JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

POV. MILTON

Conocí a Lola cuando ella tenía apenas 18 años y yo 24. Era una chica deslumbrante; su piel morena y su personalidad arrolladora atraían a todos. Sin embargo, nunca me acerqué a ella porque no quería arriesgarme a perder el apoyo de mi benefactora.

Trabajaba como el supuesto asistente de la decana de contaduría. Era su forma de camuflar nuestra relación, porque lo único que hacía era darle masajes entre las piernas con cada parte de mi cuerpo y embestirla con fuerza por sus orificios.

Tuve la oportunidad de estudiar porque ella se encaprichó conmigo y me ofreció una beca totalmente pagada.

Pero el estudio nunca fue lo mío. No me gustaba. Sin embargo, uno de los requisitos para ser su asistente era estar inscrito o haber egresado de la carrera.

La directora se encargó de arreglar todo para que solo tuviera que asistir a unas cuantas clases y hacer acto de presencia; del resto, ella se ocupaba, asegurándose de que aprobara cada materia.

Como la decana quería tenerme cerca, además de pagarme un salario como su asistente, cubría el alquiler del apartamento donde vivía y compraba la mayor parte de mi ropa.

Mantuvimos esa relación durante tres años, hasta que su esposo se enteró…

Él hizo que ella me quitara todo, dejándome en la cochina calle. El maldito casi me mata a golpes…

Estaba sin un peso en el bolsillo porque, como ganaba, gastaba. Tenía mi gallinita de los huevos de oro… Nunca ahorré un peso.

Compraba ropa a la medida, zapatos de diseñador, las lociones más costosas, aparentando vivir una vida de opulencia, como si fuese el hijo de un gran magnate… cuando en realidad, mi padre era un simple campesino asalariado, un hombre que solo tenía el día y la noche.

Flashback

—¿Quién fue el salvaje que te hizo eso? —pregunta Lola al ver mi rostro cubierto de moretones y mi labio roto.

Bajo la cabeza. No puedo decirle la verdad: que fue el esposo de la decana de la facultad quien me golpeó al enterarse de que me acostaba con su mujer.

Una mujer que bien podría ser mi madre, pues me lleva veinte años.

El hombre me amenazó con hacerme desaparecer si volvía a acercarme a su esposa. Luego la obligó a renunciar a su cargo en la universidad, dejándome completamente desprotegido.

—No sientas vergüenza… Ven, te ayudo —dice Lola, ofreciéndome su apoyo para ponerme de pie.

—Gracias —susurro con dificultad, reprimiendo una mueca de dolor.

—¿Tienes algún lugar a dónde ir?

Niego con la cabeza.

—No te preocupes, vamos a mi departamento. Es lo suficientemente amplio para que te quedes mientras te repones.

Frunzo el ceño y la observo con desconfianza.

—¿Llevas a todos los desconocidos a tu casa?

—Obvio que no… No eres un desconocido. Te he visto varias veces en la oficina de la decana. Sé que eres su asistente y que te llamas Milton Díaz.

Ella me lleva a su casa y llama a un médico para que me atienda. En los días siguientes, se dedica por completo a cuidarme.

Me doy cuenta, por los muebles de su departamento y las prendas de diseñador, de que es una niña rica.

Así que me digo:

"Milton, la vida te sonríe… te trajo una nueva chequera."

Los días fueron pasando y entablamos una relación.

Yo me dedico a ver televisión, ir al gimnasio para mantener mi figura, asistir a partidos de fútbol y conseguir uno que otro trabajo esporádico en el que no duro más de un mes, mientras ella continúa con sus estudios.

A veces, en especial cada 28 días, tenemos discusiones por mi desorden y conchudez.

—De verdad, Milton, ¿te duelen las putas manos para recoger la toalla o echar la ropa a la lavadora? ¿Cuándo entenderás que no soy tu sirvienta? —grita exasperada, comenzando a organizar todo mi chiquero.

Yo comienzo con la actuación que he ido perfeccionando con el tiempo.

—¡Ay! Me duele mucho la espalda. Sabes que no me puedo agachar —coloco las manos alrededor de mi espalda como si la sostuviera con fuerza.

Ella me mira apenada. Es mi momento de hacerla sentir mal.

—Creo que lo mejor es que me vaya… veo que mi presencia te molesta… iré a dormir debajo de algún puente o, tal vez, tenga suerte y consiga una cama en algún refugio —mi voz sale frágil, llena de lástima.

Lola respira profundamente e intenta disculparse.

—Amor, sabes que no te estoy echando, solo te pido un poco de colaboración. Yo tengo que mantener mis notas sobre 5 para que mi padre me siga enviando la mesada. Trabajo medio tiempo dando asesorías a los nuevos estudiantes y, encima, debo llegar a organizar y cocinar… Un poco de ayuda sería genial.

Me acerco, fingiendo que cada paso para mí es un esfuerzo.

