Ella es Sofía, quien después de morir en una época antigua, terminó en un mundo diferente al suyo.
Paso de ser la capitana del ejército imperial, a ser una mujer engañada por su esposo, en un mundo diferente
Su objetivo es vengarse y ser libre de ese matrimonio.
En busca de un aliado, termina metida en un romance prohibido
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En la tienda
La mente de la pobre asistente estaba en blanco y por su espalda bajaban gotas de sudor frío, su cuerpo por completo estaba erizado.
Ella hace unos días había visto a ese par de infieles salir muy acaramelados de unas de las habitaciones de uno de los hoteles de la familia Ayala.
Ese día por casualidad fue a supervisar algo a ese hotel, y vaya que fue bueno ir.
Curiosa deseaba saber qué hacían esos dos en ese lugar, ya que no trabajaban allí, sino en la empresa principal.
Por tal motivo los siguió como toda una espía profesional, y aquel par de infieles se fueron hasta el subterráneo del hotel, y allí se dieron un beso apasionado.
Vaya que son hijos de su madre, de seguro se revolcaron como cerdos en esa habitación de hotel, que para descaro de ellos era de la familia Ayala.
Fue lo que pensó Rebeca.
Cómo prueba de su traición, le tomó una foto de ahí en dónde estaba.
La foto como estaba un poco alejada de esos dos, no se veía bien, pero a Rebeca no le importaba eso, lo que vio con sus dos ojos espías, fue suficiente para sentir odio.
Si antes aquel sujeto y piruja no le caían bien, ahora menos.
***
Rebeca tomó una bocanada de aire profunda, y cerró los ojos por un momento, tratando de imaginar lo que su jefa le diría sobre lo que ella le iba a contar.
—Jefa mía, hace unos días vi a su amado esposo salir de uno de los hoteles Ayala, andaba con aquella tipa— dice ella pálida mientras le muestra la foto que alcanzó a tomar, y Fernanda la deja ir para luego reír con malicia.
—Ya veo, parece ser que ese par se está divirtiendo mucho, que patético— dice ella con malicia y Rebeca parpadea incrédula.
—¿Cómo, ya lo sabes?— preguntó ella incrédula.
—Lo sé querida y créeme que no descansaré hasta verlos caer en la desesperación, nadie se burla de Fernanda Ayala— dice ella con odio.
Rebeca le da un abrazo y llora.
Parece ser que Rebeca tiene un río dentro de ella, ya que derrama lágrimas por todo.
—Amiga, se que es duro saber que tu esposo te engaña, si lo que deseas en venganza, cuenta con esta amiga tuya para lo que sea, siempre que no me pidas matar a nadie, puedo hacer lo que me pidas— dice Rebeca con sinceridad y Fernanda cambió su semblante.
Es una lástima que la anterior Fernanda no supo apreciar lo que tenía delante, y dedicó su vida a andar detrás de un hombre como aquel infeliz.
Es bueno tener en esta vida a alguien que en realidad se preocupe con ella, aparte de su padre.
Por lo tras liberarse del abrazo de Rebeca decide decir algo.
—Nadie morirá, no te preocupes por ese detalle, es bueno tener a alguien como tú en mi vida, y con respeto a ir a buscar el vestido, vamos cuánto antes, necesito brillar el día de la celebración— dice ella levantando los puños y su fiel asistente y ahora también amiga se une a ella levantando los puños.
—Tenlo por seguro, vamos a brillar como nunca, seremos dos estrellas— grita ella feliz y luego de eso se levanta del asiento sosteniendo a su amiga, quien le pedía no ir tan rápido.
Pero Rebeca estaba emocionada, como para pensar en algo más que eso.
Pronto, ambas llegaron fuera de la mansión, y se subieron al auto de Rebeca, quien parecía un cachorro emocionado al que le dan un trozo de carne deliciosa. Ella puso el auto en marcha, y poco a poco se fueron alejando de la mansión.
Durante todo el camino Rebeca no paraba de hablar sobre vestidos y joyas y Fernanda solo sonreía, pues en esta época aunque sea todo diferente, al menos en cuestión de la vanidad es lo mismo.
Las mujeres en toda época y tiempo aman hablar sobre la moda, pero ella, quien siempre ha estado interesada por el campo de batalla y la justicia, no le interesan esos temas, pero por el bien de Rebeca actúa como si le importaran.
El lugar a donde fueron estaba a una hora de la mansión, era una plaza grande y muy lujoso.
En cuanto se detuvo el coche, Rebeca se bajó del auto, y fue a abrirle la puerta a su jefa quien solo estaba mirando con curiosidad la acción de aquella intrépida mujer.
Aún curiosa se baja del auto e igual de alegre, Rebeca arrastra a su jefa a la plaza.
Ambas no demoraron en entrar al lugar, el cual era lujoso también por dentro.
La tienda a la que se dirigieron lo era igual.
Rebeca como ya era clienta del lugar, una empleada fue a ella para darle un buen servicio, y dejó a Fernanda sola por un momento.
Fernanda curiosa se movió de donde la dejaron, y comienzo a andar por todas partes en la tienda, hasta que sin querer terminó chocando con un hombre y la pobre perdió el equilibrio.
Aquel hombre fue rápido y la atrapó entre sus brazos, los cuales por cierto eran fuertes como una roca.
Fernanda se dio cuenta, porque tuvo que agarrarse fuerte de dicho hombre.
—¿Está bien pequeña?— le preguntó aquel hombre a Fernanda.
Estaban tan cerca, que ella sentía el aliento tibio del hombre, el cual olía a menta.
La cercanía del hombre hace que Fernanda se sienta extraña, su mente de repente recordó la voz que escuchó de aquel sueño y el cuerpo se le erizó por completo y su corazón latía como si ella estuviera en el campo de batalla.
El extraño aún estaba preocupado, y por eso volvió a preguntar con un semblante preocupado.
—¿Te duele algo pequeña?— le vuelve a preguntar el sujeto y eso hace que ella se sienta un poco apenada.
Por lo que le responde.
—Sí, estoy bien, muchas gracias — dice ella apenada.
Al escuchar la respuesta, aquel hombre endereza a Fernanda, y se despide de ella y se va en silencio.
Cuando el hombre se acabó de ir, llegó Rebeca y la arrastró otra vez.
Ella iba diciendo algo, pero Fernanda no lograba escuchar lo que decía Rebeca.
Cuando dejaron de caminar, Rebeca le entrega algunos vestidos y le señala el vestidor, por lo que deduce que es para que mire cuál le queda bien.
Ella le hace caso, pero aún sigue metida en sus pensamientos, su mente en esos momentos estaba pensando en el hombre con aliento de menta.
Ella trató de concentrarse en probarse los vestidos, fuera del vestidor, estaba Rebeca hablando