Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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Donde quiero estar
El tráfico era denso, pero mi ánimo no se dejó afectar. Mientras conducía hacia la oficina, una sonrisa tonta se dibujaba en mi rostro. Recordar la última conversación con Ámbar me hacía ruborizar. Nunca había sido del tipo seductor ni particularmente expresivo, pero con ella era diferente. Me gustaba hablar libremente, sin reservas, y lo que más me encantaba era cómo respondía: sus bromas y comentarios juguetones siempre me sacaban una sonrisa.
No pude evitar reír al recordar cómo, en broma, me dijo que había escondido una de sus prendas de lencería en mi maleta para que no la extrañara. La verdad es que cuando me lo dijo, busqué durante un buen rato, pero lo único que encontré fue su camiseta de dormir, con un estampado de unicornios. "Me siento estafado", le dije entre risas, y ella soltó una carcajada. Aunque, al final, le agradecí, admitiendo que, aunque probablemente no me quedaría la camiseta, su olor en esa prenda me daba paz.
Cuando llegué al estacionamiento de la oficina, vi que Lukas llegaba casi al mismo tiempo. Nos saludamos, y él levantó una memoria USB frente a mí.
—¿Sabes qué es esto? —preguntó, con un aire dramático.
—¿Fotos tuyas de bebé? —respondí, con una sonrisa sarcástica.
Lukas puso los ojos en blanco.
—No, ya quisieras haber sido un bebé tan apuesto como yo —bromeó, haciendo que yo también rodara los ojos. —Ayer, después de que te fuiste, fui a hablar con Milene, la chica de recepción.
—Ajá, ¿y eso qué tiene que ver con la memoria USB? —pregunté, intrigado.
—No sé cómo tu novia te aguanta —dijo Lukas, y sin pensarlo respondí en tono bromista:
—Soy grande.
—Presumido —bufó Lukas, y luego se puso serio. —En fin, me fijé en las grabaciones de seguridad del ascensor, y lo que vi… bueno, digamos que el Sr. White necesitaba verlo. Por eso regresó justo cuando Karla intentaba su espectáculo.
Cuando llegamos a nuestro piso, los murmullos fueron inevitables. Pero Jacob, el asistente más eficiente que habíamos tenido en años, nos recibió con café en mano. Lukas, siempre el bromista, comentó:
—El mejor asistonto que hemos tenido en este equipo.
Jacob respondió entre risas:
—Eso lo aprendí de mi jefetonto.
Reímos los tres y nos dirigimos a nuestra área de trabajo. Dejé mi mochila, saqué mi laptop y mi día se iluminó al ver un mensaje de Ámbar: Mi osito de miel, ten un bonito día, seguido de una lluvia de corazones. Lukas, al notar mi sonrisa bobalicona, se burló:
—Cierra la boca, se te cae la baba por tu chica.
Gruñí, fingiendo indignación. Pasamos el día presentando informes y avanzando en los proyectos, pero no podía dejar de pensar en algo más. No solo estaba fastidiado por el incidente con Karla, sino que sentía que ya era hora de hacer un cambio. Decidí que era momento de independizarme, aunque tendría que terminar el proyecto antes de dar el paso. Claro, eso dependía del Sr. White… siempre y cuando no me despidiera antes.
Al final del día, fui a su oficina. El Sr. White revisó mi propuesta y, para mi sorpresa, la aprobó sin mencionar el incidente de ayer. Sin embargo, no pude contenerme y le expliqué mi intención de renunciar después de terminar el proyecto. Él me escuchó con atención y me sorprendió al decir:
—Si es por Karla, no te preocupes. Ya no trabaja aquí. Después de lo de ayer, intentó insinuárseme, pero mi esposa es lo más bonito del mundo, y no caigo en esas cosas.
Me mostró una foto de su esposa, y entendí de inmediato. La Sra. White tenía esa calma y calidez que Karla nunca podría imitar. El Sr. White incluso se disculpó conmigo y me aseguró que tenía el video del ascensor con audio como prueba. Le expliqué que mi novia vivía en el pueblo y que estar lejos de ella, además del ritmo de trabajo, había sido complicado. Me sorprendió cuando dijo:
—Cuando abras tu propio negocio, llámame. A veces necesitamos contratar externos, y sabes cómo funciona el negocio.
