Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo II: Traicionar lo que más amas para salvarla parte 2
Tres días antes….
En la sala privada del palacio presidencial, un ambiente de elegancia marcada por la tensión que se respiraba en el aire, Margarita de Carmona, la primera dama, se encontraba sentada tras un majestuoso escritorio de caoba y su porte imponente y su rostro, tan encantador como intimidante, dejaban en claro que es una mujer de carácter férreo y su sola presencia le había ganado el respaldo absoluto del pueblo, tanto que ni siquiera el tirano Carmelo Carmona se atrevía a desafiarla.
De repente, el asistente personal irrumpió en la estancia con paso medido y respetuoso, trayendo consigo un sobre sellado del servicio secreto y con voz discreta, anunció:
—Señora, acaba de llegarnos información confidencial.
Margarita extendió lentamente la mano, y tomó el sobre y, rompiendo el sello con determinación, revisó brevemente su contenido y sus ojos se agrandaron, reflejando un horror mezclado con furia contenida: porque la información implicaba a Rómulo Carmona Jr. y a Natalia Carmona en un asunto delicado el cual amenazaba con desestabilizar el ya frágil orden familiar.
Con un gesto brusco, levantó la mirada hacia su asistente y, con voz cortante, le preguntó:
—¿Alguien más tiene conocimiento sobre esto?
El asistente, con voz temblorosa, pero firme, respondió:
—No, señora. Le aseguro que esta información se ha mantenido en el más estricto secreto y solo nosotros la conocemos.
Mientras el silencio se adueñó de la sala y el ambiente se cargó de la gravedad de la situación, la mirada de Margarita se suavizó momentáneamente, revelando un dolor profundo e inconfesable, y en un susurro interno, se reprochó a sí misma, porque sabe que de alguna manera tuvo algo que ver con la muerte tanto de la madre de Rómulo como la de Natalia y esa pesada culpa le marcaba el alma, y se convenció a sí misma de que era su obligación moral proteger a Rómulo y a Natalia de la incesante furia y la ambición despiadada de Carmelo.
Con voz autoritaria y una pizca de melancolía, Margarita trazó un plan para cortar esta situación de raíz:
—Escucha: necesito un listado de las mujeres solteras más adecuadas para Rómulo Carmona Jr. Y quiero tenerlo listo en dos horas.
—Y, de paso, tráeme un vaso de agua y un analgésico —añadió, dejando entrever la fatiga que ocultaba en ese momento.
El asistente asintió y se retiró rápidamente con diligencia, dejando atrás el peso de la conversación. Margarita, sola nuevamente en su despacho, deslizó los dedos sobre el sobre que descansaba frente a ella, su mente atrapada entre los recuerdos dolorosos y la culpa ineludible que llevaba consigo. Se reprochaba en silencio el papel indirecto que había jugado en aquellas tragedias familiares, el eco de decisiones pasadas que aún la perseguían.
Pero el remordimiento, lejos de debilitarla, solo reforzaba su determinación. Miró por la ventana, observando el horizonte como si pudiera encontrar respuestas en él. Sabía que cada minuto contaba, que el destino de esos jóvenes dependía de su habilidad para mover las piezas a su favor. Con voz baja, pero decisiva, pronunció palabras que sellaban su compromiso:
—No permitiré que el pasado destruya el futuro de estos dos jóvenes.
Con esa convicción, guardó cuidadosamente el sobre en un cajón oculto del escritorio, respiró profundo y enderezó los hombros, preparándose para enfrentar el desafío que tenía por delante, y esta vez, no fallaría.
Dos horas después, el asistente personal regresó a la sala con un nuevo sobre en la mano, y su tono discreto reflejaba la importancia de la información que traía consigo.
—Señora, estos son los expedientes de las mujeres más adecuadas según sus requerimientos.
Margarita extendió lentamente la mano y tomó el sobre, rompiendo el sello con precisión. Sus ojos recorrieron los nombres y los datos con rapidez, pero a pesar de las cualidades destacadas de algunas de ellas, ninguna lograba captar su atención, hasta que llegó a un apellido que despertó su interés: León.
Entre los datos aparecían las hijas de la familia León: Karin y Katherine, de 25 y 24 años respectivamente y sin perder tiempo, dirigió su mirada afilada hacia el asistente, con voz cortante, preguntó:
—¿Algo más que deba saber sobre la familia León?
El asistente, siempre preciso, respondió sin titubeos:
—Aunque son padres amorosos con sus hijas, en realidad les dan prioridad a sus hijos varones.
Margarita frunció el ceño. Aquella revelación le provocó una mezcla de molestia y cálculo frío porque odiaba esa actitud, la había visto demasiadas veces en su vida, y sabía cómo afectaba a quienes quedaban relegadas en un hogar donde el apellido lo era todo e imaginó la posición de esas chicas dentro de su familia, y comenzó a ver cómo podía aprovecharse de ello.
