Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.
Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.
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Capitulo 3
Lucía dobló cuidadosamente los nuevos libros que habían llegado esa mañana.
Su jefa, la señora Patterson, estaba arriba en la oficina, dejando a Lucía sola en el piso principal.
El olor a tinta fresca y papel nuevo flotaba en el aire, reconfortándola como un abrazo silencioso.
Mientras ordenaba una edición de clásicos en tapa dura, sus pensamientos, incontrolables, volvían a él.
Al hombre de la mirada intensa y la voz grave.
El que había irrumpido en su librería como una sombra necesitada de refugio.
Lucía mordió su labio inferior, distraída.
No sabía su nombre.
Ni por qué había necesitado esconderse.
Y sin embargo... había confiado en él. Instintivamente.
¿Por qué?
Sacudió la cabeza, sonriendo para sí misma.
Quizás había visto demasiadas películas de misterio.
O quizás... había algo más.
Se obligó a concentrarse en el trabajo, saludó amablemente a un par de clientes, recomendó novelas ligeras a una adolescente tímida.
Pero cada vez que un hombre de cabello oscuro cruzaba la puerta, su corazón latía un poco más rápido.
Hasta que, decepcionada, volvía a su tarea.
Lucía no sabía su nombre.
Solo recordaba la sensación extraña de seguridad —y de peligro— que había dejado atrás.
Rafael, en cambio, lo manejaba todo desde el filo de su propio universo.
Sentado en su despacho, en la planta alta de su penthouse, con las luces de la ciudad parpadeando a lo lejos, revisaba informes discretos.
Gabriel y sus hombres enviaban actualizaciones constantes: movimientos del traidor, registros de llamadas, ubicaciones potenciales.
Cada tanto, bebía un sorbo de whisky, dejando que el calor descendiera lentamente por su garganta.
Pero incluso mientras hablaba por teléfono con contactos del bajo mundo, o leía mensajes codificados, había un rincón de su mente que no se callaba.
La chica.
La librera.
Se reprochó a sí mismo por la distracción.
No era momento de flaquear, no ahora que tenía que sellar la amenaza desde dentro.
Y sin embargo...
¿Qué clase de persona ofrecía refugio a un completo desconocido, sin preguntas, sin exigencias?
Se sirvió otro trago, apoyando el vaso contra su frente unos segundos.
En su mundo, no existía la bondad gratuita.
Todo se pagaba, tarde o temprano.
Pero ella...
Ella lo había mirado como si no fuera un monstruo.
"Ni siquiera la conozco", pensó, con una mezcla de frustración y curiosidad que le era ajena.
Ella había dicho que confiaba en él.
Una locura.
Una dulzura peligrosa.
Y Rafael Murray, el hombre que podía mover redes enteras de poder con una orden, se encontró deseando algo absurdo:
Volver a aquella librería.
Encontrarla.
Verla.
Escucharla.
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Mientras, en otro rincón de la ciudad, Lucía cerraba la caja registradora, apagaba las luces y salía a la calle helada, deseando, sin saberlo, exactamente lo mismo.
Esa noche, Rafael no pudo conciliar el sueño.
Había revisado tres veces los movimientos de sus hombres, asegurado las transacciones, reorganizado alianzas...
pero cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de ella:
el cabello suelto, las manos delicadas envolviendo libros, la voz dulce que no tenía cabida en su mundo.
Se sirvió otro whisky, más fuerte esta vez.
"Esto no puede seguir así", pensó, irritado consigo mismo.
Debía tratarla como lo que era: una variable desconocida.
Una pieza que había aparecido en su tablero sin aviso.
Dejó el vaso a un lado y tomó su teléfono.
Marcó un número corto, reservado para asuntos de máxima discreción.
Del otro lado, una voz seca respondió:
—Señor Murray.
—Necesito un informe —dijo Rafael, sin preámbulos—. De alguien.
Hubo una breve pausa, apenas un respiro.
—Nombre.
Rafael inhaló hondo.
El solo decirlo ya le resultaba íntimo, como romper un pacto tácito.
—Lucía Bennet —pronunció despacio, como saboreando el nombre por primera vez.
El sonido era suave.
Casi... hermoso.
La voz al otro lado confirmó:
—Entendido. ¿Alcance de la investigación?
Rafael apretó la mandíbula, reflexionando.
No quería invadirla.
No quería lastimarla.
Pero debía saber quién era.
Por su propia seguridad.
Por la de ella.
—Información básica —ordenó finalmente—. Familia, historial, trabajo actual, relaciones conocidas. Solo observación. Nada invasivo.
—Muy bien.
El investigador no dudó en responder unas horas más tarde, entregando un pequeño informe resumido a través de un canal seguro:
Lucía Bennet. Veintitrés años.
Rafael leyó esas dos líneas y se quedó en silencio largo rato, el informe temblando levemente entre sus dedos.
Veintitrés.
Siete años de diferencia.
Casi una vida completa entre ellos.
La curiosidad, lejos de apagarse, se volvió un fuego lento dentro de él.
