Con Una Foto Te Conocí

Para muchos, el lunes es considerado uno de los peores días de la semana, ya que marca el reinicio del ajetreado mundo laboral o de un tedioso ciclo escolar. Dylan comparte la opinión de que los lunes son molestos. En un mundo ideal, el fin de semana no se limitaría únicamente a dos miserables días. Quizá así los lunes no serían tan pesados... o tal vez sí lo seguirían siendo. Sin embargo, de nada sirve imaginar una realidad alterna que no se cumplirá, pero se vale soñar. Por ello, cada vez que termina el fin de semana, Dylan se refugia en esa fantasía para soportar tener que levantarse temprano y asistir a la universidad.

Con pasos lentos y pesados, como si sus pies fueran de plomo, Dylan sube las escaleras apoyándose en el barandal. Detesta que su primera clase del día sea en el cuarto piso. Tener que subir todas esas escaleras es agotador, pero ese no es precisamente el motivo por el cual hoy le cuesta más que de costumbre.

Una vez que lo logra, camina por el pasillo hasta el salón B-411. Aunque apenas son las siete de la mañana, ya hay varios estudiantes merodeando por el edificio. Al llegar, ve que la puerta del salón está abierta y que algunos de sus compañeros ya se encuentran dentro. Dylan entra entonces, aún arrastrando los pies; el gesto en su rostro evidencia lo mal que se siente. Tomando el primer asiento vacío del fondo, deja caer su preciada mochila a un lado y apoya la cabeza en el pupitre. El dolor es insoportable.

—Te ves horrible —comenta Edith, quien está sentada a su lado. Dylan ni siquiera la había notado hasta que habló—. ¿Otra vez pasaste la noche bebiendo?

No responde; no tiene fuerzas para hablar. Si lo hace, el eco de su voz se amplificará en su cabeza, y eso solo aumentará el dolor. Así que se limita a asentir.

—¿Cuándo aprenderás a controlarte? —lo reprende mientras saca un trapito para limpiar el cristal de sus lentes—. Solo a ti se te ocurre irte de fiesta un domingo. ¿Hasta cuándo durará tu época desenfrenada?

Si pudiera hablar, le respondería que solo quiere disfrutar de la libertad que le ofrece su juventud; después, no tendrá la misma disponibilidad para divertirse. En pocos años, las responsabilidades se acumularán, y por eso debe aprovechar mientras aún pueda. Aunque admite que Edith tiene razón al decir que debe controlarse. Esta vez se pasó de la raya. La cabeza lo está matando. Definitivamente, no habrá más alcohol los domingos... al menos por un tiempo.

Sintiendo lástima por su amigo, Edith busca entre sus cosas después de haberse vuelto a poner los lentes. Como ya conoce los hábitos de Dylan, viene preparada. Lo siguiente que hace es darle una pastilla para la resaca; él la recibe y la ingiere de inmediato, sin agua. Luego le lanza a Edith una mirada de cachorro agradecido. La recompensará en el almuerzo con una buena comida. Sin ella, no sabría qué sería de él.

—No deberías depender tanto de mí. Sabes que no siempre podré cuidarte —comenta, adivinando los pensamientos de Dylan—. Pese a ser un adulto, no has cambiado mucho desde que eras niño.

Dicho eso, Edith voltea hacia el frente, ya que la profesora acaba de ingresar. Dylan, por su parte, se toma un momento para reflexionar sobre las palabras de su amiga. Y es que tiene razón: desde que eran niños, la dinámica entre ellos se ha mantenido igual. Se cuidan mutuamente, compensan las debilidades del otro y son casi inseparables. No es raro que muchos confundan su amistad con algo más; incluso sus familias han llegado a pensar que tienen una relación amorosa. Pero eso es imposible, porque los gustos de ambos no coinciden.

Dylan sabe que Edith también tiene una vida de la que debe ocuparse; no puede ser tan dependiente de ella. Y aun así, están estudiando la misma carrera, en la misma universidad. Es normal que haya malentendidos, pero no se trata de un tema romántico. Es solo que… ninguno de los dos se siente listo para seguir por su cuenta, porque la confianza y el apoyo que comparten es demasiado profundo. No obstante, eventualmente, sus caminos se separarán. Es aterrador pensar en el día en que se alejen.

Durante el resto de la clase, Dylan apenas logró prestar atención. Por suerte, la profesora tiene una voz suave, así que su cabeza no explotó. Además, gracias a la pastilla, el dolor disminuyó, y en la siguiente hora se sintió mejor en comparación con cómo llegó. A diferencia de Edith o Adrien, no es un chico particularmente responsable, pero se esfuerza lo suficiente para acreditar el semestre. Por ejemplo, cualquiera en su lugar habría preferido faltar antes que presentarse con las secuelas de su alocada noche.

Cuando el reloj marca las once, sus clases de la mañana por fin terminan. Tiene otras dos clases por la tarde, pero puede aprovechar para descansar e ir a comer. Mientras espera a que Edith guarde sus cosas, revisa su celular. Como la banda que le gusta sacó nuevo merchandising y lo compró tan pronto se enteró, está pendiente de cuánto falta para que llegue a su casa. En eso, recibe un correo de Adrien. Al instante, su semblante se ilumina.

—Conozco esa cara. Déjame adivinar… ¿te escribió Adrien?

—¡Claro que no! —asegura, pero no tarda en rendirse—. Bueno, sí, me mandó un correo. ¿No es adorable? Como el otro día se enteró de mi disgusto por no haber podido contactarme con él, ahora nos comunicamos por correo mientras su teléfono está en reparación.

¿Adrien, adorable? Desde la perspectiva de Edith, más bien le parece alguien amable, alguien que simplemente es considerado con un amigo. Sin embargo, no va a destruir las ilusiones de Dylan. Con lo sensible que es, seguro se pondría a llorar si le dijera que a ella no le da la impresión de que Adrien comparta sus sentimientos. De hecho, no parece interesado en nadie en particular. "¿O quizá sí?", piensa Edith, recordando aquella vez en la que Adrien les preguntó su opinión sobre Kai.

—A todo esto, ¿no te preocupa haberlo emparejado con Kai? —pregunta ella—. La verdad, me sorprendió que tú mismo sugirieras que Adrien fuera quien tomara las fotos.

—¿Cuál es el problema? Adrien es muy talentoso. Además, ¿de qué debería preocuparme? Admito que Kai sería un rival fuerte, pero, por donde se lo mire, es heterosexual —dice, sin darle demasiada importancia.

¿Desde cuándo le gusta Adrien a Dylan? Desde el día en que lo conoció. Cuando hablaron por primera vez en la semifinal, quedó completamente flechado. Pero, como no está seguro de la orientación sexual de Adrien, Dylan decidió tomar las cosas con calma y empezar siendo amigos. Tampoco tiene prisa por conquistarlo; con alguien con la personalidad de Adrien, algo le dice que es mejor conectar lentamente.

—Oh, Adrien me dice que las fotos tardarán un poco más en estar listas —informa—. ¿Debería invitarlo a almorzar con nosotros?

Edith no necesita responder, pues Dylan le escribe de inmediato para hacerle la invitación. Un minuto después, recibe otro correo de Adrien. Los ojos verdes de Dylan muestran su desilusión.

—Vaya… dice que hoy no puede —su boca se entreabre al continuar leyendo el mensaje—. ¿Eh? Me pregunta si sé en qué facultad está Kai.