Salí de su oficina más tranquilo de lo que había estado en días. Había decidido trabajar un mes y medio más, tiempo suficiente para cerrar los pendientes. El departamento seguiría siendo mío, pero solo lo usaría para visitas cortas a la ciudad. Mi verdadero hogar estaba en la cabaña del bosque, con Ámbar.
Antes de salir de la ciudad, compré la torta red velvet que Ámbar quería, algunas golosinas para el camino y un ramo de flores para mi abejita. Mientras conducía hacia casa, mi corazón se sentía ligero, lleno de ilusión por volver a ella.
Estas semanas habían sido una locura. El ir y venir a la ciudad una vez a la semana para reuniones con los clientes no me daba respiro. Mi objetivo era terminar el proyecto lo más rápido posible, y eso significaba dedicarle prácticamente todas mis mañanas a los retoques finales. Había traído todo mi equipo desde la ciudad: mis monitores, la tableta gráfica, la computadora y demás herramientas. Mi pequeña oficina en casa comenzaba a tomar forma, y aunque todavía faltaban algunos detalles, ya se sentía como mi espacio de trabajo ideal.
Por las mañanas me sumergía en las correcciones y ajustes, asegurándome de que todo quedara perfecto. Luego, justo antes del mediodía, iba al consultorio donde Ámbar trabajaba, en el centro del pueblo. Ella salía a mi encuentro con esa sonrisa cálida que siempre lograba calmar mi agitación. A veces, se quedaba conmigo en la oficina de la cabaña, instalándose en un pequeño escritorio que habíamos improvisado para ella. Redactaba oficios y documentos legales mientras yo trabajaba en los últimos bocetos y revisiones del proyecto. Era una compañía inigualable. De vez en cuando, dejaba lo que estaba haciendo y me traía un bocadillo, diciendo con un tono dulce: “No quiero que te desmayes, osito”. Otras veces, simplemente nos sentábamos juntos en el sillón, sin hablar, abrazados, disfrutando de la tranquilidad del momento.
Finalmente, llegó el día de la entrega del proyecto. Sentí una enorme ola de alivio cuando envié los archivos finales y recibí la confirmación de los clientes. Era como si por fin pudiera respirar después de semanas de presión. Esa misma tarde, mis compañeros de equipo me llevaron al bar para celebrar mi despedida oficial. Había trabajado con ellos durante años, y aunque estaba feliz por el cambio de vida, no podía evitar sentir cierta nostalgia.
Ámbar vino conmigo esa noche. Al principio me preocupaba que no se sintiera cómoda, pero fue todo lo contrario: rápidamente se ganó a todos con su carisma y su sentido del humor. Lukas no paraba de hacer bromas, como siempre.
—Así que esta es la famosa Ámbar, ¿eh? Ahora entiendo por qué Derek nos abandona. No teníamos oportunidad contra ella. —Lukas levantó su copa, y todos rieron.
Las risas y bromas no faltaron en toda la noche. Ámbar se defendía bien de las ocurrencias de mis compañeros, respondiendo con su propio ingenio, lo que hacía que todos se rieran aún más. Fue un buen cierre para esa etapa de mi vida. Mientras caminábamos de vuelta al auto, le agradecí a Ámbar por acompañarme.
Llegamos a casa de madrugada, agotados pero felices. El departamento en la ciudad ya estaba casi vacío; solo quedaban los muebles y algunas cosas menores. No estaba seguro de si venderlo o no. Tal vez en el futuro podría usarlo en alguna visita a la ciudad o, quién sabe, prestárselo a un amigo que lo necesitara. Por ahora, no era una prioridad.
Cuando estacioné la camioneta frente a nuestra cabaña, noté cómo Ámbar apenas podía mantener los ojos abiertos. Sin pensarlo mucho, salí del auto, rodeé hacia su puerta y, antes de que pudiera protestar, la cargué en brazos. Su risa ligera rompió el silencio de la noche.
