Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Celos
Ginevra se sienta en un sofá y le indica a él que haga lo mismo. Él lo hace de inmediato con esa sonrisa de quien grita que es el mejor en todo.
—Gracias por los detalles, pero no entiendo por qué me los está dando —el hombre frente a ella se peina el cabello con la mano, sonríe sin dejar de verle los labios y luego instala su atención en esa mirada que le encanta.
—Te explico: yo soy un jefe muy comprometido con sus empleados. Y tú eres una empleada única —la picardía en su rostro cada vez que habla hace que la joven sienta ganas de estar encima de él. Es un seductor nato que solo con su voz la pone en el punto perfecto.
—O sea que esos guardaespaldas también son llenados de regalos —ella soltó una pequeña carcajada—. No me imagino usted llevándole un zorro a sus hombres. —Los hombros del mafioso frente a ella se mueven con pequeños espasmos por lo que su comentario le causa.
—No, yo tampoco me lo imagino, pero sería gracioso. A ellos yo también les doy regalos, pero les gustan las zorras, no los zorros —le dedica una mirada y le levanta una ceja para que entienda lo que quiere decir.
Ella se levanta y decide ir por chocolate caliente. Regresa y se lo deja cerca. El hombre lo observa y no duda en tomarlo.
—Está delicioso, gracias. Yo quería saber por qué usted iba a ir a trabajar. Debería tomar mi consejo y descansar. No esté todo el día acostada, pero sí puede divertirse —una de las cejas de la mujer se levanta, incluyendo un poco la cabeza, para hacer su mirada más severa.
—Pero me contrataron para hacer un trabajo el cual no estoy haciendo. Aunque ayer seguí trabajando igual, no me gusta estar sin hacer nada —cada palabra es un grano que llena cada vez más la botella de deseo del ruso frente a ella.
—Cuéntame un poco más de ti, pequeña. ¿Tienes familia? —indaga con ese aire seguro que a ella le fascina. Aunque la joven sabe que él tiene toda esa información, decide seguirle el juego.
—Mi padre, Rogelio, es mi todo —él asiente con la cabeza y un pequeño sonido sale de su boca, aceptando lo que ella dice.
—¿Tienes pareja, Ginevra? —sus preguntas son ganchos directos al hígado, pero en vez de intimidarla, le dan más seguridad. Ya detectó que este es el más lanzado de los cuatro, va con todo y a ella le gusta. En sí, no sabría decir cuál de los cuatro tiene más poder, porque cada uno maneja una parte de Rusia. Este, aunque parezca el más flexible, tiene algo en su mirada que grita peligro.
—No la necesito, señor Dimitri. Y eso no paga las cuentas. Me encanta mi tranquilidad: cero dramas, cero problemas...
—Cero diversión —él culmina la frase por ella.
—Espero que no te molesten los detalles, y quiero que los aceptes. Trabajar conmigo es eso: tener un jefe guapo, divertido y excitante cerca —ella no puede evitar sonreír, niega con su cabeza un poco, los labios, su mirada lo atraviesa y se detiene en sus brazos; los tatuajes que hay descansan.
Si no sabes cómo saben, no vas a saber cómo decidir. Acércate, muévelo, bésalo, haz algo, la pequeña voz en su cabeza necesita verla en acción y hacia ella misma, satisfacer sus ganas de probar a cada uno de esos manjares, a cualquiera de ellos. Pero Ginevra no se decide.
—Los acepto si me saca de aquí a trabajar —por favor —levanta una ceja y con el mentón arriba, como quien coloca una condición enorme.
El ruso ante ella coloca su dedo en el mentón, pensando con exageración.
—Acepto, pero si es en mi empresa, por lo menos hoy —culmina la frase con una sonrisa triunfante en su cara. Por lo visto, cada uno de sus amigos está jugando sus cartas; él no piensa quedarse atrás. Hasta ahora no la ha visto inclinada por nadie. Eso le da un punto a su favor.
