Kael Walton no fue criado, fue forjado, desde niño conoció más el frío del abandono que el calor de una familia. A los quince años quedó huérfano, y su refugio fueron las calles, los trabajos mal pagados, y los silencios largos que solo entienden los que han sobrevivido más de lo que han vivido.
El ejército le dio estructura, disciplina, y una nueva identidad: soldado, protector, fantasma. A los 25 años, pensó que había encontrado la única guerra que valía la pena luchar: el amor. Pero la felicidad duró poco. Su esposa fue asesinada por un mafioso al que todos temían, excepto Kael. Desde entonces, el amor quedó enterrado junto a ella.
Años después, en medio de una misión de venganza donde logran su cometido, cuando al fin reina la paz para el solo era el inicio de un caos y encanto, llamado Nadia Drake.
Podrá Nidia Alojarse en el corazón de Kael?
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Capítulo 20
... AMENAZA...
El lunes amaneció frío y nublado en Berlín, era el tipo de clima que coincidía con el humor de Kael: gris, cauteloso, y con algo en el pecho que no lograba identificar.
Había pasado el fin de semana sin dejar de pensar en la canción que Nadia le dedicó, en su risa, en su forma de hacerlo sentir vivo y a la vez vulnerable.
Pero también… en esa sensación incómoda que lo acompañaba desde hace días, un cosquilleo en la nuca, un instinto dormido que empezaba a despertar.
Algo no andaba bien.
—Kael — Nadia apareció en la cocina del apartamento con una taza de café en mano, su pijama de ositos y el cabello enredado en un moño torcido—. Hay algo extraño en los servidores de la empresa.
Él levantó la vista desde el portátil.
—¿Qué tipo de extraño?
—Esta mañana el sistema de seguridad me sacó del panel de control dos veces y ayer por la noche, uno de los accesos internos se reinició solo.
Kael cerró la laptop de inmediato.
—¿Hay alguna alerta en el servidor?
—No, eso es lo raro, no hay errores, pero algo no cuadra.
—Voy a revisarlo — dijo poniéndose de pie—. Prepara todo para ir a la oficina.
—Pensé que íbamos a trabajar desde aquí…
—Cambio de planes.
Nadia lo miró, notando el cambio en su tono, frío, precavido.
—¿Todo bien?
Kael la miró a los ojos y mintió.
—Sí.
La empresa Drake está ubicada en un moderno edificio de cinco pisos en las afueras de Berlín.
Minimalista por fuera, blindada por dentro, es un monstruo tecnológico, Ethan había invertido millones en desarrollar el mejor sistema de protección para agencias gubernamentales, empresas privadas y, en secreto, operaciones encubiertas de alto nivel.
Kael entró con Nadia y fue directo al cuarto de servidores, pasó la tarjeta, puso el código y su huella, un protocolo que solo él, Nadia y dos técnicos conocían.
Pero algo falló.
Acceso denegado.
—¿Qué demonios…?
—¿Lo intentaste mal?
—Nunca me equivoco con esto.
Lo intentó dos veces más, nada.
Nadia lo miró, preocupada.
—Déjame intentar con la mía.
Ella puso su tarjeta y su código.
Acceso concedido.
Kael la siguió al interior, revisó las conexiones, el firewall, las direcciones IP de acceso.
En la pantalla, una secuencia de números parpadeaba.
—Aquí — señaló —. Esta dirección no es de nuestros técnicos.
—¿La rastreamos?
—Ya lo estoy haciendo.
Tardó treinta segundos, luego su cara se endureció.
—La IP es local, está en Berlín y entró con una autorización... tuya.
Nadia palideció.
—¿Cómo es posible?
—Alguien replicó tu código, tu firma digital, y usó tu acceso. Desde una laptop que se conectó en una red pública… en un café a tres cuadras de aquí.
—¿Nos están vigilando?
Kael cerró la sesión.
—Esto no fue un hackeo cualquiera, fue una advertencia.
—¿Qué tipo de advertencia?
Él la miró sin responder.
Al salir del cuarto de servidores, ambos guardaron silencio, pero en la recepción, un sobre sin remitente esperaba con el nombre de Nadia, en letras negras y firmes.
Kael lo tomó antes que ella.
—¿Quién lo dejó? — preguntó a la recepcionista.
—Nadie lo vio, apareció en el mostrador esta mañana.
Kael lo abrió sin pensarlo dos veces.
Dentro había una sola hoja con una frase escrita a mano:
“Los pecados de un hermano también manchan a la hermana.”
Y, en el centro de la hoja, una pequeña foto en blanco y negro: Nadia, sentada en un banco de un tranquilo parque, en la foto se mostraba riendo mientras hablaba con Carmen quien cargaba a su pequeña hija Marina, la nueva amiga del karaoke, la imagen había sido tomada desde lejos.
Nadia la tomó y sintió un escalofrío.
—¿Esto es… de ayer?
—Sí.
Kael estaba helado, furia contenida, instinto militar activado.
—Vamos a casa, ya.
—Pero…
—Ahora, Nadia.
De regreso al apartamento, Kael revisó cada centímetro: ventanas, cerraduras, cámaras. Activó el protocolo de aislamiento: cortó el wifi, apagó los móviles, cerró las cortinas.
—¿Crees que Luca…? — preguntó ella, abrazándose a sí misma.
—No tengo pruebas aún, pero todo esto lleva su firma, silencioso, elegante. Amenazante sin dejar huellas, como el perro de su padrino.
—Pero ¿por qué ahora?
—Porque quiere vengar a su padre y tú llevas el apellido del hombre que lo mató, y vives con el hombre que mató a su padrino.
—Ethan no lo mató… fue un equipo. ¡Kael, tú estabas ahí!
—No se puede cambiar una mente criminal cuando tiene venganza y ahora somos un blanco.
Esa noche, Kael no durmió, pasó horas frente al monitor portátil, revisando registros, mensajes, huellas digitales.
Buscando cualquier indicio de Luca, algún error, una grieta en su máscara perfecta.
Pero el tipo era un fantasma.
Nadia, en cambio, dormía en el sofá, envuelta en una manta, con el ceño fruncido, había bebido una copa de vino, pero no bastó para calmarla.
Kael se acercó, la cubrió con otra manta, y se sentó junto a ella.
—No voy a dejar que te haga daño — murmuró en voz baja —. Aunque tenga que llevarlo yo mismo al infierno.
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A la mañana siguiente, la amenaza se volvió más directa.
Cuando Kael Y Nadia llegaron a la empresa se fijaron que en la zona previa al entrar al estacionamiento uno de los autos de Kael, un blindado negro, apareció con las llantas rajadas y una marca en el capó: una X blanca pintada a mano.
Nadia lo vio al salir de su auto y su corazón se encogió.
—Eso no es una coincidencia —dijo.
—No lo es —respondió Kael, mientras tomaba su móvil satelital.
—¿Qué vas a hacer?
—Lo que mejor sé hacer: rastrear, anticipar y neutralizar.
Ella lo miró, y por primera vez, le vio ese brillo oscuro en los ojos, el soldado, el asesino entrenado, no el hombre que ella intentaba enamorar.
—Kael…
—No te preocupes muñeca, voy a mantenerte a salvo.
—Eso no es lo que me preocupa, me preocupa que pierdas otra vez tu alma por protegerme.
Él bajó la mirada, no podía prometerle que no lo haría, porque ya la había perdido una ve y la idea de perderla a ella… era más insoportable que cualquier infierno.
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