📚¡UN CEO! ¿DE PADRASTRO?
Él guarda una venganza.
Ella, un pasado que no la deja en paz.
Valentina es madre soltera y ha aprendido a sobrevivir en silencio.
De noche baila bajo luces artificiales de un club, ocultando su nombre, identidad y su dolor.
Todo su mundo se pone de cabeza cuando empieza a trabajar como secretaria del CEO más reconocido del país, mientras lucha por salvar a su hija enferma.
El amor es un lujo que no puede permitirse... o eso creía.
Armando Garza, frío, calculador y poderoso, tiene un solo objetivo: una venganza .
Pero su mundo perfectamente controlado se tambalea cuando una pequeña empieza a llamarlo “papá”...
Y cuando sus días se entrelazan con los de Valentina, la mujer que nunca debió cruzarse en su camino.
El deseo será inevitable.
El peligro, constante.
Y el pasado... letal.
¿Podrán amarse entre secretos, traiciones y mentiras?
¿Podrán forjar otra historia o su futuro ya está escrito?
Una novela con temas sensibles. No apta para todo público.
NovelToon tiene autorización de Frida Escobar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Punto de vista de ambos.
Camino hacia ellas tan pronto como logro reaccionar y llego a donde está Trini, sonriendo. Armando sigue de largo y yo cargo a Emma en brazos.
—Ese hombre, creado por los dioses, la mira a Emma… creo que estaba evaluando a su hija —dice riéndose, y le agarro el brazo molesta.
—Lo que hicieron estuvo muy mal, ¿qué hacen aquí? —pregunto, intentando mantener la calma.
—Ya casi es tu hora de salida, y tomé un taxi para que no haya pretextos. Venimos por ti —responde Trini, haciendo un puchero. Mi hija la imita de inmediato.
—Yo quería verte —me dice Emma, y Trini me abraza, apretándome suavemente.
Veo salir a mi tía y le entrego el pastel; no se sorprende, lo que me indica que ya sabía que vendríamos.
—Iré por mis cosas, esperen en el carro —les digo. Por primera vez, siento nervios; ¿cómo demonios miraré a Armando a la cara? ¿Creerá que fantaseo con él o, peor aún, que le estoy metiendo ideas a mi hija? DIOS, se me cae la cara de vergüenza.
Subo a la oficina y, con pasos lentos, camino hacia mi escritorio. Tomaré mis cosas y me largaré. Mañana todo esto será un recuerdo olvidado.
Recojo todo junto con la cafetera y apago la computadora. El ruido de la puerta abriéndose me pone alerta. Levanto la mirada y ahí está él, observándome.
—Ya es mi hora de salida —le digo, esquivando su mirada con la pena recorriéndome las venas. Salgo de mi cubículo, pero al pasar junto a él, me sujeta del brazo, obligándome a mirarlo.
—Felicidades —dice con una voz baja pero firme.
—Gracias… y sobre lo que dijo mi hija, ella no tiene idea de lo que dijo —respondo apenas, con un hilo de voz. Él asiente, serio, y me suelta. Seguimos caminando lado a lado.
Llegamos al elevador, y él revisa su celular. Momento incómodo. Las puertas se abren y, como ayer, no hay nadie más. Caminamos juntos hacia el estacionamiento, y mi hija llega corriendo. Me agacho para cargarla y veo que, con su manita, le dice adiós a alguien.
Miro hacia la dirección que ella saluda y noto que es Armando, subiendo a su carro y alejándose.
—Mi papi me dijo adiós —me dice Emma. La meto en el carro y miro mal a Trini.
Enciendo mi carro y escucho risas detrás. Acomodo el espejo y veo a Emma y Trini riéndose, disfrutando el momento.
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NARRADO POR ARMANDO
Me alejo de la empresa y, en un semáforo, observo el carro que se detiene a mi lado: Valentina. Es tan estricta que puedo escuchar, incluso a la distancia, sus regaños hacia su hija y hacia la otra jovencita.
