Embarazado Del Padre De Mi Ex-novio

𝐸𝑚𝑖𝑙

Salió del consultorio sin recordar cómo había

llegado hasta el pasillo. Ni siquiera escuchó el resto de las palabras del médico. Solo una retumbaba en su cabeza como un tambor sin fin.

𝗘𝗺𝗯𝗮𝗿𝗮𝘇𝗮𝗱𝗼.

𝗘𝗺𝗯𝗮𝗿𝗮𝘇𝗮𝗱𝗼.

𝗘𝗺𝗯𝗮𝗿𝗮𝘇𝗮𝗱𝗼.

No era real. No podía ser real.

Avanzó por el pasillo como si el suelo se hubiera vuelto líquido, como si sus piernas no le pertenecieran. Gente hablaba a su alrededor, niños lloraban, se abrían puertas, se cerraban otras. Pero todo sonaba lejano. Como si él estuviera metido en una pecera de cristal y el mundo lo mirara desde afuera.

Entró al baño del centro médico sin pensarlo. Cerró la puerta de uno de los cubículos, se apoyó contra la pared fría, y recién ahí su pecho decidió reaccionar.

El aire no entraba.

Jadeó. Abrió los labios pero no lograba respirar bien. Sentía un nudo enorme en la garganta, como si hubiera tragado un puño de espinas.

"Esto no está pasando. Esto no está pasando."

Le dolía el pecho. Tenía la vista borrosa. Y lo peor era que no sabía si estaba hiperventilando o si estaba… gritando por dentro.

Se sentó en la tapa del inodoro, se cubrió la cara con las manos y dejó que el ataque de ansiedad lo estrujara como una prensa invisible. Los latidos de su corazón eran tan fuertes que parecían golpearle las sienes.

¿Cómo puede un hombre quedar embarazado?

¿Y por qué justo yo?

¿Qué clase de chiste enfermo es este?

Tardó como diez minutos en calmarse. O al menos en parecer tranquilo. Sus manos temblaban. Sus labios estaban secos. Sentía el estómago revuelto, pero ya no podía vomitar más.

Cuando salió del baño, no sabía a dónde ir. Solo caminó.

No volvió a casa. No llamó a Paul. No contestó mensajes.

Simplemente caminó como si alguien hubiera desconectado su alma del cuerpo.

Pasó por avenidas llenas de autos, por esquinas con vendedores de flores, por cafeterías donde la gente reía y vivía como si todo tuviera sentido. Y él, como un zombi perdido, seguía escuchando esa palabra en su cabeza.

“𝗘𝗺𝗯𝗮𝗿𝗮𝘇𝗮𝗱𝗼.”

Era como una maldición repetida una y otra vez, clavándosele entre las costillas. Se la imaginaba tatuada en la frente. Gritada a los cuatro vientos.

Y por un segundo, de esos que duran una eternidad, se preguntó si estaba enfermo.

“¿No será que estoy loco?”

Porque eso tendría más sentido que todo esto. Tal vez era un problema mental. Tal vez su cuerpo le estaba jugando una broma biológica.

O tal vez el médico se equivocó. Tal vez, si iba a otro hospital, le dirían: “Fue un error. Tenés una úlcera. O algo hormonal. Nada más.”

Pero en el fondo… en lo más profundo…

Sabía que no era un error.

Su cuerpo lo estaba diciendo desde hacía días.

La irritabilidad. El cansancio. El dolor leve. El rechazo a la comida. El pecho oprimido.

Lo sabía.

Terminó en una placita del centro, casi vacía a esa hora. Se sentó en una banca, con la capucha puesta, encogido sobre sí mismo como si el mundo fuera demasiado grande para él.

Y entonces lloró.

No a los gritos. No con escándalo.

Lloró como lloran los que no quieren que nadie los vea: en silencio, apretando los dientes, con la cabeza gacha y el alma hecha trizas.

Porque si algo estaba claro era eso:

Estaba roto. Por dentro. Por fuera. Completamente.

No sabía cuánto tiempo pasó así. Minutos. Horas. Ya ni siquiera podía sentir el frío que se colaba por la ropa.

— ¿Emil?

Levantó apenas la cabeza. Esa voz la reconocería en cualquier parte.

Paul estaba ahí. Parado a unos pasos, con el ceño fruncido, el rostro alarmado y los ojos llenos de preocupación.

— ¿Qué hacés acá? — preguntó Paul, acercándose con cautela. — Hace horas que no respondés. Alex me dijo que no fuiste a clase. Estaba a punto de...

Se detuvo al verlo bien.

Las ojeras. Los ojos hinchados. La forma en que se abrazaba a sí mismo.

Paul se sentó junto a él sin decir nada. No preguntó, no exigió. Solo apoyó su mano sobre el hombro de Emil.

Emil no pudo hablar. No tenía fuerzas. Pero tampoco necesitaba decir nada. Porque, por primera vez, no estaba solo.

Y aunque aún no era capaz de decirlo en voz alta, por dentro, lo sabía.

𝗧𝗼𝗱𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗯𝗮 𝗮𝗽𝘂𝗻𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝗰𝗮𝗺𝗯𝗶𝗮𝗿.