Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 9
Luego de esa conversación privada, la emperatriz informó a su esposo sobre lo sucedido. Aunque Manuel también tenía sus dudas, decidió aceptar, confiando en la palabra de la capitana Sarah —su suegra—, quien le aseguró que el mago los protegería.
En el salón del trono, ya todos reunidos, los emperadores informaron a sus hijos sobre la misión y que debían acompañar a su tía Leonor hasta su imperio. El mago Regulus se presentó formalmente ante ellos y, tras explicar la profecía, todos partieron hacia Atenea para buscar a las princesas.
Una vez los cinco jóvenes estuvieron reunidos en el campo de batalla del castillo, Regulus volvió a hablar con un tono autoritario:
—Muy bien, quiero que algo quede claro: no me importa si son los herederos de sus imperios, ni si creen conocer bien sus dones y límites. Yo seré quien juzgue eso. Entrenarán duro y estudiarán el doble. No descansarán hasta que yo lo considere necesario. Les enseñaré todo lo que sé... y más les vale seguirme el ritmo.
Desde la distancia, Leonor y Mauricio observaban la escena. Sus hijas y sobrinos miraban al mago con el ceño fruncido, evidentemente incómodos por su severidad.
—Veo que aún sabe cómo hacer amigos —comentó Mauricio con una sonrisa irónica.
—Él no está aquí para ganarse sus corazones —respondió Leonor, cruzando los brazos—. Tal vez hemos sido demasiado blandos con ellos, y por eso aún no han alcanzado su verdadero potencial. Estoy segura de que esto es justo lo que necesitan.
Mauricio no respondió. Solo guardó silencio mientras observaba cómo el mago comenzaba a mostrarles los primeros ejercicios para perfeccionar sus técnicas de conjuro.
Los cinco jóvenes se alinearon frente al mago en el centro del campo de entrenamiento. El viento soplaba con fuerza, alzando pequeñas nubes de polvo y haciendo ondear las capas reales que, por orden del mago, ya no llevaban. Ahora vestían ropa sencilla, hecha para resistir el combate y el sudor.
Regulus caminó lentamente frente a ellos, con las manos cruzadas tras la espalda y los ojos entrecerrados, como si ya estuviera juzgando cada movimiento, incluso antes de que empezaran.
—Primero, muéstrenme lo básico. Quiero ver un hechizo de ataque, uno de defensa y uno de control de energía. Sin hablar, sin vacilar.
Los príncipes se miraron entre sí. Alcides, el hijo mayor de Camila y Manuel, dio un paso al frente con decisión. Sus ojos brillaban con determinación.
—Yo empiezo.
Extendió la mano y concentró su energía. Una esfera de fuego surgió de su palma y se disparó hacia un tronco a varios metros de distancia. Luego alzó un escudo etéreo frente a su pecho, y finalmente, canalizó su energía en un pequeño círculo en el suelo que comenzó a vibrar.
Regulus no reaccionó. Solo dio un leve gruñido.
—Lento. Forzado. Inestable. El fuego es inútil si no sabes a dónde apuntar, el escudo está mal anclado, y ese círculo… se rompería con un simple grito de guerra.
Alcides frunció el ceño, pero se mantuvo en silencio. Sabía que no ganarían nada discutiendo.
Luego fue el turno de Úrsula, su hermana menor. Ella ejecutó sus hechizos con elegancia, utilizando energía de fuego, pero el mago también la detuvo con una sola frase:
—Demasiada confianza. La magia es un don, no un adorno.
Uno a uno, todos recibieron críticas. Ninguno fue lo suficientemente rápido, certero ni constante para satisfacer a Regulus.
Cuando terminaron, los cinco estaban jadeando, cubiertos de polvo, sudor y frustración. El silencio fue interrumpido solo por la voz firme del mago.
—Bien. Al menos tienen potencial. Ahora... empieza el verdadero entrenamiento.
Desde lo alto del balcón del castillo, Leonor observaba con los brazos cruzados y una mirada mezcla de orgullo y nostalgia. Mauricio apareció a su lado y murmuró:
—¿Tú crees que aguanten?
—No tienen otra opción. Si de verdad quieren proteger lo que aman, tendrán que volverse más fuertes que nunca.
Y así comenzó una nueva etapa. No como príncipes, no como herederos... sino como aprendices bajo el ojo implacable del mago Regulus.