Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Idiotas
Los días siguientes transcurren así: Ginevra entra cada día más hermosa y termina cada trabajo con eficiencia. Ha limpiado varias empresas y cada vez pasa más tiempo con Aleksei. A pesar de que ella no le insinúa nada, él siempre está pendiente de cómo ayudarla.
—Buenos días, señor Orlov. Hoy iré a otra de las empresas de la lista —dice ella. Aleksei levanta la mirada y duda por un momento.
—No creo que debas salir sola. Mejor te acompaño —Ella asiente, pero en ese instante entra su secretaria, la rubia operada, con un café y la agenda del hombre.
Ese día su camisa es casi transparente y Ginevra nota que la mujer lleva la falda más corta de lo habitual.
—Buenos días, señor Orlov —saluda, ignorando a Ginevra a pesar de verla con desprecio al entrar.
—Hoy tiene la reunión con los franceses en una hora y el almuerzo con los japoneses —El hombre le lanza una mirada entornada mientras aprieta la mandíbula. La mujer de cabello negro sonríe con disimulo y se despide.
—Tranquilo, jefe. Puedo hacerlo sola —dice Ginevra antes de retirarse. Él no halla cómo actuar. Detesta que salga sin él. Le molesta incluso que Mikhail visite la empresa porque pasan horas hablando.
Ginevra se pierde de la mirada del ruso, moviéndose con la gracia que la caracteriza, y alcanza a escuchar el grito que le lanza a la oxigenada.
Una vez en el ascensor, se pasa la mano por el pelo y sacude su cabello.
Baja al estacionamiento, atrayendo las miradas de todos. Necesita actuar y está decidida.
—Esta semana debo acercarme. El primero que caiga será el elegido. No puedo seguir indecisa —se dice a sí misma, aunque no sabe a quién elegir. Aleksei es encantador, y su mirada es única, pero Mikhail hace que su pulso se acelere: su voz grave, sus gestos varoniles... Aunque sabe que no está para ponerse exquisita.
Con ese pensamiento llega a su auto y emprende el camino hacia otra compañía. Ha querido ir allí porque hay números que no cuadran y sospecha que están cometiendo fraude. No parece estar relacionado con los otros negocios.
Coloca la dirección en el GPS. El lugar queda algo alejado. Maneja sin esperar a Franco; no le gusta llevarlo cuando está cerca de los rusos. No quiere levantar sospechas.
Acelera y sigue las indicaciones del auto. Estaciona frente a otro edificio. No es tan grande como la central, pero lo suficiente para albergar a muchos empleados.
Baja del auto y acomoda su abrigo. Sus ojos se cruzan con los de un sujeto de piel morena. No le gusta la vibra que le transmite.
El portero la saluda con respeto y ella le explica quién es y a qué ha venido.
—Pase por aquí, señorita —dice el hombre, de unos cuarenta y tantos. Ella lo sigue, sube en un ascensor y la llevan a lo que parece el archivo central—. Por aquí, señorita. Queda en su casa; cualquier cosa, solo avíseme.
—Muy amable, gracias —contesta cordial, pero sin sonreír. Una vez sola, se quita el abrigo. El olor a guardado y a papel viejo le pica la nariz. Toma asiento y comienza.
A simple vista, no se nota nada, pero ella es un sabueso para detectar fraudes. Revisa cada documento. Algo no cuadra.
Se va a los archivos privados. El dinero que se lava parece estar en orden, pero hay un fallo en otras cifras.
Busca su teléfono, pero lo ha dejado en el auto. Maldice y se revisa; al menos tiene el dispositivo encima. Lo introduce en el computador, y el programa que lleva oculto le revela lo que le interesa. Sonríe.
—Mira nada más —murmura, se guarda lo que ha encontrado y se levanta para salir. Pero un hombre está bloqueando la puerta.
Los ojos de Ginevra se cruzan con los de un rubio de ojos color miel. No le gusta cómo la mira.
—Belleza... así que tú eres la pequeña espía que enviaron —Su voz es chillona y grotesca. Todas sus alertas se encienden, pero no sonríe.
—¿Espía? No creo que ese sea el término correcto. Yo solo vine a acomodar cifras —El moreno que vio afuera también entra y la obligan a retroceder.
—Tu teléfono —exige el rubio, estirando la mano. Ella niega con la cabeza.
—No traje. No suelo distraerme al trabajar —Ambos se miran con una complicidad maliciosa y uno de ellos le arranca la cartera.
—Veamos si es cierto —El moreno vacía el contenido en el suelo. El perfume que le regaló Rogelio se rompe con el impacto. Ella suspira.
