Los Enredos Del Alfa

Llegué a la casa principal, resolví algunos asuntos pendientes y cené con los demás. Luego iba a correr por el bosque en forma de lobo, para relajarme y despejar la mente. Me desvestí para transformarme, y justo entonces vi mi celular. Recordé que tenía el número de Zafiro y que aún no la había llamado.

—Llámala —me dijo River, mi lobo, en mi cabeza. Estaba impaciente y ansioso. Quería escuchar la voz de su mate y saber cómo estaba.

—¿Ahora? ¿No es muy tarde? —le respondí, dudando.

—No. Llámala.

Suspiré y tomé el celular. Marqué el número de Zafiro y esperé. Sonó varias veces y pensé que no iba a contestar. Pero al final, oí su voz.

—¿Hola? ¿Quién habla? —dijo con un tono dulce.

—Hola, Zafiro. Soy Aksel, el de la ferretería.

—¡Aksel! ¿Cómo estás? —contestó emocionada.

—Bien, bien. ¿Y tú?

—Bien. Dime…

—Bueno, te llamaba para… para… —¿qué le digo?

—¿Para?

—Acordar lo de las reparaciones.

—¡Ah, sí! Claro que sí. ¿Puedes venir mañana a la casa?

—Sí, claro. ¿A qué hora?

—¿Te parece a las diez?

—Genial.

—Perfecto. Te espero entonces.

—Ok.

—Bueno, nos vemos. Bye bye.

—Adiós.

Colgué el teléfono y me quedé pensando en la conversación. Zafiro había sido muy amable y simpática. Pero no había sido coqueta… ¿o sí? Puff, ¿en qué estoy pensando? Solo fue amable, nada más.

Dejé el celular en la cama y me preparé para transformarme. Pero antes de hacerlo, sentí una oleada de calor y deseo al recordar su voz, su aroma, su tacto. Imaginé cómo se vería con mi marca en el cuello, con mi nombre en sus labios, cómo ella… Me di cuenta de que tenía un gran problema. No necesitaba correr, necesitaba bañarme con agua bien fría.

Me desperté antes del amanecer. Tenía que abrir la ferretería temprano, pero lo que realmente me tenía en vilo era mi visita a casa de Zafiro. Me duché con agua casi helada para calmar los nervios (y otras cosas) y me paré frente al armario.

Suspiré.

La mayoría de mis camisas estaban gastadas, los jeans tenían más vidas que un gato, y aunque estaban remendados con esmero, ninguno daba la pinta de alguien que va a impresionar a una chica como ella. Me puse una camiseta negra que no tenía agujeros visibles y unos vaqueros que ya habían sobrevivido a tres reparaciones. Era eso o salir desnudo. Me miré en el espejo, resignado.

—No importa —me dije—. Ella igual no va a fijarse en mi... ¿verdad?

Mi lobo River chilló dentro de mí emocionado. Él no entendía por qué no saltábamos directo a sus brazos, o al menos por qué no iba sin camisa. Por supuesto que eso le parecía mejor idea.

Después de desayunar algo a la carrera, llegué a la ferretería. Mattheo me estaba esperando, con su sonrisa de siempre y ese brillo de burla cómplice en los ojos.

—¿Qué tal, Aksel? ¿Listo para tu cita?

—No es una cita, Mattheo. Es un trabajo —le respondí, sin ganas de discutir.

—Claro, claro. Un trabajo muy especial, con una chica muy especial —canturreó.

—Mattheo...

—Está bien, no te molesto más. Solo te deseo suerte.

—Gracias —suspiré—. Te dejo a cargo. Sé que la tienda está en buenas manos.

—Y supongo que Zafiro también —soltó riendo mientras le arrojaba las llaves.

Conduje hasta la casa y la vi en la entrada, limpiando. Usaba un short de mezclilla, un top anudado a la cintura y un pañuelo alto en la cabeza del que escapaban algunos mechones. Estaba preciosa, sencilla y brillante. A un lado, se amontonaba una pila considerable de basura. Había estado trabajando duro.

Zafiro me vio y me saludó con la mano. Me bajé de la camioneta y caminé hacia ella.

—¡Hola, Aksel! Qué bueno que viniste —dijo sonriendo con dulzura.

—Hola, Zafiro. ¿Cómo estás? —pregunté, intentando no tartamudear.

—Bien, bien. ¿Y tú?

—Bien, bien... —contesté, y enseguida me arrepentí. Sonaba monótono, sin chispa. "¿Así hablas con la chica que te gusta? ¿De verdad, Aksel?", me reclamé internamente.

—Me alegro. Gracias por venir a ayudarnos —agregó ella, sincera.

—No hay de qué, es un placer —dije, y quise darme una bofetada. ¿Quién dice “es un placer”? ¿Un vendedor de seguros?

—Eres muy amable. Ven, te muestro lo que hay que hacer —dijo, y para mi sorpresa, me tomó de la mano.

Me dejé llevar como un idiota feliz. Ni me di cuenta del marco de la puerta medio suelto. Me lo llevé por delante y vi estrellas.

—¡Ay! —gemí, llevándome la mano a la frente.

