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Tú Mi Luna, Yo Tu Tierra

Tú Mi Luna, Yo Tu Tierra

Status: En proceso
Genre:Escuela / Romance / Colegial dulce amor
Popularitas:1.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Kitty_flower

Anne es una chica común: pelirroja, de ojos marrones y con una rutina sencilla. Su vida transcurre entre clases, libros y silencios, hasta que un día, al final de una lección cualquiera, encuentra una carta bajo su escritorio. No tiene firma, solo un remitente misterioso: "Tu luna". La carta está escrita con ternura, como si quien la hubiese enviado conociera los secretos que Anne aún no se atrevía a decir en voz alta.

Día tras día, más cartas aparecen. Cada una es más íntima, más cercana, más brillante que la anterior. Anne, con el corazón latiendo como nunca antes, decide dejar su respuesta: una carta pidiendo un número de teléfono, un pequeño puente hacia la voz detrás del papel.

Desde ese momento, las palabras ya no llegan en papel, sino en mensajes que cruzan el cielo entre la luna y la tierra. Entre risas, confesiones y silencios compartidos, Anne descubre que la persona tras el seudónimo no es un sueño, sino alguien real.

NovelToon tiene autorización de Kitty_flower para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

presentando a mi Luna

No estaba nerviosa, pero sí inquieta. Caminaba de un lado a otro en la sala de la casa de Zadkiel, con las manos entrelazadas en la espalda y el corazón golpeando despacito contra mis costillas. Había invitado a los chicos a hablar. Solo eso. Una charla como tantas otras que habíamos tenido. Pero esta vez... era distinto.

Zadkiel trajo un vaso de limonada y se sentó en el sillón frente a mí, dándole un codazo suave a Iven, que sacaba galletitas de un paquete sin dejar de mirar su celular. Me miraron con expectativa, sin saber exactamente por qué los había reunido.

—Bueno —dijo Zadkiel—. Ya estamos los tres. ¿Querés decirnos qué pasa?

Me senté en el borde del sillón, con las piernas juntas y la voz cautelosa, como si hablara en un idioma nuevo.

—Necesito contarles algo —dije, con calma—. Algo importante para mí.

Ambos se enderezaron un poco, atentos. Me quedé mirando mis manos, sintiendo que si alzaba la vista y encontraba rechazo en sus caras, algo dentro de mí se quebraría. Pero también sabía que no podía callarlo. No quería vivirme a medias. No quería esconder lo más lindo que me había pasado en la vida.

—Estoy saliendo con alguien —dije primero—. Y antes de que empiecen a bromear o a preguntar con quién, quiero que me escuchen hasta el final.

Zadkiel me hizo un gesto con las manos, como diciendo “te lo prometemos”. Iven bajó el celular por primera vez en minutos.

Tomé aire.

—Estoy saliendo con Diana.

Silencio. De esos que te sacuden el pecho. De esos que no sabés si son buenos o malos hasta que terminan.

—¿Diana... tu amiga Diana? —preguntó Iven, con la ceja alzada.

—Sí —respondí—. Ella es mi novia. Y... quería contarles porque son mis amigos, y porque me importa que lo sepan. Me importa que la conozcan por lo que realmente es, y no por lo que ustedes alguna vez asumieron.

Zadkiel tragó saliva, intercambiando una mirada rápida con Iven. No dijeron nada de inmediato. Los ojos se les habían abierto un poco más, como si la idea los tomara por sorpresa. Pero no vi burla en sus gestos. Ni asco. Solo desconcierto.

—Mirá —empezó Zadkiel, pasándose una mano por el pelo—. Te voy a ser sincero. Fui un idiota con ella. Con vos también, probablemente. Nunca imaginé que te gustaran las chicas, y... bueno, Diana nunca me cayó bien.

—No es que no me cayera bien —dijo Iven enseguida—. Pero siempre parecía... no sé, rara. Lejana. Como si no encajara.

—No encaja —respondí con suavidad—. Y por eso la amo. Porque no intenta forzarse a ser otra. Porque su forma de ver el mundo es única. Porque a pesar de todo, me mira como si fuera la cosa más hermosa de la tierra.

