Diana Quintana, una mujer con el Corazón De Hielo. su historia inicia cuando descubre que su prometido le es infiel, tenían un hijo, pero el pequeño muere en un accidente, en el cual estuvo involucrado el padre del niño, y Dante Linares. hecho que la marcó y le cambió la vida.
Dante, es influenciado para que acabe con Diana. Para lograrlo, es obligado a casarse con ella, ahí comienza una lucha de poderes, con sombras del pasado que los atormenta. ¿Será qué algún día esas sombras desaparezcan?
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La boda.
Diana no lloró camino al altar, simplemente porque para ella habría sido humillante. Todo el mundo se daría cuenta de que estaba siendo obligada a contraer matrimonio. Aunque su vestimenta era negra, pensó que debía seguir guardando luto, luto por su hijo.
En el altar, Dante no se rió solo por respeto, aunque le pareció gracioso que ella vistiera de negro.
—¡Qué exagerada es! Siempre llamando la atención. Diana Quintana, haciéndose sentir —pensó con seriedad.
Ese día ganó el joven. Ahora comenzaría su venganza. Ya veremos si Diana se le resiste.
Al llegar junto a él, Arturo le dijo:
—Te estoy entregando mi tesoro. Cuídala. Ella ha sufrido mucho.
Dante simplemente asintió, luego le ofreció el brazo a Diana para quedar ambos frente al sacerdote.
—¿De negro…? —susurró el joven.
—Si no te gusta, te puedo dejar aquí… como el payaso que eres.
Evidentemente, ninguno de los dos se tomaba el matrimonio en serio. Era como si los estuvieran grabando para una gran telenovela. No había sentimientos de por medio. Ninguno sufriría si el otro decidía no aceptar.
Cuando llegó el momento de dar los votos, eran palabras escritas por otros: las de Diana, por Boris; las de Dante, por su abuela.
Promesas falsas, palabras que presagiaban más fracaso que amor.
Durante el intercambio de alianzas, ambos se limpiaron las manos después de colocarlas. como si les diera asco el contacto físico entre ellos.
Pero hubo un momento en que se miraron fijamente.
—Puedes besar a la novia… El sacerdote hacia su labor, cumplir delante de Dios sus mandatos, que es unir a las personas que se aman.
El silencio fue sepulcral. Parecía más un velorio. Bueno, la vestimenta de Diana no distaba mucho de eso.
—Vamos, chicos, demuestren a sus familias ese amor que se profesan —insistió el sacerdote, sin ayudar mucho.
—Te voy a matar… —advirtió Diana entre dientes.
—A mí tampoco me agrada… pero hay que hacerlo.
Con disgusto y fingiendo una sonrisa, ambos se acercaron. Cuando estuvieron cara a cara, Diana no perdió la oportunidad:
—Usa solo los labios. No vayas a meter esa cosa en mi boca.
Dante suspiró profundo, se animó y unió sus labios con los de ella. Permanecieron así por casi un minuto. No por pasión, sino porque Diana le había metido la mano debajo del saco y le pellizcaba la costilla. Entre más apretaba, más le dolía, pero él no se apartó. Su orgullo era más grande que el dolor.
Tras dar el sí, pasaron al salón de eventos. La celebración fue a lo grande, a la altura de los Linares y los Quintana.
Al caer la noche, Dante le arrebató la copa a Diana.
—Suficiente. No me harás pasar vergüenza. Ya has bebido demasiado —dijo con frialdad, como el viento de invierno.
—¡No me vas a decir qué hacer! Si quiero más vino, lo tomo y punto.
Diana iba a coger otra copa, pero Dante la sujetó del brazo y la sacó del lugar.
—Cuando te digo que pares, lo harás. O atente a las consecuencias.
La metió en el auto que él mismo condujo. Esa noche la llevó a la mansión Linares, donde la dejó encerrada en su habitación. Su abuela había decidido salir de viaje tras la boda, por lo que estaban solos. Pero Dante no pudo soportarlo, y terminó yéndose. Necesitaba desahogar sus penas.
—Maldita sea, ¿qué haré ahora?
Ese día, cuando Diana le colocó el anillo, él la pudo ver muy de cerca. Los labios de la chica hicieron que su corazón palpitara. ¿Acaso está despertando algo dentro de él? ¿Qué pasará con ellos?
En la mansión Linares, Diana gritó tanto que terminó agotada.
—¡Maldito desquiciado, hoy es nuestra noche de bodas! —se tumbó en la cama y, mirando al techo, reflexionó—. Nuestra noche de bodas... Ni que fuera tan fácil. No me llamo Catalina. Es mejor así.
Gritó hacia la puerta:
—¡Ojalá no vuelvas! Quédate donde estás, así no tengo que cumplir contigo. ¡Y este maldito vestido!
Se revolcó y pataleó, peleando con todas esas telas. Se arrepintió de haber escogido un vestido tan extravagante.
Después de un rato, sus ojos comenzaron a cerrarse. Se quedó dormida hasta la mañana siguiente, cuando sintió que alguien le tocaba el rostro. Con alteración, rebotó la mano de Dante.
—¿Qué haces aquí? —preguntó alterada.
—Es mi habitación. Es normal que me veas por aquí con frecuencia.
—Qué molesto eres. No tienes a quién ir a fastidiar tan temprano. No sé, búscate un perro… entre razas se entienden.
—Diana… quería disculparme por mi comportamiento de anoche, pero contigo es imposible. Le matas todo a la vida…
Hubo un silencio incómodo. Para Diana no fue gracioso mencionar eso. Después de todo, aún siente culpa por lo que sucedió aquel día.
—Necesito mis cosas. No tengo nada para vestirme. No sabes lo incómodo que fue dormir con esta cosa.
—Fuiste tú quien lo escogió —dijo Dante, sosteniendo parte del dobladillo del vestido, y soltó una ligera risa—. Las mujeres y sus gustos…
—Deseo un baño ahora mismo —cambió el tema.
—Abajo hay una de tus maletas. Pediré que la suban. Luego enviaré el resto de tus cosas.
El joven decidió darle espacio, pero antes de salir, se volteó para decirle:
—Diana… te espero para que desayunemos juntos. Hay algo que necesito hablar contigo. Después de esto…
No continuó. Solo abrió la puerta y salió.
—Qué tipo más raro… —dijo mirando la puerta.
Minutos después, una de las empleadas le subió el equipaje. Diana no se ha percatado de que su mundo está a punto de cambiar.
Aún no ha reconocido al joven… y cuando lo haga, será demasiado tarde para ella.
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