—¡Aksel! ¿Estás bien? —Zafiro soltó mi mano y se acercó.

—Sí, sí, estoy bien —dije, intentando disimular.

—Déjame ver —insistió, quitando mi mano y examinando el golpe—. Tienes un chichón rojo.

—No es nada, de verdad.

—Pobrecito. Te diste un buen golpe —dijo con tono compasivo, mirándome como si fuera lo más tierno del universo.

Ella tenía esa mirada... Me perdí en sus ojos un segundo demasiado largo.

—No te preocupes. Estoy acostumbrado —intenté bromear.

—¿A qué?

—A hacer el ridículo.

—No digas eso. Eres muy tierno —y antes de que pudiera reaccionar, me dio un beso en la frente.

—¿En serio?

—Ajá —respondió, con un leve rubor que la hizo aún más hermosa.

Quería quedarme ahí, detenido en ese instante, cuando un sonido rompió la magia.

—¿Qué fue eso? —preguntó, mirando hacia el patio.

—Debe ser tu hermano.

—Sí... Josh —suspiró.

—¿No va a entrar?

—No creo. Está concentrado.

—Bueno, mejor para nosotros —sonreí, sin pensar.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque así podemos seguir con lo nuestro.

—¿Y qué es “lo nuestro”? —preguntó juguetona.

—Esto —y en mi cabeza la besaba.

Pero la realidad era otra. Ella solo me miraba con curiosidad.

—¿Estás bien? Te quedaste en silencio un buen rato —me preguntó.

—¿Eh? Sí, claro, bien... Yo... olvídalo. —Estoy peor que un adolescente enamorado—. Mejor vamos donde está tu hermano.

Me llevó al patio. Josh estaba con ropa deportiva, frente a una laptop, audífonos puestos. Levantó la mano cuando me vio acercarme, señalando que esperara.

Al terminar la llamada, se disculpó:

—Perdón, Aksel. Era una reunión de trabajo. No podía dejarla.

—No hay problema —respondí, sin darle mayor importancia.

—La casa tiene muchos desperfectos. Aún no entiendo por qué mi hermana se empeñó en comprar esta propiedad.

—¡Porque es preciosa! —intervino Zafiro—. Solo que tú no lo puedes ver. Tiene un estilo único, un salón amplio, detalles en madera tallada...

—No se peleen —intervine yo—. Es en parte culpa mía por sacar el tema.

—Tranquilo, se nota que eres hijo único —rió Josh—. No sabes que el mayor placer de un hermano mayor es sacar de quicio a la menor.

—Pero en serio, si mi hermana tiene razón...

—Siempre la tengo —interrumpió Zafiro, con una sonrisita desafiante.

—A veces quisiera ser hijo únic... —Josh se detuvo de golpe y su rostro se tensó—. Lo siento. No quise decir eso.

Zafiro bajó la mirada un segundo, dolida, pero luego levantó la vista con una sonrisa tranquila.

—Ya, no te preocupes. Estás perdonado.

Yo, en cambio, sentí que algo me hervía por dentro. ¿Cómo se atrevía a decirle algo así? No quería ni que él la hiciera sentir mal. No mientras yo estuviera cerca.

—No entiendo, si la casa es tan perfecta, ¿por qué su antiguo dueño la tenía tan descuidada? —añadió Josh, intentando cambiar de tema.

—Era de los padres de mi abuela —expliqué—. Ella se fue con mi abuelo, y cuando volvió, ya sus padres habían fallecido. Nunca quiso volver a vivir aquí. De hecho, ni recordaba esta propiedad hasta que el Sr. White me la mencionó.

—¿Y nunca pensaste en arreglarla antes de venderla? —preguntó Josh.

—No, la verdad es que si no se vendía, pensaba demolerla y vender solo el terreno.

—¿Tú ya habías venido antes? —preguntó Zafiro.

—Una vez de niño. La segunda fue hace unas semanas, para tomar las fotos del anuncio.

—Con Zafiro hicimos una lista de todo lo que hay que reparar —dijo Josh—. Bueno, ella hizo la lista. Yo solo la escribí.

Me pasó una hoja con todo anotado. Estaba muy bien detallada.

—Antes de darte un presupuesto, quiero revisar todo —le dije—. Creo que así me haré una mejor idea. Además, tal vez algunas cosas se puedan resolver de otra manera.

—Perfecto. Acompáñame, te muestro la casa —dijo Zafiro con una sonrisa cálida.

Pasé el día revisando desperfectos. Ella misma quería encargarse de varias cosas y, la verdad, parecía tener todo muy claro. Al terminar, le entregué el presupuesto a Josh.

—Me parece razonable, tanto el precio como el tiempo que estimas —me dijo.

—Algunas cosas necesitarán ayuda extra, especialmente el cambio de piso, pero ya lo incluí en el presupuesto.

—Si tú crees que es necesario y confías en la persona, está bien para mí.

Me despedí de ambos y subí a mi camioneta. Tenía cuatro semanas para arreglar esa casa. Cuatro semanas para estar cerca de ella. Solo me quedaba una esperanza: que pudiera llegar a quererme. Porque si me rechaza... no sé si algo más tenga sentido.