse a algo entre tanto caos emocional.

—Quiero que hagas pasar a Ricardo como hijo de Camilo —dijo él al oído, sin rodeos—. Así, él tendrá un hijo ilegítimo. Eso le cerrará el camino a la dirección de la empresa. Nadie confiará en él , por no querer reconocer un hijo de él.

Vanesa se separó apenas, lo justo para mirarlo con una sonrisa que cruzó su rostro como un rayo perverso. Sus ojos brillaron con una mezcla de complicidad y ambición.

—Está bien —murmuró, encantadora y decidida.

Víctor se quedó observándola en silencio. Sabía que ella era capaz de todo por obtener lo que se proponía. Lo había comprobado en más de una ocasión. Por dinero, por poder… Vanesa no tenía límites.

—Cuando tenga la ubicación exacta de Camilo —dijo con voz grave, tomando su rostro con una mano—, no dudes en hacer tu parte, Vanesa.

La besó brevemente. No hubo amor en ese beso, solo una farsa cuidadosamente construida. Víctor ya no la amaba, ni siquiera la deseaba. Pero la necesitaba. Y eso era suficiente por ahora.

Vanesa se acomodó el cabello, alisó su vestido con elegancia y salió de la oficina con paso firme, sin mirar atrás.

Apenas la puerta se cerró, Víctor sacó su teléfono del bolsillo interior de su chaqueta y marcó un número.

—Síguela y me mantienes informado —ordenó, antes de colgar.

Se recostó en su silla, mirando por la ventana, mientras la ciudad seguía girando sin saber que, en las sombras, se tejía una red de mentiras, traiciones y ambición desmedida...

Continuara ...