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Entre Líneas

Entre Líneas

Status: En proceso
Genre:Amor prohibido / Amor tras matrimonio / Intrigante / Maltrato Emocional / Padre soltero / Diferencia de edad
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: @AuraScript

"No todo lo importante se dice en voz alta. Algunas verdades, los sentimientos más incómodos y las decisiones que cambian todo, se esconden justo ahí: entre líneas."

©AuraScript

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No debería de ser mi asunto...

Quizás estoy apresurándome al contar los hechos de esta manera, dejando que el caos de mis emociones dicte el ritmo de la historia. La realidad es que, después de que Heather se fue esa madrugada, mi vida volvió a una rutina que se sentía como un eco vacío de lo que solía ser. Soy fiscal, y mi día a día está marcado por un ciclo agotador que comienza al amanecer y termina bien entrada la noche. Me levanto a las seis de la mañana, el aire frío de mi habitación oliendo a madera vieja y a café recién hecho mientras preparo una taza para empezar el día. Luego, me dirijo a la fiscalía, un edificio gris en el centro de la ciudad que huele a papel y a tinta, con pasillos llenos de murmullos y el eco de pasos apresurados. Mi trabajo consiste en revisar casos, preparar acusaciones, asistir a audiencias y negociar con abogados defensores que a menudo me miran con desdén. Paso horas encerrado en mi oficina, una habitación pequeña con una ventana que da a un callejón, rodeado de expedientes que se apilan como torres inestables sobre mi escritorio. El sonido de las páginas al pasar, el clic del bolígrafo contra el papel, y el zumbido constante del teléfono son mi banda sonora diaria. Luego están las audiencias en el tribunal, donde el aire está cargado de tensión y el olor a madera pulida se mezcla con el sudor de los presentes. Allí, frente a jueces y jurados, presento mis argumentos con una voz que he aprendido a hacer sonar firme, aunque por dentro a menudo me sienta como un fraude, un hombre roto fingiendo ser algo más.

Estaba listo para guardar secretos, para no decirle a nadie, ni siquiera a Damon, lo que había pasado con mi hija. Pero era difícil mantenerlo dentro, porque se trataba de ella, de Heather, mi luz, la niña de mis ojos. Cada pensamiento sobre su partida me dolía como una herida abierta, pero tenía que dejarla vivir su vida. Era una adulta ahora, y yo ya no podía meterme en sus decisiones, por mucho que quisiera protegerla. Lamentablemente, tenía que quedarme atrás, apartarme de su camino, aunque sentía que me arrancaban el corazón al hacerlo. Heather sabía lo que hacía, o al menos eso quería creer, y no podía seguir escondiéndose detrás de mí, su padre, como si todavía fuera una niña. Me veía en la obligación de darle espacio, de dejarla enfrentar sus propios demonios, aunque cada día sin saber de ella me pesara como una losa.

Pasó casi un mes desde esa madrugada, y en ese tiempo, Damon intentó contactarme varias veces. Mi teléfono vibraba insistentemente sobre la mesa de mi oficina, su nombre iluminando la pantalla una y otra vez, pero yo no contestaba. Estaba demasiado estresado, demasiado atrapado en mi propia cabeza, y no quería que esto interfiriera con mi rendimiento laboral. Me había quemado las pestañas para llegar a donde estoy, sacrificando noches de sueño y pedazos de mi propia alma para convertirme en fiscal, y no iba a dejar que nada me distrajera ahora. Una mañana, mientras me preparaba para salir, me detuve frente al espejo del baño, el vapor del agua caliente todavía flotando en el aire y el olor a jabón impregnado en mi piel. Me miré fijamente, forzando una sonrisa que parecía más una mueca que un gesto genuino. —Te esfuerzas tanto, Blake— murmuré, mi voz baja mientras intentaba animarme. —Estás agradecido por haber conseguido tus ambiciones, ¿verdad?—. Pero mi rostro se deformó con sufrimiento, las arrugas alrededor de mis ojos profundizándose y mi boca torciéndose en una expresión de dolor que no podía soportar. Aparté la mirada de inmediato, mi autoimagen distorsionada por el peso de mi propia tristeza, un reflejo que no quería enfrentar.