—¿Cómo te dejaron venir a la zona más peligrosa de todas? Cada secretaria, analista o mujer que llega desaparece. Es normal —El otro se ríe. Ella se enfurece.
—Si quieres irte, esa boca deliciosa va a decorar mi polla —El moreno se le acerca. Ella retrocede, pero permanece calmada. En su cabeza repite lo aprendido:
Debes calmarte, medir vías de escape y luego atacar.
No aparta la mirada de ellos.
—Yo que ustedes no lo haría —dice con una calma que los sorprende.
—Espero que grites, perra —se burla el moreno. Ella debe mantener su fachada ante Aleksei.
—¡Auxilio, ayuda! —grita, y ellos se ríen.
—Nadie te va a escuchar. Solo vendrán cuando les toque su parte —se burla el rubio. Ella vuelve a gritar:
—¡Ayuda, por favor, auxilio!
El moreno se le acerca, esta vez no se mueve.
—Quédate así y lo vas a disfrutar —se abalanza, pero en un movimiento rápido ella le dobla el brazo y lo empuja.
—¡Perra asquerosa! —grita. El otro le lanza un golpe, pero ella lo esquiva. Se aleja y levanta el pie para patearlo. Él trata de golpearla, pero es rápida.
—¡Desgraciada! —Ella toma una engrapadora y se la lanza a la cabeza. El hombre se tambalea. El otro la toma por la espalda y, con ambas manos, le abre la camisa; los botones vuelan por doquier.
—Ya vas a gritar y a disfrutar, zorra —Ella le clava las uñas en su entrepierna y aprieta. El hombre grita y se dobla de dolor.
Trata de salir, pero el ruso le da un revés que la impulsa hasta la puerta. El hombre se le lanza encima, golpeándola contra la madera. Ella le da una rodilla en el estómago. Cuando él grita y se dobla, se escucha una voz gruesa y varonil preguntando por los gritos.
Ella toma al atacante del cabello, lo golpea dos veces contra su rodilla y lo lanza. Se alborota el cabello y grita, desconsolada.
La puerta se abre y sus ojos se cruzan con la tercera bestia. Y en verdad lo es. Observa su piel desnuda, el golpe en su cara, que ya debe estar roja porque su piel es muy delicada.
Las cejas del hombre, de casi dos metros, se juntan mientras le toca el rostro.
—¿Estás bien? —Ella asiente, en plan de víctima, y debe obligar a sus ojos a no detallarle más el cuerpo que aprecia.
Sin mediar palabra, él se acerca al primero y le patea la cara. El rubio golpea la cabeza contra el suelo y no se mueve, pero eso no le impide que él le pise la cabeza. Ella observa cómo se le destroza el rostro.
Se dirige al otro, lo levanta de un jalón y le da un golpe que lo desmaya.
El ruso se acerca a ella y se quita el saco para dárselo.
—Gracias —dice ella al cubrirse. Él la pega a su pecho. Su cuerpo aún tiembla de rabia.
—¿Trabajas para Orlov? —pregunta. Ella asiente.— ¿Cómo se atrevió a mandarte aquí?
Ella se apresura a negar:
—Yo lo hice. Vi un fraude, y ellos tal vez están implicados —dice con voz tímida. El hombre asiente.
—Salgamos de aquí —ordena el mayor de los cuatro, y ella asiente.
Es muy fuerte, de cabello negro, mirada intensa y cuerpo esculpido por artesanos expertos.
Salen del lugar; nadie se atreve a acercarse. Él se gira a sus hombres y ordena:
—Quiero saber quién está involucrado. Ya saben qué hacer.
Con un movimiento inesperado, la carga en brazos como si no pesara nada. Y allí vuelve a estar en problemas, porque la reacción de su cuerpo es inmediata. Una electricidad la recorre y se instala en su centro, humedeciéndola un poco.
Ella jadea de sorpresa y lo mira fijamente. Él le aparta el cabello de la cara.
—Soy Vladimir Sokolov, por cierto. Ahora vamos a que te revisen.
Ella se queda muda. Su presencia la domina.
Vladimir Sokolov
Muchas bendiciones y sobre todo sanación a la nena.
Gracias por este capítulo a pesar de la situación actual de salud.
Abrazos
La familia es la prioridad.
Eso sí está novela es para mentes abiertas por algo la escritora lo resalta en el inicio, si no le gusta lo que está leyendo puede pasar de largo no es necesario que escriba algo que ya está albertido.
De resto como me gustan estos 4 Adonis