Soy Graciela, una mujer casada y con un matrimonio perfecto a los ojos de la sociedad, un hombre profesional, trabajador y de buenos principios.
Todas las chicas me envidian, deseando tener todo lo que tengo y yo deseando lo de ellas, lo que Pepe muestra fuera de casa, no es lo mismo que vivimos en el interior de nuestras paredes grandes y blancas, a veces siento que vivo en un manicomio.
Todo mi mundo se volverá de cabeza tras conocer al socio de mi esposo, tan diferente a lo que conozco de un hombre, Simon, así se llama el hombre que ha robado mi paz mental.
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El aroma de la sospecha
Una metida de pata.
Simón caminaba con largas zancadas por el pasillo alfombrado del hotel, pero a pesar de su estatura y paso decidido, no pudo alcanzar a Graciela. La joven se había desvanecido entre la multitud como una brisa esquiva, dejándolo confundido, intrigado y algo molesto. Era evidente que ella no era una simple empleada, ni tampoco una mujer cualquiera. Había algo en ella, más allá de la belleza o de su andar elegante. Algo oculto. Algo que no encajaba.
Cuando regresó a su habitación en la suite ejecutiva del último piso, Diego ya lo esperaba con una carpeta repleta de papeles. Su asistente, un joven meticuloso y algo chismoso, lo miró con ojos atentos mientras dejaba la carpeta sobre la mesa de café.
—Señor, ha vuelto. ¿Encontró a la señora Benítez? —preguntó Diego, con un tono que mezclaba la formalidad con un dejo de curiosidad personal.
Simón se dejó caer en el sofá con una postura derrotada, como si cada músculo de su cuerpo se hubiese disuelto. Se frotó el rostro con las manos, luego dejó caer los brazos a los lados.
—Necesito que investigues todo sobre Pepe Benítez. Todo, Diego. Todo.
El asistente alzó una ceja, sorprendido. Se sentó al borde del sofá, mirando de reojo a su jefe, mientras trataba de descifrar el trasfondo.
—¿Quiere decir... todo, todo? —insistió, moviendo las manos como si abarcara algo invisible.
Simón lo miró con fastidio, rodando los ojos.
—Basta, Diego. No hay nada de novela aquí —dijo, aunque su voz denotaba lo contrario.
Diego sonrió con picardía. Sabía cuándo su jefe quería hablar y cuándo no. Y ese momento era uno de los primeros.
—¿Entonces? —preguntó con una sonrisa torcida, cruzando los brazos.
Simón suspiró.
—Choqué con una joven al llegar. Estaba saliendo de la mansión. Su voz, su manera de caminar... No parecía una empleada. Tampoco parecía ser una simple visita. Y la acabo de ver otra vez. Fuera del hotel, discutiendo con el portero como si fuese su jefa o algo mas—
Diego cerró los ojos un momento, procesando la información. Luego los abrió con decisión.
—¿Quiere que me informe con los empleados sobre qué hacía ella aquí? ¿Y de quién se trata exactamente?—
—Exacto. Quiero saber quién es, además de la esposa de Pepe. Todo. Esa mujer me debe una explicación. No descansaré hasta encararla —gruñó Simón, clavando la mirada en el horizonte detrás de los ventanales.
Diego se puso de pie.
—Podría pautar una reunión con el señor Benítez. Quizá sea más fácil fingir una visita de interés o una queja de negocios para ir hasta su casa... Y de paso observar el ambiente—
Simón se irguió de golpe, sus ojos brillaron con astucia.
—Ir hasta allá sería matar dos pájaros de un tiro. Hazlo. Organiza una reunión en su oficina. Quiero verlo moverse en su hábitat. Además, no le quites el ojo a la mansión Benítez. Cualquier movimiento de esa mujer, quiero saberlo. ¿Entendido?—
—Entendido, jefe —respondió Diego con una sonrisa maliciosa, saboreando el reto que se avecinaba.
