Ella siempre fue un experimento y nunca había visto el mundo exterior. Cuando al fin la dejaron salir, experimentó de primera mano la complejidad de los humanos y sobre todo, la vida en sí misma, salpicada de melodias alegres y tragicas.
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Capítulo 10
El primer mes de entrenamiento había pasado rápido, y la tensión e incomodidad que había al principio entre los cuatro, empezaba a limarse. Los cuatro comenzaban a saber sus preferencias y hábitos cotidianos, y Alice comenzaba a entender la palabra “familia”.
El cuidado que le daban sus tíos Jeff y Adonai, así como su actitud estricta de su padrastro Roger hacia su entrenamiento, la hacían sentir una emoción jamás explorada. La misma Alice no lo sabía, pero había una sensación especial cuando los cuatro compartían la comida. Antes era un silencio incómodo, pero con el pasar de los días, la mesa empezaba a llenarse del ruido de las pláticas. Quienes más hablaban eran ella misma y el tío Adonai, y aunque Roger y el tío Jeff no decían nada, ya no había esa tensión que antes se podía cortar con un cuchillo, ahora, era más relajante.
Realmente era novedoso lo de ser una familia.
Hoy era uno de los días para poner a prueba sus límites de sus poderes. Trabajarían con sus poderes psíquicos. Hasta ahora habían trabajado con su telequinesis, electroquineses y levitación, que eran los poderes descubiertos por los científicos, sin embargo, mientras más aumentaban el tiempo de resistencia de estos poderes, se dieron cuenta que ella podía manipular otras habilidades, entre ellos campos magnéticos, y piricoquinesis. Roger incluso estaba adivinando que si no tuviera el collar que limitaba sus poderes, podría tener más capacidades de las que la institución Vitae les había proporcionado en el informe.
Pero Alice no recordaba tener más habilidades de las que practicaba en el laboratorio, así que se le hacía extraño que tuviera facultades extras. Aun así, sin saberlo, le ansiaba seguir descubriendo hasta dónde estaban sus verdaderos límites y cuanto podía sobrepasar a pesar de llevar el collar restrictivo.
Caminó adentrándose más al bosque hasta llegar una gran área despejado de árboles, cerca de un acantilado bastante pronunciado.
Roger estaba sentado en una roca cerca del precipicio, leyendo algunos informes en su SIA, el tío Adonai ejercitaba sus abdominales en la rama de un árbol, un poco alejado de ellos, y el tío Jeff limpiaba un arma larga con sumo cuidado y concentración.
-Ya estoy aquí – llamó la atención de todos – ¿Qué entrenamiento haremos hoy?
Roger archivó lo que leía y apagó su aparato antes de ponerse de pie. La miró con cierta preocupación, cosa que dejó a Alice un poco tensa.
-Hoy… intentaremos quitarte el collar.
-¿Qué?
Alice se sorprendió tanto que retrocedió un paso. Por primera vez sintió su cuerpo temblar, las manos empezaron a sudar, y su corazón latía desaforado.
Nerviosa.
Se sentía nerviosa. Este era el sentimiento que el tío Adonai le había platicado cuando veían una película de suspenso.
-Necesitamos saber los límites sin el collar y además – Roger se pasó una mano por el cabello frustrado – No podremos presentarnos a ese lugar si llevas ese collar demasiado obvio.
-Pero – Alice intentó calmar su respiración un tanto agitada – Es… es peligroso. Una vez lo hice y explotó una gran parte del laboratorio. Tuvieron que trasladarme a otra área mientras se hacía mantenimiento. Además, dos de los examinadores salieron muy heridos…
-Tranquila – Roger apoyó su mano en su hombro – Hemos traído un dispositivo más discreto para evitar un descontrol – le mostró un colgante delgado, con una medalla en forma de gato negro, algo que cualquier chica usaría si no estuviera el mundo roto. Y para sorpresa de Alice, era el mismo collar que Chang le había escondido entre las ropas cuando salió del laboratorio – No te dejaríamos desprotegida.
Alice tomó el adorno y lo acarició. El animal lo había visto en una de las tantas películas animadas que el tío Adonaí había insistido ver. Se preguntaba cómo se sentiría el animal al tacto. Con el recuerdo de su padre Chang, el nerviosismo que había sentido se fue esfumando hasta sentirse calmada.
Miró a Roger.
-Está bien, pero cómo lograrán noquearme si no tengo el collar.
Roger apuntó con la cabeza hacia el tío Jeff.