—Amorcito… Lolita, yo quisiera ayudarte, pero sabes que hasta un agua se me quema… La lavadora me odia y agacharme es un esfuerzo brutal para mí.

Ella suspira y, aunque aprieta con fuerza los puños, trata de contener su furia.

Así pasan los primeros tres años. Lola es una mujer brillante… Ya está por terminar su carrera y le ofrecieron una beca para realizar una maestría en el extranjero.

"No puedo dejar que se vaya."

"Debo hacer algo extremo para mantenerla a mi lado… pero, ¿qué?" pienso mientras levanto pesas.

—Debo embarazarla —susurro para mí—. Pero… ¿cómo?

Ella es muy estricta con sus pastillas, incluso me obliga a usar condón. Siempre dice:

«Colócate el gorrito. Sin eso, ni pío… No quiero sorpresas».

Justo estoy viendo una novela donde la suegra quiere porque quiere nietos. La muy astuta le cambia las pastillas anticonceptivas y rompe los condones.

Sonrío para mí mismo.

"Tengo la solución."

El primer mes noto la ausencia de su período. Froto mis manos; el plan está funcionando.

Hasta el segundo mes ella se da cuenta.

Su beca se ha pospuesto.

"Ahora seremos padres."

Lola ha llorado como Magdalena. No quiere ser madre aún.

—Amor, te prometo que yo me haré cargo de todo lo referente a mi retoño… pero, por favor, no lo vayas a abortar.

Ella me mira con los ojos llorosos y abiertos como platos.

—Yo no soy una asesina… Nunca atentaría contra mi bebé. Solo que ahora no sé cómo le diré a mis padres que salí con el Domingo 7 —dice sollozando.

Un mes después vamos a visitar a mis suegros. Muero por conocerlos y ser parte de su familia… especialmente de sus beneficios.

Mi plan funciona, pero mi suegra, al conocerme, es como si tuviera una bola mágica y pudiera leerme.

Aprovechando que todos salen hacia la sala, ella me encara.

—Conozco muy bien a los tipos como tú —su tono es fuerte y su mirada penetrante me intimida.

Yo elevo la ceja y me señalo, haciéndome el desentendido.

—¿Los tipos como yo?

Ella no aparta su mirada y me regala una sonrisa sarcástica.

—Podrás aprovecharte de la ingenuidad de mi hija, pero a mí no me engañas… Eres un maldito bueno para nada… un vividor. Y no creas que porque embarazaste a mi hija la vas a atar a ti.

Sonrío descaradamente.

—Ya que nos quitamos las caretas, le diré que Lola es mía, y si usted quiere volver a verla y a su nieto, tendrá que pagar por ello.

La maldita bruja restringió las mesadas para Lola. Y tuve que adelantar su visita a San Pedro, porque ya me tenía harto.

Sí, tuve que ayudar a que le diera un infarto. Sabía que su corazón estaba muy débil y que en cualquier momento estiraría la pata. Así que le di el susto de su vida.

Lo calculé meticulosamente, nada podía fallar.

—Amor, ¿no crees que es momento de que tus padres conozcan a nuestro pequeño? Mira que tu hermano está muy preocupado por la salud de tu madre —dije con un tono condescendiente, libre de rencor.

Lola tenía a nuestro bebé de apenas un mes en brazos. La observé respirar profundamente.

—¿Tú estás dispuesto a perdonar los desplantes y abusos de mi madre? —preguntó con la voz llena de emoción.

Asentí, mostrándole mi mejor cara de perro tierno. Le metí tantas ideas y mentiras sobre su madre que terminó creyéndolas todas.

Orgullosa como siempre, se alejó y dejó de hablarles. Algo que no me convenía en lo absoluto. Yo quería disfrutar del dinero de los viejos.

El día de la visita, todos nos recibieron con emoción, incluso mi querida suegra. Mi hijo pasó de brazo en brazo entre sus abuelos y tíos, mientras yo esperaba el momento perfecto.

Cuando mi suegra se alejó para tomar una de sus pastillas para el corazón, la seguí.

—Hola, ¡querida suegrita! —saludé con sarcasmo.

Ella frunció el ceño y me miró con disgusto.

—Ya te di el dinero que pediste. Así que cumple y aléjate de mi hija… Tú no la amas.

Me acerqué con una sonrisa ladina, devolviéndole la misma mirada de desprecio que me dedicaba.

Sin decir nada, le entregué un sufragio con la foto de Lola.

Su rostro palideció al instante. Sus manos comenzaron a temblar. Su respiración se volvió entrecortada.

—Tú… tú… no puedes jugar con esto —tartamudeó.

En un parpadeo, se llevó una mano al pecho, soltó el sufragio y cayó al suelo. Apenas tuve tiempo de esconder mi obsequio antes de que los demás acudieran a su auxilio.

Pero lo que no esperaba era que, antes de morir, hubiera logrado desenredar todo y poner a Lola y a mi hijo fuera de mi alcance. Así que el tiro me salió por la culata.