A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.
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Capítulo 18
(POV: Dante)
La noche había caído pesada sobre la Villa. Las luces internas proyectaban sombras alargadas por los pasillos, como si el propio espacio anticipara la tensión que estaba a punto de explotar. Mellinda me esperaba en la sala de estar, impecable como siempre, el vestido negro contrastando con la palidez fría de su piel. Cada gesto de ella era calculado, cada respiración, controlada. Ella parecía saber exactamente el efecto que causaba — y eso solo alimentaba la rabia que crecía en mí.
— Dante — comenzó, con aquella voz dulce y venenosa — necesitamos conversar.
— ¿Conversar? — mi voz salió más firme de lo que pretendía. — ¿De verdad quieres usar la palabra “conversar”?
Ella arqueó una ceja, como si esperase que yo perdiese el control.
— ¿O prefieres gritar, quizás? — provocó, sonriendo levemente.
Me tragué el impulso de abalanzarme sobre ella. Respiré hondo, manteniendo la postura, intentando no dejar que el deseo y la rabia me dominasen.
— Estás manipulando todo. Todo lo que dijiste sobre estar embarazada… — mi voz falló por un instante, incapaz de expresar la mezcla de miedo y furia — ¿crees que puedes chantajearme?
Ella dio un paso al frente, lenta, deliberada.
— ¿Y tú crees que puedes intimidarme? — dijo, los ojos centelleando. — Dante, siempre tan orgulloso, tan confiado… tan vulnerable cuando se trata de mí.
Aquel comentario me quemó por dentro. No iba a admitirlo, pero la verdad era que todo en mí se inflamaba con cualquier provocación de ella. La rabia competía con el deseo, y odiaba admitir cuánto me afectaba.
— Escucha bien — hablé, la voz baja, intensa, los puños cerrados. — No permitiré que juegues con mi vida o con la de Bianca. Cualquier mentira que esparzas, cualquier intento de dividirme, te arrepentirás.
Ella sonrió de nuevo, pero ahora había tensión en aquella sonrisa.
— ¿Arrepentir? ¿Y si es verdad?
Aquella pregunta hizo que mi estómago se contrajera. La duda era venenosa, incluso sabiendo que Mellinda probablemente estaba calculando cada palabra. Ella sabía que podía hacerme vacilar.
— No importa — dije, acercándome a ella, sintiendo el calor del cuerpo que yo luchaba por controlar. — No importa lo que digas, no importa lo que creas que es verdad. Bianca es mi esposa. Mi compañera. Y tú… tú no tienes derecho sobre eso.
Ella paró, respirando hondo, evaluando cada palabra, cada gesto.
— Siempre tan arrogante — dijo, casi en tono de admiración —. Siempre creíste que podías controlarlo todo… excepto lo que sientes. — Sé muy bien que tú y Bianca no tienen una vida sexual. Ella no te satisface, por eso me necesitas.
Y allí estaba la verdad desnuda ante mí: yo no podía controlarlo todo. Yo no podía controlar a Bianca, no podía controlar a Mellinda, y mucho menos podía controlar la tempestad que quemaba dentro de mí.
— ¿Sabes qué pasa, Mellinda? — dije, casi susurrando, la rabia y el deseo mezclándose en cada palabra — Puedo lidiar con cualquier mentira. Puedo lidiar con cualquier manipulación. Pero si tocas aquello que es mío… — mi mano apuntó en dirección al corazón, antes de cerrarse en un puño — vas a descubrir lo que significa despertar el infierno en Dante Moretti.
Ella retrocedió un paso, solo uno, suficiente para percibir que el juego había cambiado. El predador había despertado.
— Eres imposible — dijo ella, intentando sonreír. — Siempre lo has sido.
— Y estás a punto de descubrir que nunca vas a vencerme — respondí. — Ni ahora, ni nunca.
El silencio que se siguió fue casi sofocante. Cada respiración de ella parecía medir mis reacciones, cada movimiento mío podía ser interpretado como amenaza. Pero yo estaba seguro, más de lo que jamás lo había estado. Yo sentía la fuerza de Bianca en mí, el apoyo silencioso que nos unía. Ella me daba equilibrio, confianza, orgullo — y la certeza de que Mellinda nunca nos dividiría.
Ella percibió que había perdido terreno. Sus ojos brillaron con algo que no era más confianza, sino rabia contenida, impotencia.
— Cuidado, Dante — murmuró, antes de alejarse. — Crees que has vencido… pero el juego aún no ha acabado, este niño está aquí y eso ni Bianca ni tú podéis cambiarlo.
— El juego acabó para ti y no para mi hijo, él tendrá todo de mí como padre — respondí, firme, mirando mientras ella desaparecía por los pasillos. — Lo que existe entre Bianca y yo no es un juego que tú consigas manipular.
Cuando las puertas se cerraron tras ella, sentí la tensión disolverse lentamente. Mi cuerpo aún estaba en alerta, pero la rabia dio lugar a una sensación nueva: alivio y determinación.
Ahora sabía exactamente lo que tenía que hacer. Mellinda podía intentar cualquier estrategia, inventar cualquier mentira, pero no podía apagar lo que habíamos construido.
Y mientras pensaba en Bianca, sentí algo que mezclaba orgullo y amor, culpa y deseo: la certeza de que yo lucharía hasta el fin, pero no solo. Ella estaba conmigo. Siempre.
Y respiré hondo, sintiéndome entero. Fuerte. Imparable.