Jeff te disparará una pequeña bala que provocará una descarga eléctrica con el mismo voltaje que el collar.
-Si es así – asintió – Empecemos.
Devolvió el collar y se giró para que Roger abriera el collar. En la parte trasera, había una abertura en forma de estrella que apenas era distinguible por su tamaño minúsculo. Roger insertó una especie de tubo metálico hasta que hubo un chasquido y la válvula de presión se descompensó, abriéndose el collar.
Roger atrapó el collar que estaba a punto de caerse y dio un paso adelante ante el enorme peso que tenía este objeto. Estaba sorprendido porque debería pesar como quince kilos y Alice lo llevaba como si nada, incluso era más rápida que Adonai en las carreras. Miró a Alice con una nueva luz y sintió admiración por esta niña.
Alice movió el cuello de un lado a otro, aliviando la rigidez. Por primera vez en mucho tiempo sintió el cuello ligero y refrescado; pero no solo sintió el cuello relajado, sino una energía abrumadora recorriendo cada poro de su cuerpo crecía exponencialmente. Podía sentir como si una corriente eléctrica chispeara en cada célula de su ser, y su cabeza retumbaba como una malla electrificada.
Abrió los ojos y Roger notó un destello irradiar en los ojos púrpuras de ella, casi como si chispearan.
-¿Cómo te sientes?
-Llena de energía. Es extraño – se miró las manos – Nunca es como si se hubiera abierto una presa, siento la energía desbordarse por todo el cuerpo.
Roger la miró un poco preocupado. Se preguntaba si podrían realmente noquearla si llegase a perder el control, pues ya no confiaba de los informes que le había proporcionado la institución sobre las capacidades de Alice.
-Comienza con algo ligero. Como la telequinesis – miró al rededor y señaló la enorme roca donde había estado sentado – Intenta levantar la roca. Ésta parece más grande que con la que practicaste la vez anterior.
-Está bien.
Alice asintió y concentró la energía hacia su mente. La habilidad en sí era poder mover objetos solo con el poder mental que se transmitía por sus pensamientos. Los pensamientos deberían ser lo suficientemente fuerte como para que los objetos pudieran moverse. No era sencillo; se necesitaba mucha concentración y las personas que no tenía el gen mutado por el virus jamás lograrían tal hazaña.
No obstante, y aunque muchos daimon tenían habilidades sobrehumanas, no todos lograban alcanzar esa capacidad cerebral para usar poderes psíquicos.
Alice pasó por un entrenamiento extenuante y doloroso, le hacían concentrar su energía hasta puntos críticos para lograr un progreso rápido, y eso le valió muchas descargas eléctricas del collar, dejándole quemaduras feas en el cuello. Pero Alice, a pesar del dolor, no sintió odio, ni enojo. Sabía que era un producto de los experimentos, y no entendía el valor de la vida, incluso ahora, no la entendía del todo.
El tío Adonai se apuntó para ayudarla a descubrir y nombrar sus emociones a través de películas viejas, guardadas en el basto internet o al menos de los datos que los militares habían logrado preservar. Así que, había empezado a cuestionar muchas cosas sobre las que no le habían enseñado, como el dolor, la angustia, el enojo y el rencor. Y aun así, no lograba odiar a los científicos que le hicieron todos esos estudios y entrenamientos dolorosos, ni siquiera le importaba, porque eso había sido mucho tiempo atrás y ahora dominaba más que nunca sus poderes.
Pronto, la roca empezó a temblar, junto con el suelo. Jeff, quien estaba sentado cerca de la roca, detuvo lo que estaba haciendo. De súbito, la enorme roca salió de la tierra, dejando un enorme agujero profundo.
Todos estaban impresionados por el acontecimiento, incluso Adonai bajó del árbol, admirando cómo la roca flotaba en lo alto. Ya había visto de lo que era capaz esta niña pero aun lo dejaba estupefacto.
Al siguiente instante la roca se alejó de ellos hasta estar en medio del acantilado para explotar en mil pedazos, obligándolos a cubrirse del polvo que caía sobre ellos. Pero antes de si quiera elogiar a la chica por sus habilidades, la vieron elevarse por el cielo, hasta pasarlos con una velocidad que casi no podían seguir con los ojos. Ella estaba volando, como esos personajes en las películas de héroes. A pesar de haber visto muchas cosas debido a ese virus mutante, aún era inverosímil ser espectadores de tan increíbles poderes.