Todo quedó en pausa hasta esa tarde, cuando el timbre de mi casa sonó con un tono agudo que rompió el silencio. Estaba en la cocina, preparando un sándwich para la cena, el aroma a pan tostado y a jamón llenando el aire mientras cortaba un tomate con movimientos mecánicos. Mi corazón dio un salto al escuchar el timbre, y una chispa de esperanza me hizo dejar el cuchillo sobre la encimera con un tintineo. Nadie más me buscaría a estas horas salvo Heather. Corrí hacia la puerta sin pensarlo, mis pasos resonando contra el suelo de madera, y abrí de un tirón, mi respiración entrecortada por la expectativa. Pero mi sorpresa fue inmensa al ver a Damon frente a mí.

Se veía devastado, como si el sufrimiento lo hubiera consumido por completo. Su cabello estaba desordenado, cayendo en mechones grasientos sobre su frente, y su rostro estaba pálido, con ojeras profundas que parecían talladas en su piel. Llevaba una chaqueta arrugada y una camiseta que parecía no haber sido lavada en días, el olor a sudor y a desesperación flotando a su alrededor. Sus manos temblaban ligeramente mientras se apoyaba contra el marco de la puerta, y su expresión era una mezcla de dolor y determinación que me heló la sangre. Me quedé inmóvil por un segundo, el horror subiendo por mi garganta como bilis, pero me obligué a guardar compostura. Acomodé mi camisa con un movimiento rápido, las manos temblando mientras alisaba la tela, y suspiré profundamente, el aire saliendo de mis pulmones con un sonido áspero.

—Buenas tardes, Damon— dije, mi voz educada pero tensa, mientras lo miraba con una calma fingida que apenas podía mantener. —No te quedes ahí afuera, pasa—. Hice un gesto con la mano, invitándolo a entrar, aunque cada fibra de mi ser gritaba que esto no iba a terminar bien.

Damon asintió, su rostro serio, casi pétreo, mientras entraba con pasos lentos. La tensión en el aire era palpable, un terror silencioso que se enroscaba a mi alrededor como una serpiente, apretándome el pecho hasta que apenas podía respirar. Intenté no caer en pánico, pero mi mente estaba dando vueltas, gritándome que estos no eran mis problemas, que no debía involucrarme más. Me giré para cerrar la puerta, pero Damon estaba justo detrás de mí, su presencia demasiado cercana, demasiado intimidante. De pronto, me acorraló, su cuerpo presionando la puerta para cerrarla mientras yo quedaba atrapado entre la madera y él. Su brazo se apoyó al lado de mi cabeza, su respiración pesada rozándome el rostro, y el olor a sudor y a algo más oscuro, quizás miedo, llenó el espacio entre nosotros. Mi corazón latía tan rápido que pensé que se me iba a salir del pecho, y mi respiración se entrecortó, el pánico subiendo por mi garganta como una ola.

—Damon, relájate, por favor— dije, mi voz temblando a pesar de que intenté sonar firme, mientras extendía una mano para tomar su brazo con cuidado. —Vamos a hablar, pero tranquilo—. Mis dedos se cerraron alrededor de su muñeca, y lo guie con un movimiento lento pero decidido hacia la sala, mis pasos medidos, casi mecánicos, mientras intentaba mantener el control de la situación. Damon, sorprendentemente, se dejó guiar, su cuerpo obediente aunque rígido, como si estuviera conteniendo algo que amenazaba con desbordarse.

