Algunas pasiones no nacen para ser compartidas… nacen para poseerlo todo.
Alice siempre fue diferente. Bajo su apariencia dulce y su mirada de miel brillante, esconde un alma indomable, rebelde y peligrosa, capaz de amar hasta los extremos más oscuros. Desde el instante en que lo vio —al heredero más temido de una de las mafias más poderosas—, su mundo dejó de girar de manera normal. No era una elección... era una obsesión silenciosa, un lazo invisible que ella no estaba dispuesta a soltar.
Entre secretos, traiciones y sentimientos que rozan la locura, Alice demostrará que algunas sombras no buscan protección… buscan controlarlo todo.
En una historia donde la pasión y la obsesión se entrelazan con el peligro, el amor no es un refugio: es un campo de batalla.
¿Hasta dónde llegarías por convertirte en la dueña de su sombra?
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Capítulo 13: Herencia de sombras y fuerza
Han pasado diez años desde que la tragedia tocó sus puertas y cambió sus destinos para siempre. Diez años donde la inocencia fue dejada atrás, reemplazada por decisiones difíciles, noches eternas y cicatrices que nadie puede ver.
Alice ya tenía quince años. Había crecido en un entorno lleno de amor, tragedia y silencios. Su cabello negro azulado caía como una cascada oscura hasta su cintura, brillante y perfectamente cuidado, moviéndose con cada paso como si hablara por ella. Sus ojos, grandes y expresivos, reflejaban una mezcla de dulzura y misterio. Aunque seguía siendo amable con su familia y aquellos que amaba, ya no tenía la inocencia de antes. Era reservada, un poco ruda a veces, pero tremendamente inteligente. Su belleza no pasaba desapercibida, y su forma de hablar pausada y segura la hacía parecer mayor de lo que era. Su voz es suave, pero firme. No permite que la traten como una niña, y todos lo saben. Su forma de mirar transmite algo más allá de la edad: sabiduría dolorosa. De vez en cuando, se sienta sola en el jardín y observa el cielo como si esperara una señal de sus padres, que aún viven en su memoria.
—¿En qué pensás? —le pregunta Axel a veces mientras le sirve té.
—En nada —responde Alice. Pero siempre está pensando en todo.
Axel, por su parte, se convirtió en cocinero y pintor. Tiene su taller en casa, lleno de cuadros coloridos y algunos oscuros. La cocina siempre huele a hogar gracias a él. Sigue siendo el corazón emocional de todos. No habla mucho, pero cuando lo hace, sus palabras son como bálsamo.
Benjamín ya tiene 28 años. Terminó su carrera como un genio universitario, pero su verdadero amor era la música. Compositor de alma, toca varios instrumentos y tiene un pequeño estudio en casa donde se encierra por horas. Es silencioso, reservado, pero cálido con su familia. Sus hermanos siempre lo llaman “el sabio”. Está soltero, aunque algunas chicas lo siguen como si fuera una estrella de rock.
Valentín tiene 20 y es una mezcla entre fuego y determinación. Alto, flaco, con esa belleza desordenada que llama la atención sin querer. Fundó su empresa de marketing con apenas 18, y ya tiene contratos importantes. Es rudo, frontal, no le gusta perder el tiempo con tonterías. Su novia, Lía, es su contrapeso perfecto: dulce, inteligente, divertida, y querida por todos en la casa. Ella es como una hermana mayor para Alice.
Alan y Alex… ahora tienen 30 años. Líderes de la mafia, como su padre lo fue. Pero no hay orgullo en sus ojos, sólo responsabilidad. Ya no sonríen tanto. Las risas, las bromas, quedaron en el pasado. Su mirada es cortante. Su presencia impone respeto. Aprendieron que el poder viene con soledad, y que confiar es un lujo que ya no se permiten.
Pero con su familia… son otros. Cuando cruzan las puertas de esa enorme casa, se quitan los trajes negros, las armas, las máscaras. Con sus hermanos, siguen siendo los mismos chicos que alguna vez lloraron abrazados en la cocina. Le cocinan a Alice, ven películas con Valentín, escuchan las canciones de Benjamín y posan como modelos para los cuadros de Axel.
La casa donde viven ahora es grande, moderna, con jardines, una pileta enorme y paredes decoradas con cuadros de Axel y trofeos de Valentín. Hay una sala especial para la música de Benjamín, una habitación llena de dibujos de Alice y hasta una terraza donde todos se reúnen a veces a mirar las estrellas, como solían hacerlo con sus padres.
Pero a pesar de la comodidad, hay algo que nunca se va: la melancolía.
Cada tanto, en silencio, alguno deja una flor en el altar de sus padres que tienen en el jardín. Un rincón lleno de fotos, velas y cartas que aún escriben.
Una noche, mientras todos dormían, Alice se levantó y se sentó frente a ese altar.
—Papá… Mamá… sé que hicieron lo que pudieron. Todos lo hicieron. Yo voy a ser fuerte. Lo prometo.
Y entonces, por primera vez en mucho tiempo, lloró.
En silencio, con la cabeza apoyada en sus rodillas.
No por tristeza.
Sino por amor.
Porque aunque la vida les cambió de forma irreversible, el lazo que los une es tan fuerte que ni el tiempo, ni la muerte, ni el dolor han podido romperlo.
Alice 15 años
Víctor (cuando nace Alice)
Beatriz (cuando nace Alice)
Alan 30 años
Alex 30 años
Axel 30 años
Benjamín 28 años
Valentín 20 años