Respiró hondo, templando su determinación con la claridad del estratega que siempre había sido.
—Explícame, ¿quiénes son estas mujeres de la familia León? Necesito conocer todos los detalles.
El asistente asintió y prosiguió con la información en tono profesional:
—La familia León ha sido comerciante de renombre durante más de 60 años. En cuanto a sus hijas, Karin, la mayor, es una joven sobresaliente: deportista consumada, posee un carisma natural y fue coronada reina de belleza en su facultad. Su porte es elegante y su energía deslumbran en cualquier entorno.
Margarita esbozó una leve sonrisa de incredulidad.
—Nadie es tan perfecto.
El asistente, con la misma discreción de siempre, añadió:
—Existe un rumor de que mantiene una relación ambigua con su amigo de la infancia.
Margarita asintió, pensativa, no descartaría a Karin todavía, pero le daría el beneficio de la duda antes de tomar una decisión.
—¿Qué hay acerca de la menor? —preguntó con interés.
—Katherine, la hija menor, es un poco más frágil de salud, pero se destaca por su inteligencia excepcional y su aguda capacidad analítica.
Margarita asintió lentamente y mientras procesaba la información, en su rostro se dibujaba una mezcla entre interés y determinación, sabía que allí, en esa familia, en esas dinámicas desbalanceadas, podía encontrar lo que buscaba, con voz autoritaria, emitió su nueva orden:
—Necesito que concretes una cita con la familia León para hoy mismo. Quiero conocer a esas jóvenes antes de hablar con Rómulo.
El asistente se retiró de inmediato, mientras Margarita volvía a mirar por la ventana porque esa visita no sería solo un encuentro casual y sería el inicio de un movimiento calculado, una pieza más en el tablero de ajedrez que estaba construyendo para cambiar el futuro y la pregunta era: ¿Cómo reaccionarían las hijas de la familia León a la propuesta que estaba por hacer?
Margarita estaba dispuesta a tomar las riendas y a forjar nuevas alianzas en pos de la seguridad de su familia, la cita con las hijas de la familia León se convertiría en el primer paso para reordenar el destino familiar, cada minuto contaba, y no podía permitirse distracciones.
En su prisa, cruzó uno de los pasillos de la casona presidencial y, sin esperarlo, se encontró de frente con Carmelo, y, el choque fue tan repentino que su cuerpo se tensó por un breve instante, pero se recompuso de inmediato, manteniendo la elegancia que la caracterizaba.
El presidente la observó con su habitual mirada desconfiada, los ojos entrecerrados con una curiosidad latente.
—¿Qué tiene tan apurada a mi Primera Dama? —preguntó con tono inquisitivo, dejando claro que no le gustaban los movimientos apresurados sin explicación.
Margarita, acostumbrada a las maniobras políticas, supo al instante que debía ofrecerle un fragmento de información, lo suficiente para calmar su curiosidad, pero no tanto como para que comenzara a indagar demasiado.
—Es que estuve pensando en que ya es momento de que Rómulo se case —dijo con un aire de lógica calculada.
Carmelo enarcó una ceja con interés y extendió una mano.
—Muéstrame el expediente.
La Primera Dama, sin resistencia, le entregó el documento con serenidad y Carmelo hojeó las páginas durante unos minutos, con su expresión serena, pero analítica, hasta que finalmente asintió con aceptación.
—Como siempre, hiciste un excelente trabajo, Margarita —comentó, con un tono apreciativo pero distante—. Aunque me pregunto cómo vas a convencer a mi terco hijo.
Margarita tomó el expediente que Carmelo le devolvía y, sin perder la compostura, se inclinó levemente hacia él y le dio un beso en la mejilla, un gesto calculado que mezclaba afecto con estrategia, cuando se separó, su mirada adquirió una frialdad serena.
En su mente, el plan estaba claro: o Rómulo hacía lo que ella decía, o Natalia y Verónica pagarían las consecuencias, lo amaba, como a un hijo, pero también necesitaba enseñarle una lección.
—Descuida, cariño. Tengo mis métodos —dijo con una seguridad absoluta.
Carmelo soltó una leve carcajada, con esa sorna que dejaba claro que, aunque respetaba la astucia de Margarita, no la subestimaba.
—No me atrevo a dudarlo, querida.
La reunión, aunque breve, dejó a Margarita más alerta que nunca, sabía que cada minuto contaba, y no tenía garantías de cuánto tiempo tardaría en llegar a los oídos de Carmelo la verdad sobre Rómulo y Natalia y si su esposo descubría lo que ocurría entre ellos, el resultado sería desastroso, por eso, debía actuar con rapidez.
—Mantenme informado, Margarita —ordenó Carmelo, con un tono que no daba pie a objeción.
Margarita le sostuvo la mirada y, con una sonrisa melosa y perfectamente ensayada, respondió:
—Siempre lo hago, mi amor.