Angela, una psicóloga promesa del país, no sabe nada de su familia biológica y tampoco le interesa saber, terminará trabajando para un hombre que le llevara directo a su pasado enterandose la verdad de su origen...
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CAPITULO 12
[...]
—¿Qué hacemos ahora? —pregunto Luc.
Lucas no respondió de inmediato. Se quedó mirando la medalla en mis manos, como si en ese pequeño objeto descansaran años de silencios y decisiones. Luego habló, pero no sobre la investigación.
—¿Sabes algo, Miguel? —dijo con voz baja, casi nostálgica—. Siempre me dijeron que yo iba a ser el próximo gran CEO. “Tú sí tienes la mente de tu padre”, decían. “Tú no puedes fallar. Eres el primero en la clase, el que no comete errores”. No me dejaban respirar. Cada decisión que tomaba tenía que acercarme a ese trono que nunca pedí.
Miguel y Luc se quedaron en silencio. No era común que Lucas hablara así de su pasado. Siempre fue el fuerte, el brillante, el que no mostraba grietas.
—Y entonces mi padre murió —continuó, sin mirarnos—. En ese maldito avión. Con la familia Reyes. Con esa niña. Todo el plan perfecto de los adultos se vino abajo. Yo debía tomar su lugar. Pero no lo hice. No pude. No quise.
Alzó la mirada. Sus ojos no tenían ira, pero sí una tristeza antigua.
—Estudié leyes. No para defender empresas... sino para proteger a las personas que siempre terminaban siendo olvidadas en los acuerdos. Esta niña... me hice abogado para proteger el patrimonio de esa niña “Aurora Reyes” quisa en algún momento me arrepienta de buscarla, porque me da miedo descubrir la verdad.
En ese momento serio para ellos tocan la puerta, era la secretaria de Luc, necesitaba que su jefe firme algunos documentos, también le entrego él un documento firmado por Luc y el señor Emilio Santander, el proyecto del centro comercial era un hecho.
___ Genial, ya tengo el contrato en mis manos, Emilio acepto invertir en el proyecto de mi hermano… aremos de ese un centro comercial el mejor de todos.
___ ese tipo no me da buena espina, y menos que su hija esté cerca de mi sobrino, perdóname Luc, pero yo también soy tío de Matt, y estoy seguro de que esa mujer estará más tiempo metido en tu casa ahora que su padre firmo para ese proyecto.
__ Tranquilo Miguel, daré órdenes para que Abigaíl no entre a la casa si yo no estoy ahí, tampoco puedo serrarle la puerta ahora su padre es mi socio.
OTRA ESCENA
El sonido del corcho saliendo de la botella resonó como un disparo suave entre las paredes del lujoso comedor. Emilio Santander sirvió dos copas de vino tinto, con esa calma que lo caracterizaba cuando estaba a punto de ejecutar un movimiento importante.
—A tu salud, hija —dijo, alzando la copa—. Ya firmó. El contrato está sellado. La remodelación del centro comercial empieza en dos semanas.
Abigaíl tomó la copa con elegancia. Llevaba un vestido de seda dorada, perfectamente ajustado. Su sonrisa era calculada, como todo en ella.
—¿Luc firmó sin hacer preguntas?
—¿Cuándo ha hecho preguntas? Está distraído, emocional, con demasiados frentes abiertos. El juicio, el niño, la psicóloga, la “amiga” callada. Su caos es nuestro terreno fértil.
Abigaíl rio suave, sin apartar los ojos de la copa.
—Perfecto. Entonces es momento de brindarle... una noche inolvidable.
—Lo que tú hagas con él es tu decisión —dijo Emilio, bebiendo un sorbo—. Pero recuerda lo que está en juego. Si logramos hacer que Luc se exponga, si pierde el control justo ahora, cuando todo el consejo lo vigila… estará fuera.
Automáticamente.
—Y nosotros adentro —completó Abigaíl, con una mirada afilada
—. El centro comercial será solo el comienzo.
—¿Y estás segura que funcionará? Luc no es fácil —admitió
Emilio, sin tono de duda, solo constatando la realidad.
—No necesito que sea fácil —respondió Abigaíl—. Solamente necesito que beba. Que olvide. Que crea que alguien lo entiende, aunque sea por una noche.
Se volvió hacia su padre, decidida.
—Tú jugaste a ser el tiburón. Yo voy a ser el anzuelo. Y te prometo… va a morder.
Emilio asintió con una mezcla de orgullo, por fin su hija y él estaban en la misma sintonía. Se le notaba satisfecho. El trato firmado le abría las puertas a contratos secundarios, a licitaciones, a control. Pero sabía que el verdadero premio no era el centro comercial.
Era desestabilizar a Luc. Hacerlo caer desde dentro.
—Aprovecha bien esta oportunidad, Abigaíl —dijo, alzando la copa una vez más—. No se presentan dos veces.
Tan y como planearon Emilia invito a Luc para brindar por el proyecto, pero a último minuto fingió que tenía problemas con unos negocios y no podría asistir en su lugar estaría su hija en representación de él.
Luc y Abigaíl terminaron en un bar. No era un lugar que Luc soliera frecuentar, y eso era parte del plan. Aquí, nadie lo reconocería como al CEO o al heredero; era solo otro hombre en una chaqueta bien cortada, con los hombros un poco vencidos por el cansancio.
Abigaíl lo había convencido sin mucho esfuerzo.
—Una copa más —dijo con una sonrisa suave—. Por el proyecto. Por ti. Por salir, por una vez, del papel de jefe perfecto.
