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La Raíz De Mi Felicidad

La Raíz De Mi Felicidad

Status: En proceso
Genre:Comedia / Aventura de una noche / Madre soltera / Autosuperación / Reencuentro
Popularitas:2.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Naerith Velisse

Briagni Oriacne es una mujer como mucha fuerza mental, llega a un momento de colapso donde su felicidad se ve vista en declive ¿Qué hará para alcanzar la felicidad ?

NovelToon tiene autorización de Naerith Velisse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Un Deseo Creciente

Esa tarde, Briagni decidió salir sola. Después del ajetreo de la noche anterior, necesitaba un poco de aire y silencio. Se puso una chaqueta liviana, recogió su cabello en una trenza floja y salió caminando por el parque del barrio, donde los árboles dejaban caer sombras frescas sobre los senderos.

El cielo estaba nublado, pero tranquilo. Las risas de los niños en los juegos flotaban como burbujas. Un bebé lloraba suavemente en brazos de su madre, y una mujer joven empujaba un cochecito mientras hablaba por teléfono con voz cariñosa.

Briagni se sentó en una banca de madera, observando en silencio. Sin querer, su mirada se quedó pegada a una escena simple, una niña de unos tres años corriendo torpemente hacia su papá con los brazos abiertos. Él la levantó con facilidad y la abrazó con tanta naturalidad que a Briagni se le apretó algo en el pecho.

Se tocó el vientre con la palma abierta, casi sin notarlo. Como si allí hubiese una promesa. Un futuro que aún no existía, pero que la llamaba suave, sin prisa.

¿Y si algún día ella tuviese un bebé?

¿Y si ese fuera su camino también?

dentro de ella ya está creciendo ese sueño, incluso si nadie más lo entiendia

Suspiró hondo, dejando que esa idea se acomodara dentro de ella como un susurro amable. No era tristeza lo que sentía, era una ternura enorme, contenida. No tenía pareja. No tenía planes. Pero por primera vez, no le parecía lejano ni imposible. Se lo imaginó: una casa tranquila, risas pequeñas, un abrazo que siempre la espere.

Sacó el celular y le escribió un mensaje a Micaela:

“¿ya estas bien? Espero que ya no te duela nada 😂. Te dejo arroz con pollo en la nevera, y hay jugo también. Me fui a caminar un rato.”

Micaela respondió con un audio lleno de risa y una voz algo ronca:

—“Algo bien, pero no siento las piernas. Gracias por el arroz, mamá gallina. Te adoro.”

Briagni sonrió, guardó el teléfono y volvió a mirar al parque. La niña ahora estaba trepada en el tobogán, gritando de felicidad. Y Briagni, sin decir ninguna palabra, se permitió imaginar por un instante... que esa niña algún día podría ser suya.

Y esa idea —dulce, luminosa y callada— se quedó con ella todo el camino de regreso a casa.

Unas semas después

era un sábado en la mañana.

Micaela estaba sentada en el borde de la cama, las manos temblorosas y el celular en modo avión. No quería distracciones, ni notificaciones, ni siquiera respiraciones ajenas. Frente a ella, sobre el lavamanos y alli estaba la prueba.

Había pasado ya un minuto. Luego dos. Hsta que por fin pasaron los cinco minutos No tenía que mirar. No quería mirar.

Pero lo hizo.

Negativa.

—¡Dios mío…! —soltó el aire contenido y se dejó caer de espaldas en la cama, cerrando los ojos—. Gracias, gracias, gracias…

Briagni entró con una taza de chocolate caliente, aún en pijama, con el cabello desordenado y con cara de preocupación.

—¿Ya salió? —preguntó sin rodeos.

Micaela levantó la prueba con los ojos abiertos como platos.

—Negativa, nena… pero el susto no me lo quita nadie. De verdad pensé que me había metido en un lío.

Oriacné se sentó a su lado y la abrazó sin decir nada. Solo la rodeó con los brazos como una hermana mayor que, aunque tenía la misma edad, parecía haber vivido un poco más.

—Vamos al ginecólogo mañana, ¿sí? Yo te acompaño. Es domingo y no trabajo. No me quiero volver a angustiar así por ti —le dijo, con una mezcla de alivio y autoridad.

Micaela asintió. Estaba pálida, pero al menos respiraba con normalidad otra vez.

...****************...

Domingo – en consultorio de ginecología .

El lugar olía a desinfectante y a hojas de eucalipto. Había madres embarazadas en casi cada silla. Una mujer acariciaba su panza mientras su pareja le hablaba bajito al oído. Otra le mostraba a su hijo de dos años las revistas con dibujos. Briagni observaba todo en silencio, sentada junto a Micaela.

Y entonces la vio: una chica joven, como ellas, de unos veintitrés. Estaba sola, de pie junto a la recepción, esperando su turno. Tenía el vientre redondo y se lo sostenía con ambas manos, no con preocupación, sino con ternura. Como si sostuviera el mundo.

Briagni tragó saliva.

No entendía por qué, pero esa imagen le provocó un calor suave en el pecho. No era envidia. Era una sensación parecida a la nostalgia... Una pequeña nostalgia por algo que aún no había vivido.

Micaela salió del consultorio treinta minutos después con una hoja en la mano.

—Voy a empezar aplanificar. Pastillas por ahora. Me hicieron un chequeo general y todo está bien. Me hicieron unos exámenes para descartar cualquier cosa —dijo con voz cansada pero tranquila.

—¿Y estás segura de que lo vas a hacer bien esta vez? —bromeó Briagni con media sonrisa, empujándola suavemente con el codo.

—¡Cállate! Ya aprendí mi lección. Cero locuras sin protección. Y si se repite, ya será una decisión, no un accidente —le respondió Micaela, haciendo un gesto burlón pero aliviado.

Salieron caminando despacio bajo el sol tenue del domingo. Brigni no decía nada, pero su cabeza estaba llena de pensamientos.

¿Y si...?

¿Y si tener un hijo no era tan descabellado como lo había creído todo este tiempo?

¿Y si algún día… yo también?

Ese era un pensamiento que rondaba por la cabeza de Briagni, pero cómo lo haría, como haría para alcanzar esa felicidad.

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