Mientras Diego salía con paso decidido, Simón se acercó al ventanal que ofrecía una vista impresionante de la ciudad. Cerró los ojos un momento y recordó el aroma de aquella joven. No era un perfume costoso ni una fragancia artificial. Era natural, dulce, como flores silvestres con un toque de jazmín. El tipo de aroma que permanece en la mente más que en la ropa.
En la mansión Benítez, Graciela se había encerrado en su habitación. Estaba sentada frente al espejo, peinando lentamente su cabello mientras pensaba en el encuentro con ese hombre. Alto, imponente, con una voz grave que todavía resonaba en sus oídos.
—Tú te crees todo —se dijo a sí misma con fastidio, dejando caer el cepillo sobre la cómoda.
Sabía que había sido grosera. Pero no podía evitarlo. La presencia de ese hombre la descolocó. La hizo sentir observada, desnuda, aunque vestida de pies a cabeza. ¿Qué tenía él que la afectaba tanto?
La puerta se abrió sin previo aviso. Camila entró con ojos enrojecidos, un gesto de tristeza en el rostro y una carpeta en la mano.
— Señora Graciela... ¿tienes un momento?—
Graciela asintió, observando cómo la joven se acercaba. Camila se sentó en la cama, abatida.
—¿Que sQuéde?— Pregunto Graciela al verla en ese estado.
—Me he acostado con un joven y no ha bajo mi menstruación — Camila, una joven hermosa, estudiante, se estaba desviando sin previo aviso.
Graciela tragó saliva. No sabía cómo reaccionar, ella era como una niña, la niña de la casa —No puedo juzgarte, ¿Estás enamorada del joven?— le pregunto mirándola a los ojos.
Camila se sonrojó, —Si, me he enamorado, pero hay un problema— dijo con amargura.
—¿Cuál es el problema?— Graciela subió una ceja.
Camila respiró hondo —Lo he visto con otra mujer me siento defraudada, pensé que me amaba, me acosté con él, fue mi primer hombre y no me ha valorado— No pudo evitar lanzarse a sus brazos y llorar desconsolada.
Graciela la abrazo con fuerza —¿Cuántos días tienes de retraso?— necesitaba saber si ella realmente estaba embarazada o solo era un retraso por el susto.
Camila seco sus lágrimas, —Tengo una semana de retraso—
Graciela se levantó y caminó hacia su peinadora, sacó la última gaveta, como si buscara un tesoro, de ahí saco una caja de madera, dentro de ella había pruebas de embarazo, sacó una y caminó hacia Camila.
—Ve al baño y regresa con ella— Graciela no debía explicar cómo usarla, era algo que una joven a su edad debía saberlo.
Camila caminó hacia el baño y respiro hondo mientras se realizaba la prueba de embarazo, Graciela espero con tranquilidad, ella también estaba pasando por lo mismo, siente que su esposo le está fallando.
Unos minutos después Camila salió con la prueba en mano y se la entregó, Graciela la miro y la dejo sobre la mesa de noche.
—Necesito confesarte algo— dijo Graciela.
—¿Qué sucede?—
—Como verás el señor de la casa me ha despojado de toda mi ropa, hoy necesitaba salir así que usé una de tus prendas— Graciela necesitaba confesar lo sucedido.
Camila empezó a reír —No la quiero imaginar con ropa tan común— dijo entre risas.
Graciela empezó a reír junto a ella, sé pronto cogió la prueba de embarazo y el rostro de Graciela se quedó congelado, haciendo que Camila empezara a llorar.
—Calma, salió negativa, ahora usted niñita, no la quiero ver acostándose con nadie, tienes una meta en la vida y si andas pensando en el amor, no lograrás nadas, si llegas a ver a ese jovencito, ignóralo—
Camila asintió —Gracias, por favor, no le digas nada a mi madre—
—Vamos sal de aquí, prometo no decir nada, solo. Mientras me traigas las notas—
—Cueenta con eso— dijo la joven mientras se va más aliviada de la habitación, dejando a una Graciela con un pensamiento en mente, enfrentar a Pepe.
Pepe ahora se siente en las nubes con tanto halago que lo compara con el comportamiento de su madre y Graciela.