Luc aceptó.
Se sentaron en un rincón apartado, donde la luz apenas alcanzaba a dibujar sombras sobre la mesa. El bar tender la conocía. Ella había dejado todo listo antes de traerlo. Incluso el trago ya estaba preparado.
Mientras Luc revisaba su celular, ella deslizó un frasco pequeño, sin etiqueta, debajo de la mesa. No era un somnífero. Era algo más retorcido. Un afrodisíaco fuerte, combinado con una mínima dosis. Lo suficiente para alterar su percepción, su juicio… y, con suerte, lo que recordara después.
—Por ti —dijo ella, alzando su copa. Luc hizo lo mismo, y bebió sin notar nada.
Abigaíl lo miró, midiendo los efectos. Los minutos pasaron. Primero vino el enrojecimiento leve en el cuello, luego el pestañeo más lento. La forma en que su cabeza empezaba a inclinarse como si el peso del día se le hubiese multiplicado.
—¿Estás bien? —preguntó, con voz dulce.
—Sí… un poco… cansado —respondió Luc, llevándose una mano a la frente—. Qué raro… esto pega fuerte…
Perfecto.
Luc se tambaleó al levantarse, tropezando con la mesa. Su respiración se había acelerado, los ojos estaban húmedos, confundidos. No era alcohol lo que lo invadía. Era calor. Mareo. Un tipo de descontrol que no entendía. El afrodisíaco hacía su trabajo.
Abigaíl maldijo por lo bajo. No podía cargarlo sola.
Y entonces se levantó con rapidez, y caminó hacia el área del bar, fingiendo urgencia.
—¿Puedes ayudarme? —le dijo al bartender—. Mi amigo está muy mal… no quiero que se quede dormido aqbar tender una habitación lista en el piso de arriba, solo necesito que alguien me ayude a llevarlo.
El bartender dudó.
—¿Está bien? ¿No debería llamar a…?
—¡Solo necesito ayuda! —espetó ella, perdiendo la paciencia.
Pero en ese instante, al otro lado del bar, dos mujeres levantaron la mirada al oír el nombre de Luc.
—¿Luc? —preguntó Angela, dejando su copa a medio brindar.
—¿Dijeron Luc? —repitió Daniela, girando con el ceño fruncido.
Ambas estaban allí, celebrando. Brindaban por algo completamente distinto. Por fin, Daniela había tenido el valor de denunciar a su jefe. Lo había hecho. Tenía pruebas. Y ahora solo querían reír un rato. Respirar.
Pero en ese instante, todo cambió.
Ángela lo supo de inmediato. Algo no cuadraba. Esa mujer, Abigaíl, estaba allí, desesperada, nerviosa, pidiendo ayuda para subir a un hombre que claramente no estaba en condiciones.
Y no era cualquier hombre.
—Es Luc —dijo Angela, y su tono se volvió hielo.
Corrió sin pensar. Pasó junto al bar tender, que parecía paralizado, y detrás de ella fue Daniela, sin saber aún por qué, pero sabiendo que algo andaba mal.
Cuando lo vio, lo entendió todo.
Luc estaba recostado en una banca, jadeando, con la camisa abierta, el rostro cubierto de sudor frío. Intentaba hablar, pero apenas murmuraba.
—Angela… —susurró al verla.
Abigaíl dio un paso atrás, intentando recomponerse.
—No es lo que parece —dijo—. Solo quería ayudarlo…
—¿Ayudarlo? ¿Con qué? ¿Con droga? —disparó Ángela, enfurecida.
—Está borracho, nada más —mintió Abigaíl, alzando las manos.
—No huele a alcohol, ademas nadie se pone en ese estado con una sola copa —intervino Daniela
Ángela se agachó y tocó el rostro de Luc. Estaba cálido, desorientado. Vulnerable como nunca antes lo había visto.
—No puedo levantarlo sola… —murmuró, y miró a su alrededor.
Esta vez no dudó. Sacó su celular y marcó a Miguel.
—Contesta, por favor… contesta…
Y mientras el teléfono empezaba a timbrar, Abigaíl entendió algo que no había previsto:
Luc no estaba tan solo como ella creía.
Y esa noche, el lobo… no devoró al cordero
El bar no se detuvo. La música seguía sonando, los tragos continuaban sirviéndose, pero para quienes estaban junto a Luc, el mundo parecía haberse detenido.
Ángela sostenía su cabeza con una mano, murmurando su nombre, intentando mantenerlo despierto. Daniela, a su lado, cruzaba los brazos, sin apartar la mirada de Abigaíl, que comenzaba a armar su coartada.
—Yo no sabía que se sentía mal —dijo Abigaíl, con tono firme pero tembloroso—. Me pidió un trago, y luego empezó a desvariar. Me asusté. Pensé que tal vez se había tomado algo antes… no soy doctora, ¿sí?
—Pero sí tenías una habitación lista, ¿verdad? —replicó Daniela con dureza—. ¿Eso tampoco lo ibas a mencionar?
—No es lo que parece —insistió—. Yo… solo quería asegurarme de que estuviera a salvo. Él ha estado bajo presión por el proyecto. Quería darle un lugar donde descansar. ¡Eso no es un crimen!
Ángela no respondió. No aún. Solo la miró, con esa mirada de quien lo ha visto todo. De quien ya no se deja engañar fácilmente. Su silencio era más afilado que cualquier palabra.
Y justo entonces, Miguel llegó.