Zadkiel bajó la vista. Iven suspiró.

—Nos comportamos como idiotas, ¿no? —dijo finalmente Zadkiel—. Hicimos comentarios feos. Nos reímos de ella. No sabíamos nada, y aún así opinábamos.

—No vine a pedirles perdón —les dije—. Vine a pedirles respeto. A decirles que si me quieren, si realmente les importo, entonces también tiene que importarles ella. Porque Diana me hace feliz. Porque con ella me siento... completa.

Iven dejó las galletitas en la mesa y se acercó, dándome un empujón en el hombro.

—Sos valiente, Anne. Más que nosotros. Perdón por no habernos dado cuenta antes. ¿Querés que la conozcamos? ¿Que la invitemos un día?

Asentí, aliviada. Zadkiel sonrió, esa sonrisa medio torpe que pone cuando no sabe cómo mostrar cariño sin parecer tonto.

—Traela a la próxima partida de cartas —dijo—. Si le gusta la música rara que escuchás, seguro nos cae bien.

—Le gusta la música más rara que yo —contesté riendo—. Y hace poemas. De esos que te dejan tiritando.

—La Luna poeta —murmuró Iven—. Quiero conocerla.

Me sentí más liviana. Como si algo invisible se me despegara de los hombros. Me levanté y fui hasta mi bolso. Saqué mi celular y marqué su número. La puse en altavoz.

—¿Hola? —respondió su voz, esa voz que reconocería en cualquier galaxia.

—Amor —le dije con una sonrisa que ya no podía contener—. Quiero que conozcas a mis amigos.

Silencio del otro lado. Luego, una risa tímida.

—¿Los idiotas?

Zadkiel e Iven rieron.

—Los idiotas que te deben una disculpa —agregó Zadkiel—. Hola, Diana.

—Hola —respondió ella, algo desconcertada.

—Prometemos no burlarnos más de tu forma rara de mirar el mundo —dijo Iven.

—Ni de tus poemas de luna —agregó Zadkiel.

Ella se rió, y sentí el sol entrar por la ventana.

—Me gustaría conocerlos —dijo—. Por Anne, lo que sea.

—¡Eso no se dice! —protesté entre risas.

—Lo que sea... mientras no tenga que escuchar a Zadkiel cantar en inglés.

—¡Eh!

Risas compartidas. Por un momento, me sentí exactamente donde tenía que estar.

Había presentado a mi luna al mundo. Y el mundo, por suerte, la estaba recibiendo con los brazos más abiertos de lo que esperaba.

Zadkiel había acomodado tres veces los sillones. Iven trajo su mejor limonada casera, y yo… bueno, yo me miraba en el espejo del pasillo intentando parecer tranquila, aunque el corazón me palpitaba como si corriera una maratón.

Diana venía.

No era una visita más. Era la primera vez que la traía a casa. La primera vez que la iba a presentar como lo que era: mi novia. La Luna que orbitaba constante en mi vida, iluminando mis noches más tristes con su luz temblorosa y honesta.

La puerta sonó y me lancé a abrirla. Ella estaba ahí, con su campera negra, el flequillo cayendo sobre los ojos y una sonrisa nerviosa apenas dibujada. La abracé. Y en ese abrazo estaba todo lo que había querido decirle por mensaje: vas a estar bien, estoy con vos, este lugar también puede ser tuyo.

—Hola —susurró ella.

—Hola, Lunita.

Entramos de la mano. Zadkiel e Iven se pararon al verla. Por un momento, sentí que el tiempo se congelaba. Pero no fue un silencio hostil, sino un respiro largo, como cuando uno se prepara para pedir perdón de verdad.

—Chicos… ella es Diana —dije, y mi voz tembló apenas—. Diana es mi novia.

Zadkiel fue el primero en reaccionar. Dio un paso adelante, algo torpe.

—Hola, Diana. Perdón si antes fuimos idiotas. Lo fuimos. Pero Anne te quiere, y eso es suficiente para nosotros. Debería haber sido suficiente desde el principio.

