Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
NovelToon tiene autorización de Yoisy Ticliahuanca Huaman para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO 12: En una relación
El auto se detuvo frente al lujoso departamento de Alfonso. La ciudad brillaba a lo lejos, iluminada por miles de luces, pero dentro del vehículo reinaba un silencio cálido, lleno de expectativa.
Al entrar al departamento, tomados de la mano, la abuela María lo notó de inmediato.
Sus ojos brillaron de felicidad y, sin contenerse, los abrazó a ambos con fuerza.
—¡Me hacen la mujer más feliz del mundo, mis amores! —exclamó emocionada—. ¡Esto hay que celebrarlo!
Estaba tan radiante que parecía una niña con un juguete nuevo, incapaz de quedarse quieta.
Tras un brindis por la nueva pareja, los tres compartieron una cena amena y llena de risas.
Abril se sentía como en casa: la calidez de la abuela la envolvía, y la comida era simplemente deliciosa. En silencio, comparó aquella sazón con la suya y no pudo evitar pensar que, si Alfonso esperaba que ella cocinara así, lo decepcionaría.
Como si leyera sus pensamientos, Alfonso se inclinó hacia ella y le susurró al oído con voz grave:
—No me importa lo que sepas hacer en la cocina, lo que de verdad me interesa es lo que sabes hacer con esas manitos… en la cama.
Abril se atragantó de inmediato, con el rostro enrojecido como una cereza.
Alfonso, divertido, le pasó un vaso de agua y le acarició suavemente la espalda mientras contenía la risa.
Abril lo fulminó con la mirada, pero él respondió con un beso rápido y travieso en sus labios.
La abuela, observando todo con ternura, sonrió complacida.
—Mis niños, sigan disfrutando. Yo me retiro, este cuerpo viejo necesita descansar —dijo levantándose con calma. Antes de marcharse, le dio un beso en la frente a Abril y una advertencia a su nieto—: Cuida a mi princesa.
Con abrazos y besos se despidió, dejando a los enamorados solos.
Apenas la anciana desapareció por el pasillo, Alfonso tiró suavemente de la mano de Abril y la sentó en su regazo, devorando sus labios en un beso intenso. Ella intentaba seguirle el ritmo, aunque su torpeza delataba la falta de experiencia, lo que a Alfonso le parecía aún más encantador.
Entre caricias y susurros, él preguntó con una sonrisa provocadora:
—Y ahora… ¿qué quiere hacer mi pequeña?
Abril levantó los brazos con entusiasmo, fingiendo estar en plena fiesta.
—¡Vamos de party! ¡Uuuuh! —gritó divertida.
Alfonso arqueó una ceja y la miró con burla.
—¿No estás muy pequeña para fiestas?
Ella infló las mejillas, cruzando los brazos y dándole la espalda con un puchero adorable.
Alfonso soltó una carcajada; esa niña caprichosa lo volvía loco.
—Está bien, mi amor. Solo por esta vez… no quiero más berrinches —cedió, robándole otro beso.
--------------------------------------------------
Horas más tarde, los enamorados llegaron a la discoteca más exclusiva de la ciudad, un lugar frecuentado por millonarios y celebridades.
El dueño era Carlo, amigo de Alfonso, y Brescia ya sospechaba que los paparazis estarían al acecho. Por eso, antes de salir, había llamado a su amigo para que les preparara la zona más discreta del lugar.
El ambiente en la discoteca era vibrante, lleno de luces y música ensordecedora. Desde que entró, Abril se dejó llevar por la energía del lugar y disfrutó como nunca.
Carlo, cómplice de su entusiasmo, parecía un adolescente más, retándola a juegos de “shot, shot” hasta que ambos terminaron riendo a carcajadas y completamente ebrios.
Horas después, en plena madrugada, Alfonso salió del lugar con Abril en brazos. Ella, entre risas y refunfuños, insistía en quedarse un poco más.
Hacía tiempo que no salía: desde que su padre la echó de casa y sus amigas le dieron la espalda, su vida se había reducido al trabajo.
Alfonso la miraba sin saber si enfadarse o reír. Desde que la conoció, la había catalogado como arrogante y caprichosa, pero ahora, siendo su novia, esos caprichos habían aumentado… y aun así, él estaba encantado de consentirlos.
—Pequeña, si sigues así, nunca más salimos a un antro —la amenazó con firmeza.
Abril sonrió, le besó la mejilla y recostó la cabeza sobre su pecho.
—Eres tan amargado… pero así me gustas —susurró, lo suficientemente claro como para que Alfonso lo escuchara.
Una sonrisa involuntaria, casi tonta, se dibujó en su rostro.
El chofer los esperaba ya con el coche listo.
Con cuidado, Alfonso acomodó a Abril primero y luego se sentó a su lado.
Apenas el auto comenzó a moverse, ella deslizó una mano sobre su abdomen, acariciando sus músculos bajo la camisa.
De pronto, con el atrevimiento que solo el alcohol podía darle, se subió sobre su regazo y lo besó con desesperación, frotándose contra la evidente excitación de su novio. Abril no sabía si era por las copas o por la magnética atracción que sentía hacia él, pero una necesidad ardiente la consumía.
Un gemido de sorpresa escapó de los labios de Alfonso. Atrapado entre el deseo y el autocontrol, mordió suavemente el lóbulo de su oreja.
—Pequeña… para, por favor —murmuró con voz ronca—. Si no paras ahora, no habrá nada que me detenga después. Deseo tu cuerpo, te deseo por completo… pero sé que debo esperar hasta que estés lista.
Abril, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes de excitación, le susurró al oído:
—Quiero ser tuya… quiero ser Caperucita, y que tú seas el lobo malo.
La confesión, acompañada de sus labios hinchados y su mirada suplicante, terminó de romper la resistencia de Alfonso. Con un ademán rápido ordenó al chofer dirigirse al hotel más cercano.
En apenas diez minutos llegaron a un lujoso establecimiento propiedad de la familia Brescia. Alfonso, quitándose el saco, cubrió a Abril y luego la cargó en brazos, estilo princesa. Ella escondió su rostro en su pecho, riendo nerviosa.
Los trabajadores del hotel, acostumbrados a la presencia del heredero, se alinearon para saludarlo con una reverencia. Él apenas asintió, atravesando el vestíbulo hasta el ascensor privado que los llevó directo a la suite presidencial.
Una vez dentro, el mundo dejó de existir. Sus labios se encontraron con urgencia, las prendas de vestir cayeron una a una al suelo y, entre besos y caricias, se entregaron el uno al otro.
No había planes ni lógica; solo la necesidad de expresar con sus cuerpos todo lo que sentían.
Para muchos quizás es precipitado lo que están haciendo, pero quien planea todo, nadie. Siempre hay una ocasión que sale sin planear y no por eso es malo.
La vida está llena de planes, pero no todos se cumplen. Hay que aprender a vivir con lo que la vida nos brinda, no discutir lo que somos o nos pasa, a veces las cosas pasan para bien.
Como nuestra protagonista, que en su momento lo vio como una maldición, renegaba de lo que le toco vivir, pero está aprendiendo que eso lo que un día renegó, la llevo a caminos que la hacen feliz y quizás también tristezas, pero todo tiene su propósito.