Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo XXIII: Luna de miel parte 4
Rómulo tragó en seco, porque a pesar de que había esperado esa respuesta, escucharla en voz alta la hacía demasiado real, hubo un silencio denso, donde ninguna otra palabra se atrevió a romper el aire entre ellos.
Katherine desvió la mirada hacia sus manos, jugando con los dedos como si quisiera distraerse de la energía contenida en el cuarto.
—Entonces… ¿Qué sigue? —preguntó, sin levantar la cabeza.
Rómulo la observó por un momento antes de responder.
—No lo sé.
Katherine soltó una pequeña risa sin humor.
—No es la respuesta más alentadora.
Rómulo sonrió de lado.
—No es una situación fácil.
Ella exhaló lentamente y, por primera vez en la noche, lo miró con total franqueza.
—¿Te arrepientes de preguntarlo?
Rómulo sostuvo su mirada.
—No. ¿Tú te arrepientes de responderlo?
Katherine negó con la cabeza.
—No.
Otro silencio, pero esta vez, ya no era incómodo porque era otra cosa, algo que aún no tenía nombre, pero que pesaba en el aire con una fuerza imposible de ignorar, y sin importar cuánto intentaran evitarlo, ya no podían detener.
Esa noche, sin dudas, sin barreras y sin necesidad de fingir distancia, Katherine fue su esposa plenamente, no solo en el sentido físico, sino en la entrega silenciosa, en la forma en que le mostró a Rómulo que la cercanía podía ser algo más que un deber, o un pacto impuesto.
Y aunque Rómulo tardaría mucho en comprender el verdadero peso de aquella noche, en su mente aún libraba una batalla que no podía ganar, porque el juramento que había hecho a Natalia seguía pesando sobre su conciencia, sin embargo, ahora, algo había cambiado en su interior para siempre.
Porque con Katherine, no solo hubo pasión, sino que también hubo entrega y una presencia real y tanta cercanía que lo asustó más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Entre ellos, aquella intimidad fue genuina porque no se sintió forzada ni calculada, tampoco errónea, y lo más impactante de todo es que no hubo culpa debido al vínculo familiar, o a la diferencia de edad, ni por el miedo de tomar su primera vez solo para luego abandonarla.
Esta vez, Rómulo no tuvo ese instinto de detenerse ni la urgencia de contenerse antes de cometer un error del que luego se arrepentiría, no se sintió sucio, ni obligado, ni como si estuviera traicionando algo irremediable solo hubo presencia y realidad.
—¿Qué es lo que acaba de pasar? —murmuró Rómulo para sí mismo, el pensamiento golpeando su mente con una fuerza que lo dejó sin aire.
Aún permanecía sobre la cama, incapaz de moverse, con el cuerpo pesado por el agotamiento, a su lado, Katherine dormía, su respiración era suave, el ritmo pausado de alguien que se ha entregado sin reservas, su cabello revuelto descansaba sobre la almohada, con algunos mechones cayendo sobre su rostro, y sus labios, apenas entreabiertos, parecían la prueba de que el momento vivido había sido real.
El golpe de la verdad lo alcanzó sin piedad y esto era lo que había estado negando todo el tiempo, lo que había creído imposible, y que había preferido ignorar porque enfrentarlo significaba admitir que todo había cambiado.
Su cuerpo había reaccionado a Katherine, sí, pero no era solo eso, no era deseo fugaz ni pasión ciega, sino algo más que lo hacía sentir vulnerable, y demasiado expuesto, algo que le recordaba, con cruel claridad, que ya no podía fingir indiferencia.
Pero no podía apegarse a ella porque no debía y se obligó a recordar quién era, aferrándose a la promesa que le hizo a Natalia, aquella que aún pesaba sobre sus hombros, sin importar lo que Katherine le hubiera mostrado porque ella le había dado algo que nunca antes había sentido.
Rómulo se levantó abruptamente de la cama y quiso alejarse porque era lo correcto, pero entonces, Katherine se movió en la cama y la sábana que la cubría se deslizó, y en la penumbra de la habitación, la vio y la luz tenue hacía que su piel luciera reluciente.
Su respiración pausada, su expresión relajada, el rastro de la intensidad de la noche aún reflejado en su cuerpo y debía admitir que era hermosa, frágil y delicada, pero también intensa, pasional, e imposible de olvidar.