Cerró el archivo sin leer más.
No aún.
Porque en el fondo sabía que cuanto más supiera de ella, más difícil sería mantenerse alejado.
Y Rafael Murray no podía permitirse debilidades.
No en su mundo.
No con ella.
La madrugada se deslizó silenciosa sobre Nueva York.
El cielo era un mar oscuro apenas rasgado por luces lejanas.
En su despacho, Rafael Murray permanecía sentado en su sillón de cuero, solo, con el informe de Lucía Bennet sobre la mesa.
Durante horas había evitado abrirlo.
Se había sumergido en trabajo, en estrategias, en órdenes.
Pero el sobre cerrado seguía ahí.
Una tentación silenciosa.
Finalmente, como quien cede ante algo inevitable, lo abrió.
Lucía Bennet —decía el encabezado.
Edad: 23 años.
Rafael pasó lentamente las páginas.
Origen: Nacida en Nueva York. Hija única de madre soltera, Carol Bennet, enfermera retirada.
Padre ausente.
Sin historial de conflictos.
Sin antecedentes legales.
Formación académica: Graduada en Literatura Inglesa en una universidad comunitaria.
Trabajó en cafés, bibliotecas públicas y pequeñas editoriales antes de instalarse como encargada de una librería local.
Rafael inclinó la cabeza, observando una pequeña foto adjunta: Lucía sonriendo, sencilla, con el cabello recogido en una trenza desordenada.
Era tan distinta a todo lo que conocía...
Gente como él no sonreía así.
Siguió leyendo.
Actividades extracurriculares:
Participación en clubes de lectura.
Voluntaria en un programa de alfabetización para adultos.
Organiza pequeñas ferias de libros usados en su comunidad.
No había lujos.
No había escándalos.
No había sombras.
Solo una vida sencilla, honesta... y, para su mundo, peligrosamente frágil.
Rafael apoyó los codos sobre las rodillas, frotándose el rostro con ambas manos.
Una parte de él —la parte que aún creía en la lógica y el control— le gritaba que se alejara.
Pero otra parte, más profunda, más silenciosa, ya estaba en movimiento.
Porque la había encontrado.
Porque ella no sabía quién era él.
Y porque, en esa noche interminable, Rafael Murray comprendió una verdad demoledora:
Lucía Bennet era la única persona en Nueva York que no esperaba nada de él.
Y eso la hacía infinitamente más peligrosa que cualquier enemigo que hubiera enfrentado.
La mañana siguiente amaneció gris y húmeda, como un susurro pesado sobre la ciudad.
Lucía Bennet caminó hasta la librería sosteniendo su paraguas contra el viento.
La rutina la reconfortaba: abrir las persianas, encender las luces cálidas, acomodar las novedades en el escaparate.
Colocó una tetera a calentar en la pequeña cocina del fondo, revisó el inventario, respondió correos de proveedores distraídamente.
Cada tanto, su mente volvía a aquella noche.
Al hombre de ojos oscuros y azules.
A la extraña sensación de peligro y electricidad.
Sacudió la cabeza para despejarse.
La mañana transcurrió entre clientes habituales y risas contenidas.
La señora Mitchell vino a comprar novelas de romance histórico; un par de turistas curiosos se maravillaron con la sección de rarezas.
Lucía recomendó libros con su ternura habitual, preparó una taza de té para ella y otra para el anciano señor Brooks —su cliente favorito—, que pasó a comprar un volumen de poemas.
Era un día como cualquier otro.
Hasta que la campanita de la puerta sonó, rompiendo el murmullo plácido del local.
Lucía levantó la mirada, lista para sonreír, pero algo en su instinto la hizo dudar.
El hombre que había entrado era diferente.
No llevaba paraguas a pesar de la llovizna.
Su abrigo largo estaba seco.
Y aunque sus pasos eran tranquilos, sus ojos se movían inquietos, examinando cada rincón, cada salida, cada rostro.
Lucía tragó saliva, incómoda sin saber por qué.
El hombre avanzó despacio, rozando las estanterías con una mano cubierta de tatuajes.
Cuando su mirada se cruzó con la de ella, Lucía sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Él sonrió.
Una sonrisa vacía.
Una sonrisa que no llegaba a los ojos.
—¿Tienen sección de historia? —preguntó con voz grave, rasposa.
Lucía asintió, señalando el fondo de la tienda.
—Al final, a la derecha —balbuceó, esforzándose por sonar natural.
El hombre inclinó apenas la cabeza en agradecimiento y se perdió entre los pasillos, caminando con una extraña mezcla de pereza y alerta.
Lucía volvió a su mostrador, fingiendo revisar papeles, pero sin poder dejar de mirarlo de reojo.
No sabía quién era ese hombre.
No sabía que, en ese mismo instante, en otro punto de la ciudad, Rafael Murray recibía una alerta urgente en su teléfono:
"Lo encontramos. El traidor fue visto entrando en una librería. 'The Reading Nook'."
Éste tipo ya la localizó
y ahora?