Iven asintió, serio.

—Mucho gusto, y… bienvenida. De verdad.

Diana no soltó mi mano. Pero su cuerpo se relajó un poco.

—Gracias. Me pone nerviosa… pero también me alegra estar acá.

Nos sentamos. Ella junto a mí, como un satélite al lado de su órbita. Yo todavía llevaba el collar que me había dejado en Navidad, con el pequeño planeta Tierra colgando. Lo toqué sin querer al acomodarme, como si el corazón se me hubiera caído hasta el pecho y necesitara aferrarme a algo.

Zadkiel le ofreció una limonada.

—¿Querés? La hicimos especialmente. Bueno, Iven la hizo. Yo la probé.

—Me gusta —dijo Diana, y tomó el vaso con cuidado.

La charla empezó con timidez. Diana se abría a pasos cortitos, pero firmes. Les contó sobre sus poemas, sobre cómo dibujaba lunas en los márgenes de sus cuadernos desde los ocho años. Iven le preguntó si tenía uno con ella. Ella dudó… y luego lo sacó.

Leyó.

> “Hay voces que orbitan mi mente

como satélites tristes,

pero hay una —una sola—

que me dice:

aquí estás bien.”

Cuando terminó, Zadkiel no dijo nada por un momento. Luego, con los ojos brillosos, murmuró:

—Eso fue… muy lindo.

—Es para Anne —dijo Diana, mirándome.

Mis mejillas ardieron. Quise esconderme entre los almohadones del sillón. Pero en lugar de eso, me acerqué un poco más a ella, y nuestras piernas se tocaron apenas.

La tarde pasó volando. La vi sonreír, vi cómo su voz, a veces bajita, a veces insegura, se abría como una flor tímida. Vi cómo Zadkiel le hablaba como a una hermana menor, y cómo Iven le ofrecía un cuaderno para que escribiera algo si quería quedarse más tiempo.

Y supe que estaba ocurriendo. Que Diana estaba encontrando su lugar. Que mi Luna por fin estaba tocando tierra.

Cuando el sol comenzó a caer, supe que era hora de despedirse.

—¿Te sentiste cómoda? —le pregunté en la puerta, con los dedos entrelazados a los suyos.

—Sí. Como si… como si me hubieran dejado quedarme. Sin explicarme, sin justificarme.

Nos quedamos un momento en silencio. La brisa de la tarde nos rodeaba como un murmullo. Sus ojos estaban fijos en mí. Brillaban como el cielo cuando asoma la luna llena.

—Gracias por presentarme —dijo, bajito.

—Gracias por quedarte.

Y entonces, pasó.

Fue un beso. Apenas un roce de labios. Lento, tierno, como un suspiro compartido. El tipo de beso que no necesita demostrar nada. Que solo dice: te veo, estoy aquí, y no quiero estar en otro lugar que no sea este.

Cuando nos separamos, su frente se quedó apoyada en la mía.

—Anne…

—¿Sí?

—Gracias por dejar que la Luna toque la Tierra.

La abracé, y me aferré a ella como si pudiera detener el giro del mundo. Porque en ese instante, el universo entero parecía estar en pausa… solo para nosotras.

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Edna Escalante
que bonito amor, así debe de ser el amor, sin prisas, sin presiones, sin ataduras, sin palabras, solo emociones y el sentir que alguien más te mira como tú miras a ese alguien
Edna Escalante
no sé comomes.vivir con autismo, pero si se cómo se siente cuando el mundo te aisla solo porque eres diferente, y duele más cuando de tu propia familia te hace sentir qué eres un estorbo y te quitan tu valor
Edna Escalante: eso si, hay de familias a familias y no siempre se apoya a un hijo con una discapacidad diferente, no solo con autismo, mucha a veces algunos prefieren dejar a ese hijo en abandono solo porque no saben cómo tratarlo
Kitty_flower: yo soy autista y se comí se siente serlo. aunque tengo siempre el apoyo de mi familia, pero no siempre te toca buena familia
total 2 replies
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