Capto cuando dice la palabra “amargado” y “ogro”. La señora que Julián cree que es su madre le hace señas; ella mira hacia mi carro, pero con los vidrios polarizados no me ve desde afuera. Yo, en cambio, sí puedo verlas a ambas.
Los carros pitan y avanzo hasta la casa de mis padres. Al llegar, mi madre me espera en su despacho. Entro y la veo sonriente; hace mucho que no lo hacía.
—Los papeles que te dio Julián son muy importantes. Ya saqué una copia; devuélvelos para que no sospechen de él —me dice, y los recibo sin mirarla directamente.
—Escuché que corriste al primo de Alexa. Te dije que soportaras lo más que pudieras. Ellos deben confiarse, y entonces caerán ellos y toda su gente.
—Así lo decidí —respondo, serio, sin mirarla.
—¿Qué ocurre? —pregunta.
—Estoy cansado, padre. Estoy fastidiado de Alexa, de sus reclamos constantes, de mil llamadas y mensajes, de sus padres fingiendo lo que no siento —le digo con un suspiro.
—Lo sé, hijo —responde, acercándose y posando una mano firme sobre mi hombro.
—Estamos cerca. Lo que viene es peor: adelanta la boda. Que sea dentro de tres meses —me ordena.
Salgo de su despacho. En el inicio de las escaleras, mi madre me espera de nuevo.
—Mis amigas quieren saludarte —dice, con su típica sonrisa inquisitiva.
—Tengo algo que hacer —respondo, esquivando el encuentro. En la sala, veo al grupo de amigas de mi madre; mujeres que me dejaron solo cuando más las necesitaba, pero ahora disfrutan del éxito de la familia.
Salgo, abordo mi carro y le escribo a Julián para verlo en mi penthouse. Cuando llego, ya está sentado en las escaleras esperándome. Veo la langosta en la parte trasera de mi carro y la saco antes de que impregne olor.
—Por ahí escuché que ya eres padre —me dice riéndose, y me sorprende la rapidez con la que corren los chismes.
Busco mis llaves y entramos. Solo de recordar cómo la pequeña me llamó “papi”, me siento extraño. Coloco la langosta en la meseta; él levanta una ceja, pero no pienso decir nada.
—Hubiera querido estar presente en ese momento en el que la niña te dijo “papi” —me dice.
Lo miro, y ya entiendo cómo se enteró.
—Julián, te dije que dejes de estar chismoseando con las grabaciones —le reprocho, y él se ríe mientras se sienta en el sillón.
Le devuelvo los papeles, que él guarda.
—¿Qué fue esa idiotez de llamar a Jordan para pedir un pastel? A mí me da pena —me quejo.
—Vamos, Armando. Sé que Valentina no te pasa desapercibida, y quise ayudarte —responde, serio, mientras yo muevo el cuello por el estrés acumulado.
—Dime… ¿te gusta? —me pregunta.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —respondo, tomando un vaso de vodka.
—O sea, sí… la verdad es que averigüé algo de ella —me dice, riéndose mientras lo observo.
No puedo disimular: la volteo a ver. Él se carcajea en mi cara.
—No entiendo cómo una mujer como Valentina es madre… cualquier hombre querría estar con ella. Tremenda mujer.
Aprieto mi vaso, coincidiendo con él internamente, pero no lo digo.
—Valentina es madre soltera —afirma, quitándome el vaso de la mano y tomando un trago.
—¿Quieres una señal? Esa es. Tómala, amigo. Dicen que solo pasa una vez en mil años —concluye.
Dejo de escuchar lo que dice. No negaré que me llama la atención, por lo sincera que es, porque no se deja intimidar, y sé que no le soy indiferente. Pero tengo mis planes… y en ellos no hay espacio para esto. Una mujer como Valentina busca algo serio, y está claro que no pierde el tiempo. Yo no puedo darle eso.