—Perfecto, pero ya quiero trabajar. Me voy a poner un poco más de maquillaje y ese golpe no se va a ver —sonríe ampliamente. Se levanta y se acerca para tomar la caja que trajo, saca el collar y comenta:
—Quiero que lo uses —se acerca lentamente a ella, utilizando su voz más grave. Sabe que suele hacer que las mujeres se derritan, pero también sabe que esa mujer no es igual: es un hueso duro de roer.
La joven recoge su cabello y le da la espalda para que lo coloque en su cuello. La joya es hermosa y se le ve aún mejor. Le fascina que se parezca a las de su madre, las cuales no ha vendido y tiene como una reliquia.
—Muchas gracias, señor Dimitri. Ya regreso —se gira, regresando a su habitación. No le tomó mucho tiempo ponerse algo de maquillaje. A pesar de que detesta echarse tanto, logra darle un acabado ligero. Baja de nuevo con el hombre que la espera abajo.
Sonríe, lo mira y se acerca para ofrecerle su brazo. Ella se engancha ahí y se disponen a salir de la propiedad. Una vez está en el auto, Dimitri se apodera del momento: le da una mirada severa y extiende su mano para que ella le dé el celular.
—No quiero distracciones, y con eso me refiero a los tres fastidiosos de tus otros jefes —ella se lo entrega. No tiene problema, porque todo en su teléfono está cifrado de arriba a abajo. Aparte, su padre sabe a la hora que puede llamarla.
Ella se relaja. Está dispuesta a que cada uno la convenza a su manera. Le encanta el bromista de Dimitri. Detallistas son todos, pero él es más dulce, por así decirlo, o al menos sabe cómo conquistar a una mujer.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, él le abre la puerta del auto. Ella sale como siempre: desplegando su elegancia y su porte. El brazo de él en el suyo hace que las miradas de muchos recaigan en ellos. La empresa es tan grande como las demás, pero esta tiene un aire más relajado, por decir así.
Sus ojos detallan el gran edificio con ventanales de cristal que hacen apreciar el interior de cada uno. Al menos, ella logra ver uno o dos desde esa altura, no con claridad, pero sí las siluetas de las personas.
Al entrar, un olor a canela la sorprende. Sonrisas cordiales y saludos amables los reciben. Allí nadie baja la mirada. No se siente la tensión de las otras empresas. El hombre es un jefe relajado.
—Buenos días, señor Dimitri —una mujer con una falda corta color gris, un corsé de encaje y un abrigo encima la hace por primera vez sentir algo que no conocía hace mucho tiempo:
Celos.
La mujer de piel clara y cabello rojo vino, prácticamente se le lanza encima. Sus ojos verdes esmeralda escanean al hombre de arriba abajo. Lo hace con familiaridad y confianza. De alguna manera, la molesta.
Sin darse cuenta, su fachada de control se agrieta y aprieta el agarre en el brazo del hombre.
—¿Me puede decir cuál es mi oficina para empezar a trabajar, por favor? —le mantiene la mirada al ruso, pero este ligeramente inclina una de las comisuras de sus labios.
—Yo te llevo, preciosa. Señorita Sasha, ella es la señorita De Santis y trabajará el día de hoy aquí. Espero la mejor asistencia para ella. Y tráiganos un capuchino a cada uno.
La aleja de allí, llevándola hasta un ascensor de cristal. Así como todo en el lugar: transparente. Ella suelta el brazo de inmediato y se retira unos pasos más.
—¿Hay algo que no te haya gustado? Te noto tensa —sus palabras la hacen caer en cuenta de que tiene ganas de agarrar a la mujer de cabello rojizo y estamparla contra la pared.
Dile que solo te molesta la zorra imbécil de allí abajo, pero no la culpo: con un jefe así, yo también le daría una mamada diaria. Sus pensamientos la hacen ahogarse. Esa maldita conciencia parece que tiene vida propia. O tal vez es que necesita visitar un psicólogo.
—Son ideas suyas, señor Dimitri. Todas las personas me están gustando, sobre todo trabajar —Sus ojos se achican en dirección a ella, sabe que esa mujer en la entrada la molestó. Y eso le acaba de decir que tiene oportunidad, y no piensa desaprovecharla.