Entramos de esa manera, con ella todavía riendo suavemente, y subimos a nuestra habitación. Dejé que se acomodara mientras yo buscaba algo de ropa cómoda para cambiarnos. Mientras nos preparábamos para dormir, sentí una mezcla extraña de emociones en el pecho: algo cálido, como satisfacción, pero también un pequeño atisbo de culpa. Ámbar lo notó de inmediato, como siempre.
Me abrazó por la espalda y susurró: —No te preocupes, Derek. Prometo hacerte feliz todos los días.
En ese momento lo entendí: ella creía que me sentía mal por dejar mi trabajo en la ciudad, quizás pensando que extrañaba esa rutina o que me arrepentía de haber tomado la decisión. Tal vez tenía razón en parte; había un poco de pena al dejar atrás esa etapa. Pero durante las semanas que pasé trabajando en el proyecto final, me di cuenta de algo importante: sí, me gusta lo que hago, pero lo disfruto mucho más siendo mi propio jefe, teniendo control sobre mi tiempo y mi vida.
Le expliqué esto mientras la miraba a los ojos, acariciándole el cabello.
—No me siento mal, Ámbar. Más bien es lo contrario. Siento que finalmente estoy donde quiero estar.
Y así fue. Dormí como hacía tiempo que no lo hacía, con ella entre mis brazos y una sensación de paz absoluta.
A la mañana siguiente, el sonido de mi teléfono interrumpió nuestra tranquilidad. Era mi tía Dana. Mientras me desperezaba, escuché su voz animada al otro lado de la línea.
—¡Derek! No te olvides que este sábado es el cumpleaños de Hanks. Espero verte por aquí con Ámbar.
—Claro, tía, no me lo perdería —respondí, algo adormilado todavía.
Cuando colgué, me di cuenta de que tenía varios mensajes de la semana sin responder, especialmente de Dean, Tobias y Claire. Dean había enviado un par de audios recordándome que teníamos que salir al bosque algún día, mientras que Tobias, como siempre, solo había enviado un escueto “Llámame cuando puedas”. Claire, en cambio, me había dejado una lista interminable de mensajes sobre su vida. Respondí algunos mensajes y confirmé con Dean que lo vería pronto. También le prometí a Tobias pasar por su casa para hablar. Tenía la sensación de que algo lo estaba preocupando.
El sábado llegó más rápido de lo que esperaba, y Ámbar y yo nos dirigimos a la reunión en casa de mi tía Dana. Nunca me sentía del todo cómodo cuando invitaban a tanta gente, pero tenía que admitir que tanto ella como Hanks eran muy queridos entre los otros osos de la zona. Había familias enteras, algunos amigos de clanes cercanos y, por supuesto, muchos niños correteando por el patio.
Hanks, como siempre, estaba en su papel de oso protector con Claire, pero esa tarde decidió cambiar de estrategia. Se dedicó a molestarla con un tema que sabía que la sacaba de quicio.
—¿Y cómo está tu novi-oso, Claire? ¿Eh? ¿Han salido a comer miel juntos? —bromeó Hanks mientras Claire, con las mejillas encendidas, intentaba ignorarlo.
—Papá, por favor, no empieces. Ya bastante tengo con que todos mis amigos lo sepan —respondió, fulminándolo con la mirada.
—Es que son adorables —insistió Hanks, riendo.
Claire suspiró, claramente derrotada, y murmuró algo sobre que su padre era imposible. Ámbar, viendo la escena, no pudo evitar reír. Me acerqué a mi prima más tarde para tranquilizarla.
—Tranquila, Claire. Él lo hace porque le divierte verte roja como un tomate.
—¡Ya lo sé! Pero es tan molesto. —Aun así, pude ver una pequeña sonrisa en su rostro.
La tarde transcurrió entre risas, bromas y comida. A pesar de mi incomodidad inicial con tanta gente, terminé disfrutando del ambiente. Al salir de la casa de mi tía, Ámbar y yo decidimos pasar por la cafetería de Volkon para llevarnos algo dulce antes de regresar a casa. Mientras manejaba, con Ámbar hablando sobre los planes para la próxima semana, me sentí afortunado. La vida, con sus complicaciones y momentos caóticos, finalmente empezaba a sentirse exactamente como debía ser.