Lo llevé al sofá de la sala, un mueble viejo de tela gris que crujió bajo su peso cuando se sentó. —Siéntate aquí— dije, mi voz más suave ahora, mientras lo miraba con una calma que no sentía. Mis manos temblaban ligeramente mientras ajustaba un cojín a su espalda, un gesto casi instintivo para hacerlo sentir más cómodo. —Voy a prepararte un café, ¿de acuerdo? Necesitamos hablar con calma—. Mi tono era ordenado, cada palabra pronunciada con una precisión que buscaba tranquilizarlo, aunque por dentro estaba al borde del colapso. Me dirigí a la cocina con pasos rápidos, el aire oliendo a pan tostado y a tomate, y encendí la cafetera con movimientos precisos, el zumbido de la máquina llenando el silencio. Mientras el café se preparaba, apoyé las manos en la encimera, mis dedos apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se volvieron blancos. Respiré hondo, el aroma amargo del café subiendo hasta mi nariz, y me obligué a mantener la compostura, aunque el terror seguía enroscado en mi pecho, un recordatorio de que esta conversación no iba a ser fácil.

El zumbido de la cafetera se detiene con un clic suave, y el aroma amargo del café llena la cocina, mezclándose con el olor a pan tostado que aún flota en el aire. Sostengo la jarra con cuidado, mis manos firmes a pesar del torbellino de emociones que me recorre, y vierto el líquido oscuro en una taza de cerámica blanca, el vapor subiendo en espirales que calientan el aire a mi alrededor. Mis movimientos son precisos, casi mecánicos, como si seguir esta rutina pudiera mantenerme anclado en medio del caos que siento dentro de mí. Limpio una gota que se derrama en el borde de la taza con un trapo, el gesto tan ordenado como mi necesidad de controlar esta situación, y luego camino de regreso a la sala, mis pasos resonando contra el suelo de madera con una calma que no siento.

Damon sigue en el sofá, inmóvil, como si el peso de su propio sufrimiento lo hubiera clavado al asiento. No se ha levantado, y su aspecto es aún más devastador de cerca. No sé nada de lo que ha pasado entre él y Heather, no realmente, y aunque una parte de mí quiere entender, otra parte me recuerda que no puedo meterme en un matrimonio que no es mío. Pero verlo así, tan roto, tan sucio, me resulta devastador. No puedo mantener una charla con él en este estado, no cuando parece que apenas puede sostenerse.

Me acerco con la taza en la mano, el calor del café quemándome ligeramente los dedos, y se la extiendo con un movimiento lento y deliberado. —Toma, Damon— digo, mi voz baja pero firme, cargada de una autoridad que he perfeccionado con los años. Mis ojos se fijan en los suyos, y aunque mi expresión es seria, hay una chispa de compasión en ella que no puedo evitar. Él toma la taza con manos temblorosas, el líquido salpicando ligeramente sobre el borde, y murmura un —Gracias— apenas audible, su voz ronca y agotada.

Está a punto de decir algo más, su boca abriéndose con una pregunta que no llega a formular, pero alzo una mano con un gesto rápido y silencioso, deteniéndolo en seco. Mi movimiento es preciso, casi autoritario, y Damon cierra la boca de inmediato, sus labios apretándose en una línea tensa mientras me mira con una mezcla de sorpresa y obediencia. Lo observo con atención, mi mirada intensa y calculadora, como si pudiera leer cada pensamiento que cruza por su mente. Luego, digo: —El baño está al fondo, a la derecha—. Mi tono es claro, cada palabra pronunciada con una calma que no deja espacio para la discusión.

Damon parpadea, claramente confundido, sus cejas frunciéndose mientras intenta procesar lo que acabo de decir. —Pero, señor...— comienza, pero lo interrumpo de nuevo, mi voz más suave ahora, aunque igual de firme. —Primero, tómate el café y cálmate— digo, señalando la taza con un movimiento de la barbilla. —Respira profundo, así, mira—. Hago una pausa, demostrándole cómo hacerlo: inhalo lentamente por la nariz, mis hombros relajándose con un movimiento deliberado, y exhalo por la boca, el aire saliendo de mis pulmones con un sonido controlado. Mis ojos no se apartan de los suyos, y hay una intensidad en mi mirada que lo obliga a seguir mi ejemplo.

