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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:11.7k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 10

El primer rayo de luz apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas pesadas del refugio.

Lucía se despertó lentamente, envuelta en un silencio distinto, casi apacible. Había algo en aquel lugar —quizá el aislamiento, quizá la seguridad implícita en las gruesas paredes— que le permitía respirar un poco más profundo, como si, por primera vez en días, su cuerpo pudiera bajar la guardia.

Se levantó con movimientos suaves, recogiendo su cabello en un moño improvisado, y salió descalza al pequeño salón contiguo.

El piso de madera crujió levemente bajo sus pasos, pero no era un sonido amenazante. Era casi... acogedor.

Allí, sentado frente a una ventana entreabierta, estaba Rafael.

Con la chaqueta colgada en el respaldo de la silla, las mangas de su camisa arremangadas, los codos apoyados sobre las rodillas mientras sostenía una taza de café entre las manos.

Parecía perdido en sus propios pensamientos, la mandíbula apretada, la mirada fija en algún punto más allá del cristal.

Lucía dudó un momento antes de acercarse, pero finalmente, se sentó frente a él, sus piernas cruzadas bajo la bata ligera que había encontrado en el armario.

No dijo nada.

Simplemente lo miró.

Y eso bastó para que Rafael parpadeara, como regresando de un lugar muy lejano.

—¿No deberías estar descansando? —preguntó con la voz aún áspera por el cansancio.

Lucía esbozó una pequeña sonrisa.

—No podía dormir más —dijo en voz baja—. Y tú tampoco, por lo que veo.

Él dejó la taza a un lado, apoyando los antebrazos en los muslos, inclinándose un poco hacia ella.

Hubo un pequeño silencio, cómodo y tenso a la vez.

Hasta que Lucía habló, con esa dulzura suya que desarmaba cualquier defensa:

—Rafael... ¿Puedes contarme qué está pasando? No quiero ser una carga para ti... Pero no quiero estar completamente a ciegas.

La voz de Rafael era apenas un murmullo cuando respondió:

—No eres una carga, Lucía. Jamás podrías serlo.

Se pasó una mano por el cabello, como buscando las palabras correctas.

—Hay gente —comenzó, su tono grave y controlado—, que cree que puede debilitarme atacándome a través de las personas que me importan. Que si no pueden derrotarme... entonces intentarán romperme de otras formas.

Lucía entrelazó las manos sobre su regazo, escuchando atentamente.

—¿Por negocios? —preguntó, aunque sabía que la respuesta sería mucho más complicada.

Rafael asintió apenas.

—Negocios, poder, territorio... nombres distintos para el mismo juego sucio. —La miró entonces, directamente—. No es un mundo que quiera para ti. Ni para nadie que aprecie.

Lucía inclinó ligeramente la cabeza, estudiándolo.

No había miedo en sus ojos.

Solo una comprensión silenciosa.

Una aceptación que Rafael no estaba acostumbrado a recibir.

—¿Y tú? —susurró ella—

¿Tú quieres estar en ese mundo?

La pregunta le atravesó más de lo que esperaba.

Por un instante, el hombre imperturbable, el estratega frío que gobernaba aquel universo peligroso, pareció vacilar.

Bajó la mirada a sus propias manos.

—A veces uno no tiene elección —murmuró—.

A veces... ya es demasiado tarde para salir.

Lucía alargó la mano, casi sin pensarlo, y rozó suavemente los nudillos de Rafael con la yema de sus dedos.

El contacto fue tan leve, tan puro, que Rafael casi retrocedió.

Casi.

Pero no lo hizo.

Alzó la vista, atrapándola en una mirada tan intensa que Lucía sintió que el aire se espesaba entre ellos.

Él apartó la mano, lentamente, como quien sabe que si cede un segundo más, perderá todo el control que ha construido cuidadosamente.

—No deberías confiar en mí —dijo en voz baja, su tono más rudo, casi dolido—. No deberías... acercarte tanto.

Lucía sostuvo su mirada, firme pero dulce.

—No estoy segura de haber tenido opción —susurró.

La tensión era palpable.

No en forma de amenaza.

Sino en forma de algo más temible: una conexión que ni el miedo, ni el peligro, ni siquiera la razón, parecían poder detener.

Rafael se recostó en la silla, exhalando lento, como quien lucha contra un impulso demasiado fuerte.

Sus labios no dijeron nada más.

Pero sus ojos... Sus ojos hablaron en un idioma que Lucía entendía cada vez mejor.

Un idioma hecho de promesas silenciosas.

De advertencias.

Y de algo más oscuro y profundo, algo que Rafael no podía —o no quería— nombrar.

Ella sonrió apenas, con una ternura que desarmaba cualquier escudo.

Y, en ese pequeño rincón del mundo, mientras el sol comenzaba a pintar de oro las paredes, Rafael Murray comprendió algo que lo asustó más que cualquier enemigo:

Lucía ya había cruzado las murallas que durante años había construido alrededor de su corazón.

Y no había forma de retroceder.

Un golpe suave en la puerta quebró el silencio.

Rafael parpadeó, como volviendo bruscamente al mundo real. Se levantó con un movimiento ágil y cruzó la habitación en dos pasos. Antes de abrir, lanzó una mirada breve a Lucía, como pidiéndole —sin palabras— que se mantuviera al margen.

Ella asintió apenas, recogiendo las piernas contra el pecho, volviéndose casi parte de la penumbra.