Rómulo la observó con intensidad, y quizás eso la despertó, porque Katherine abrió los ojos, y cuando los dirigió hacia él, y supo que estaba perdido porque sus ojos grises lo atraparon sin piedad.
Se acercó casi sin darse cuenta como si algo más allá de su propia voluntad lo estuviera empujando hacia ella porque era como una persona que había pasado hambre durante años y finalmente tenía la comida al alcance de su mano.
Cuando el amanecer los encontró, finalmente el cansancio los venció, y en algún rincón de su mente, Rómulo agradeció la sorpresa que tan generosamente Karin había puesto en la maleta.
A la hora del desayuno cada gesto de Katherine parecía atraerlo sin que ella lo supiera, cada conversación se llenaba de matices que antes no notaba y cada vez que su mirada se cruzaba con la de ella, el recuerdo de aquella noche volvía con más fuerza.
—¿Quieres más café? — preguntó Rómulo.
Katherine negó con la cabeza mientras bebía un sorbo de su taza, pero la mirada de Rómulo se posó en su escote e intentó ignorarlo porque se recordaba a sí mismo que no debía apegarse porque esto no podía significar nada, aunque era imposible porque ahora todo en ella llamaba mucho su atención.
—¿Cuáles son los planes para el día de hoy? — preguntó Katherine.
Rómulo estaba distraído e ignoró su pregunta porque pensaba que todo seguía igual, el problema era que su deseo crecía y no podía detenerlo, aunque esto iba en contra de todo lo que había prometido, y ya no lo podía negar.
—En realidad no tengo ningún plan para el día de hoy — dijo Rómulo
Rómulo, sintiendo mucho asombro en ese momento, Katherine se estaba volviendo alguien imposible de ignorar, y no se pudo contener más, así que tomó el rostro de Katherine y se inclinó para darle un beso en los labios, el cual reflejaba la ansiedad y deseo que lo embargaba en ese momento.
Y aunque todavía guardaban cierta reserva, el uno con respecto al otro, los últimos días de su luna de miel contaron una historia completamente distinta, una cargada de deseo porque permanecieron encerrados en su habitación de hotel.
Si los primeros días habían estado llenos de recorridos por Venecia, de exploraciones arquitectónicas, de sabores que los distraían de lo que realmente estaba ocurriendo entre ellos, los últimos días fueron lo contrario.
Porque, sin necesidad de decirlo en voz alta,
sin hacer acuerdos explícitos, y sin siquiera discutirlo, casi no salieron de la habitación.
No porque la ciudad hubiera dejado de maravillarlos, o porque Venecia hubiera perdido su encanto, sino porque ahora, el verdadero atractivo estaba entre esas cuatro paredes, y fueron varios los encuentros al punto de usar la mayor parte de la reserva de los preservativos que puso Karin en el equipaje de Katherine.
La noche antes de su regreso a su país, Katherine se quedó de pie frente al balcón, observando las luces reflejadas en el agua y Rómulo se acercó sin pensarlo demasiado.
— ¿Estás preocupado por algo? — preguntó ella, sin mirarlo.
Rómulo inhaló profundamente, sintiendo el aire cargado de palabras no dichas, porque sabía que a su regreso todo eso que lo atormentaba regresaría con más fuerza.
—No es intencional.
Katherine soltó una risa breve, sin alegría, pensando en que este breve instante de paz pronto se terminaría.
—¿No lo es?
Rómulo apretó los dientes.
—Las cosas son complicadas, Katherine.
Ella finalmente lo observó, con su expresión serena, pero con un brillo en los ojos que le decía que sabía exactamente lo que estaba pasando.
—Solo son complicadas porque tú haces que sean complicadas.
Él frunció el ceño.
—Tú sabes que no es tan simple.
Katherine ladeó la cabeza, con una expresión que era casi una invitación.
—¿No lo es?
Rómulo sintió su pulso acelerarse, porque había algo en su mirada, en la forma en que lo estaba desafiando sin palabras, pero entonces, Katherine inclinó la cabeza apenas un poco, y su aliento rozó su piel.
Y en ese momento, Rómulo supo que estaba perdido, porque no importaba cuánto intentara mantenerse alejado y cuánto quisiera convencerse de que esto no significaba nada porque la deseaba demasiado para detenerse.