Patricia Álvarez siempre ha creído que con trabajo duro y esfuerzo podría darle a su madre la vida digna que tanto merece. Esta joven soñadora y la hija menor más responsable de su familia no se imaginaba que un encuentro inesperado con un hombre misterioso, tan diferente a ella, pondría su mundo de cabeza. Lo que comienza como un simple encuentro se convierte en un laberinto de secretos que la llevará a un mundo que jamás imaginó.
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Giros inesperados
Punto de vista de Patricia
Me encontraba en una dimensión desconocida, mi madre se negaba a verme y para evitar una recaída preferí salir de mi casa, sentía que el mundo se me venía abajo y solo contaba con el apoyo de Daniela.
—¿Qué voy a hacer, amiga? No tengo a dónde ir — dije con la voz rota. Sentía un nudo en la garganta que me impedía seguir.
Daniela no me dijo nada. Solo miró a Alejandro con una súplica silenciosa, pidiéndole que nos dejara a solas. Alejandro, entendiendo la indirecta, se alejó unos pasos.
Cuando se fue, Daniela se volvió hacia mí, su rostro reflejaba una tristeza que me alarmó.
—Amiga, tengo que darte una noticia, y me duele decírtelo justo ahora —su voz se quebró. — No me queda más tiempo.
—¿Qué sucede, amiga? —pregunté, sintiendo que el poco aire que me quedaba se esfumaba.
—Mis padres... me enviarán a estudiar a París. No quieren que siga en este país por los escándalos en los que he estado involucrada... —las lágrimas le corrían sin control.
Intenté sonreír, aunque mi corazón se encogía. — Es una buena oportunidad. No lo veas como algo malo. Estoy segura de que allá podrás cumplir tus sueños.
—No quiero dejarte, menos en esta situación. Nunca imaginé que Alicia llegaría tan lejos —dijo, llena de rabia.
—Estaré bien. Igual, cuento con tu hermano —mentí. No sabía si podía confiar en él. Era un desconocido.
—Eso es lo que más me preocupa. Amo a mi hermano, pero me da miedo que te lastime. Ojalá puedas ganarte ese corazón de piedra.
Sonreí, tratando de que mi cara no delatara el pánico que sentía. — No te preocupes, verás que lograré domarlo.
Nos abrazamos, dejando que las lágrimas corrieran libremente. Me estaba despidiendo de la única amiga que tenía y eso me estaba matando, pero tenía que ser fuerte. Tenía que salir adelante, demostrarme a mí misma que no era una persona débil a la que podían utilizar.
Alejandro se acercó, su mirada en Daniela.
—Espero que no le rompas el corazón a mi amiga. Si me entero de que la lastimas, vendré yo misma a romperte el trasero —dijo Daniela con una sonrisa, aunque sus ojos seguían llorosos.
Daniela se subió a su auto y se alejó. Su partida dejó un vacío en mi corazón, uno que no se llenaría hasta que la volviera a ver.
Alejandro me abrazó con fuerza contra su pecho, como si supiera que lo necesitaba. El peso que estaba llevando me sumergió en una tristeza profunda y las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza.
—Vayamos a casa. No te hace bien estar aquí —dijo, tomando mi mano.
—Sabes que no me iré a vivir contigo, eso ya lo hablamos —dije, mi voz apenas un susurro.
—No te estoy pidiendo que compartamos la cama. Solo te ofrezco un lugar para pasar la noche.
—Lo siento, estoy muy agobiada. Te prometo que mañana buscaré a dónde irme.
Sin más remedio, tuve que ir al apartamento de Alejandro. Sin un peso encima y sin mi amiga, era mi única opción.
El silencio reinó en el auto. Yo solo me dediqué a mirar por la ventana, mientras Alejandro se concentraba en el camino. Cuando llegamos, me llevó a una de las habitaciones para descansar. Me dio una pijama suya para que durmiera esa noche.
El tiempo pasó rápido. Mi mamá seguía renuente a hablar conmigo. Fui despedida de la cafetería por faltar mucho al trabajo y estaba casi por empezar la universidad. Durante todo este tiempo, Alejandro fue mi único apoyo. Los primeros días fueron un juego de silencios incómodos y miradas furtivas. La mesa del desayuno era un campo de batalla. Él, con su traje impecable, leía el periódico como si yo no existiera, y yo, con mi pijama más digna, sorbía mi café, intentando que mis manos no temblaran. Se sentía como si viviera en una jaula de oro. El apartamento de Alejandro era impresionante: con ventanales de piso a techo, una vista que abarcaba toda la ciudad y un lujo que me hacía sentir como una impostora.
Él no me tocaba, no me hablaba, pero su presencia era constante. Sentía su mirada cada vez que me movía, y por las noches, me despertaba con el ruido de un vaso rompiéndose o un susurro que me hacía sentir que no estaba sola. Una noche, escuché hablar por teléfono, su voz era baja y seria. Luego pude escuchar un nombre: el de Richard. No pude escuchar más, la puerta se cerró antes de que pudiera entender lo que decía.
Un día, mientras preparaba el desayuno, me preguntó por mi mamá.
—¿Cómo está ella? —dijo su voz grave.
Casi me ahogo con la bebida. Fue tan inesperado que me costó responder.
—Está bien —dije, sintiéndome estúpida—. Aunque aún no quiere hablarme... Gracias por preguntar.
Él solo asintió, volviendo a su periódico. Pero ese simple gesto, esa pequeña pregunta, me mostró que no era el monstruo que yo creía.
Con el paso de los días, la tensión se suavizó y una extraña rutina se instauró entre nosotros. Él trabajaba la mayor parte del día, y yo exploraba el apartamento o iba a la universidad. Descubrí una biblioteca con miles de libros y un piano de cola que me recordó a los días en que soñaba con ser pianista. Una tarde, me atreví a tocar una melodía sencilla. Las notas fluyeron de mis dedos, llenando el silencio. De repente, la música se detuvo.
La figura de Alejandro estaba parada en la puerta. Me observaba con un brillo en los ojos que nunca había visto.
—Tocabas muy bien —dijo, con una voz suave.
—No sabía que estabas aquí —susurré, sintiendo mis mejillas arder.
—Siempre estoy aquí. ¿Por qué no continuaste con el piano?
—No es mi tipo de música, prefería el rock —dije, tratando de sonar más segura.
—Me sorprende que te guste el rock. Es un género muy ruidoso para alguien como tú —dijo con burla en su voz.
—No me juzgues por mis gustos musicales —dije, tratando de evitar su mirada.
—No lo hago, solo me sorprendes. Eres diferente a lo que estoy acostumbrado. Eres un misterio que no puedo resolver.
No le respondí, mi corazón latía con fuerza. Sentía que cada día que pasaba, Alejandro y yo nos acercábamos más y más, pero ¿a dónde nos llevaría todo esto? Me preguntaba si podría dejarme llevar y confiar en él, un hombre tan posesivo, pero que ahora parecía estar mostrando su lado humano.
Que buena está la novela