Rafael entreabrió la puerta.

Del otro lado, uno de sus hombres —el más joven, de cabello oscuro y mandíbula tensa— aguardaba. Susurró en voz baja, pero Lucía, atenta como estaba, logró captar algunas palabras que se filtraron en la quietud del refugio.

—Señor... tenemos noticias. El departamento de la señorita Bennet fue invadido anoche.

El corazón de Lucía dio un vuelco en su pecho.

Contuvo la respiración.

—¿Quién? —inquirió Rafael, su voz baja pero afilada como una navaja.

—Franco Leone. Estamos casi seguros. Uno de los muchachos lo siguió después. Creemos que se está escondiendo en una de las propiedades abandonadas al sur de la ciudad, cerca del muelle viejo... —El hombre dudó un instante—. Pero no tenemos confirmación completa. Podría ser una trampa.

Rafael cerró los ojos un segundo, una sombra cruzando su expresión.

—Quiero ojos en ese lugar —ordenó en un tono firme, helado—. Pero no se acerquen demasiado. Que nadie se mueva hasta que yo lo diga. ¿Entendido?

—Sí, señor.

El soldado se retiró en silencio, y Rafael cerró la puerta con un movimiento lento, pesado.

Se quedó de espaldas a Lucía por un momento, como componiéndose.

Pero ella ya había oído suficiente.

Cuando sus miradas se encontraron de nuevo, no hubo necesidad de palabras.

Lucía sabía.

Y Rafael supo que no podía seguir protegiéndola a medias.

Ella se levantó del sillón, descalza, frágil y valiente a la vez, y caminó hacia él.

—Mi departamento... —murmuró.

—Ya no es seguro para ti —confirmó Rafael en voz baja, la culpa tensándole el rostro—. No lo era desde hace tiempo.

Lucía lo miró con una mezcla de miedo y determinación. No se acobardó. No lloró. Solo se acercó más.

—¿Qué vas a hacer?

Rafael tardó un segundo en responder, como si la respuesta misma le pesara.

—Lo que tenga que hacer para mantenerte a salvo.

La promesa quedó suspendida entre ellos, tan densa como el aire de la mañana.

Lucía no preguntó más.

No necesitaba hacerlo.

En ese momento, entendió que había entrado en un mundo que no pedía permiso para arrastrarte dentro. Un mundo que olía a pólvora, a café frío, y a promesas hechas con miradas más que con palabras.

Y aunque su instinto le gritaba que diera media vuelta, que huyera antes de que fuera demasiado tarde...

Lucía no se movió.

Simplemente, permaneció allí, junto a él.

Sin saber aún si eso sería su salvación...

o su condena.

Lucía permaneció en silencio unos segundos, su mirada fija en el suelo de madera pulida, como si en ese punto invisible pudiera encontrar la respuesta a la maraña de pensamientos que se agolpaban en su mente.

Luego, alzó la vista, sus ojos grandes y serenos buscando los de Rafael.

—Si atrapan a Franco... —dijo en voz baja— ¿esto terminará?

La pregunta, tan simple en apariencia, contenía un mundo de significado oculto.

Rafael la miró, su ceño fruncido, una mueca apenas perceptible endureciendo su rostro.

—Lucía... —comenzó, adivinando hacia dónde se dirigía.

Ella sostuvo su mirada, temblorosa pero decidida.

—Podrías usarme como señuelo —continuó, con una calma tensa—. Podrías hacer que salga de su escondite...

El silencio cayó como un peso entre ellos.

Rafael cruzó la distancia que los separaba en dos pasos largos, sus manos cerrándose con fuerza —pero sin dureza— sobre los brazos de Lucía, como si necesitara asegurarse de que estaba allí, de que realmente estaba diciendo eso.

—Jamás —gruñó, su voz más baja, más brutal de lo que Lucía había escuchado jamás—. Jamás te pondría en peligro. No mientras yo respire.

Sus manos, grandes y cálidas, temblaron apenas al soltarla.

Dio un paso atrás, como temiendo herirla solo con su cercanía.

—Franco... —añadió, obligándose a respirar hondo— no es más que un peón. Uno más en una partida mucho más grande. Si cae, otro tomará su lugar.

La amargura en su voz era un filo que cortaba el aire.

Lucía apretó los labios, procesando esa revelación.

—¿Entonces hay alguien más...? —susurró.

Rafael asintió lentamente.

—Alguien que aún no ha mostrado su rostro. —Sus ojos oscuros se enturbiaron—. Pero lo hará. Y cuando lo haga... te prometo que no estará cerca de ti para intentarlo.

Lucía sintió un escalofrío recorrerle la espalda, no por las amenazas veladas, sino por la intensidad brutal de la promesa en su voz.

Por primera vez entendía realmente que no era solo su vida la que estaba en juego.

Era la de Rafael también.

Y de algún modo, aunque aún no lo dijeran en voz alta, sus destinos ya estaban entrelazados.

Lucía bajó la mirada, asintiendo despacio.

—Está bien —dijo con suavidad—. No insistiré.

Pero la semilla ya estaba plantada, y ambos lo sabían.

---

El primer sol seguía trepando por las paredes, tibio e indiferente a las sombras que se cernían sobre ellos.

En ese pequeño refugio, dos almas, marcadas por mundos opuestos, compartían el mismo miedo silencioso.

Y la misma obstinada determinación de no dejarse vencer.

1
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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