Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 15: Entre la culpa y el deber
Punto de vista de Lían Hunter
No supe en qué momento todo comenzó a desmoronarse. Estaba acostumbrado a controlar situaciones, a manejar empresas, a negociar contratos millonarios con una sonrisa que no dejaba ver nada. Pero lo que ocurrió hoy no fue una reunión de negocios. Fue una explosión emocional en medio del único espacio donde me sentía en paz: junto a Ana y nuestros hijos.
Vi el rostro de su madre al entrar. Esa mirada dura que no buscaba entender, sino sentenciar. Era la misma expresión que había visto mil veces en los rostros de inversionistas, abogados, enemigos... pero nunca me había dolido tanto.
Me senté en el sofá después de que todos se fueron. El silencio de la casa pesaba. Sofía dormía en la habitación contigua, y Matías descansaba en mis brazos como si nada malo pudiera tocarlo mientras yo estuviera allí. Qué ironía.
Porque lo que menos merecían esos dos pequeños era estar en medio de esta tormenta que ni siquiera había terminado de formarse.
La aparición de Isabella había sido como una bomba en medio del campo de batalla. Habíamos logrado reconstruir poco a poco la relación con Ana. Estábamos empezando algo real. Auténtico. Íntimo. Y entonces, ella llegó. Con un niño que juraba que era mío.
Mi pasado.
Un pasado al que había cerrado la puerta hace tiempo, pero que claramente no estaba tan cerrado como creía.
—Tienes sus ojos —murmuré al niño dormido en mi pecho, sintiendo una punzada incómoda de reconocimiento.
No lo quería aceptar. Pero algo dentro de mí sabía que Isabella no mentía. Y aunque el ADN ya había confirmado sus palabras, la verdad seguía siendo difícil de tragar.
¿Y Ana? Valiente, decidida... pero rota. Su familia la había juzgado sin escucharla. La habían desterrado en nombre de una moral que nunca les perteneció. Y aún así, había resistido.
Hoy, la vi enfrentar a sus padres con una fuerza que me dejó sin palabras. Sola. Sosteniendo en brazos a nuestra hija, defendiéndonos a los cuatro. Mientras yo, el hombre que juró protegerla, tenía que mirar cómo otra mujer aparecía reclamando un hijo que no sabíamos si cambiaría todo.
Me sentía un bastardo.
No por el niño. No por Ana.
Por haber dejado que el pasado tuviera espacio suficiente para meterse entre lo que estábamos construyendo. Por no haber sido más honesto. Por no haber tomado el control antes.
Dejé a Matías en la cuna, lo arropé con cuidado y caminé hacia la ventana de la habitación. La ciudad se estiraba ante mí con sus luces brillantes, caóticas. Nueva York no se detenía por nada ni por nadie. Mucho menos por mí.
Ana entró poco después. Tenía el rostro cansado, pero había algo en sus ojos... no era ira. Era agotamiento emocional. Una parte de mí esperaba que viniera a gritarme, a reclamarme todo. Pero no lo hizo.
—¿Y el niño? —me preguntó con voz suave.
—Durmiendo —respondí—. Igual que Sofía.
Nos miramos en silencio por largos segundos. No sabía por dónde empezar.
—Lo siento —dije al fin—. Lo siento por no haberte dicho todo. Por no haber previsto que esto nos explotaría en la cara.
Ella bajó la mirada, se abrazó a sí misma.
—No es eso, Lían. No me molesta que tengas un hijo. Me molesta que haya tenido que enterarme así. Que haya venido con él como si quisiera destruir lo poco que habíamos conseguido.
Me acerqué despacio. No quise tocarla aún. Sentía que cualquier movimiento brusco podía derrumbarla.
—No sé qué quiere, Ana. Isabella nunca fue transparente. Lo nuestro... fue un error desde el principio. Y si realmente ese niño es mío, voy a asumir mi responsabilidad. Pero no voy a dejar que ella arruine esto —señalé con la mirada todo a nuestro alrededor—. A ti. A los bebés. A nosotros.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró. Ana era fuerte. Y en ese momento, entendí que yo también tenía que serlo.
—Quiero pelear por nosotros, Lían —susurró—. Pero no puedo hacerlo sola. Tienes que estar dispuesto a proteger esta familia incluso cuando duela. Incluso cuando se vuelva difícil.
Y lo estaba. Con todo.
—Lo haré. Te lo juro.
Nos abrazamos. No un abrazo romántico ni apasionado. Fue un abrazo de batalla, de resistencia. Como si los dos necesitáramos reafirmar que, pese a todo, aún seguíamos de pie.
Cuando ella se fue a dormir, yo me quedé en la sala revisando el expediente que le había pedido a mi asistente: todo sobre Ana Camargo. No por desconfianza. No por control. Sino porque necesitaba asegurarme de que no hubiera más sorpresas que la pusieran en peligro.
Mientras pasaba las hojas, noté algo curioso. Un detalle clínico de su historial médico, anterior a su embarazo: antecedentes gemelares en su familia materna.
Fruncí el ceño.
¿Eso significaba que…?
Fui hasta la habitación de los bebés. Matías dormía en su cuna, y Sofía en la suya. Observé sus pequeñas manos, sus gestos similares. Eran gemelos, sí. Pero no idénticos.
“Un niño y una niña…” pensé.
Y entonces algo se removió dentro de mí. No solo tenía una hija. Tenía dos. Tenía una familia real, viva, imperfecta… pero mía.
Y juro que a partir de ese momento, haría lo que fuera para defenderlos. Incluso si eso implicaba enfrentar mis errores más oscuros.
me gusta él cuando se enteró se su embarazo no la rechazó a sido su apoyó