Damon asiente débilmente, sus manos temblando mientras lleva la taza a sus labios, y toma un sorbo pequeño, el líquido caliente dejando un rastro de vapor en el aire. —Despacio, no te quemes— añado, mi voz baja pero dominante, guiándolo como si fuera un niño que necesita instrucciones claras. Él obedece, sus movimientos más lentos ahora, y siento un control emocional que se establece entre nosotros.

Nos quedamos en silencio mientras terminamos el café, el sonido de nuestras respiraciones y el crujir ocasional del sofá llenando la sala. El aire huele a café y a madera vieja, y la luz del atardecer se cuela por las ventanas, proyectando sombras largas sobre las paredes. Cuando Damon termina, su taza vacía descansa en sus manos, y yo dejo la mía sobre la mesa de centro con un movimiento preciso, el tintineo de la cerámica contra la madera resonando en el silencio. Luego, con una seña silenciosa, alzo una mano y le pido que aguarde un momento, mi expresión seria, sin necesidad de palabras. Me levanto con un movimiento fluido, mis pasos seguros mientras me dirijo al armario del pasillo, el suelo crujiendo bajo mis pies.

Busco una toalla limpia, una de felpa blanca que huele a detergente y a suavizante, y luego voy a mi habitación, abriendo el cajón de mi ropa con un movimiento rápido. Saco una camiseta y un pantalón de chándal, las prendas más grandes que tengo, aunque sé que Damon es casi dos veces más grande que yo físicamente. La ropa huele a tela limpia, y la doblo con cuidado antes de regresar a la sala, mis pasos resonando con una calma que contrasta con la tormenta que siento dentro de mí. Damon sigue en el sofá, su rostro apagado, sus manos ahora vacías y temblando ligeramente. Parece que ya ni puede llorar, como si el dolor lo hubiera drenado por completo, y verlo así me aprieta el pecho de una manera que no puedo ignorar.

Me acerco a él, mis movimientos lentos pero seguros, y le extiendo la ropa y la toalla con una expresión que no deja lugar a discusión. —El agua siempre está caliente— digo, mi voz baja pero firme, mientras lo miro directamente a los ojos. —Cuando termines de bañarte, deja la ropa sucia en la canasta. Yo me encargaré de lavarla—. Mientras hablo, extiendo una mano y toco su cabello grasiento, mis dedos deslizándose entre los mechones con un gesto casi paternal. La textura aceitosa me revuelve el estómago, y me limpio la mano discretamente en mi pantalón, el gesto rápido pero notorio. —Lávate bien el cabello, ¿entendido?— añado, mi tono autoritario pero cargado de una preocupación que no puedo ocultar.

Damon me mira, sus ojos vidriosos, y murmura: —Gracias, suegro—. Pero lo callo de inmediato, alzando una mano con un gesto educado pero firme. —No hagas eso ahora— digo, mi voz suave pero cortante. —Apresúrate, Damon. Si quieres hablar, primero date un baño—. Mi tono no admite réplicas, y él asiente débilmente, sus hombros encorvados mientras se pone de pie con un movimiento lento y cansado. Toma la ropa y la toalla con manos temblorosas, y se dirige al baño al fondo del pasillo, sus pasos resonando contra el suelo de madera mientras yo me quedo parado en la sala, mi respiración entrecortada y mi corazón latiendo con fuerza.

El sonido de la puerta del baño al cerrarse me saca de mi trance, y me paso una mano por el rostro, intentando calmar el torbellino de emociones que me recorre. La sala está en silencio ahora, salvo por el crujir ocasional de la casa y el sonido lejano del agua corriendo en el baño. El aire huele a café y a madera, y la luz del atardecer se desvanece lentamente, dejando la habitación en una penumbra que parece reflejar el peso de esta situación. No sé qué va a pasar ahora, no sé qué quiere Damon ni qué voy a hacer con todo esto, pero por ahora, me mantengo en control, porque es lo único que sé hacer, aunque por dentro sienta que todo se está desmoronando.

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