La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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un té amargo
El sol del mediodía brillaba sobre las majestuosas puertas del palacio real mientras el carruaje del marqués se detenía frente a la escalinata adornada con flores. La multitud, vestida con sus mejores galas, formaba un río de colores y murmullos expectantes, ansiosa por celebrar la victoria del marqués. El marqués bajó del carruaje, imponente en su traje de gala militar adornado con insignias que brillaban a la luz del sol, ofreció su brazo a Elaiza para ayudarla a bajar. Ella vestía un elegante pero sencillo vestido azul grisáceo que realzaba su serenidad, consciente de no eclipsar el brillo de la familia del Marqués en este día especial. Rosalba, con su vestido color malva de muselina ondeando suavemente mientras descendía del carruaje con la ayuda de Elaiza y un paje, observaba todo con ojos brillantes de asombro, le encantaba asistir a las comidas de palacio. Sus zapatitos a juego asomaban delicadamente bajo el dobladillo, y la diadema de flores en su cabello recogido la hacía parecer una pequeña hada. A su lado, Emanuel, con su trajecito celeste de pantalón corto y cuello de encaje impecable, se aferraba a la mano de Elaiza, un poco intimidado por la grandiosidad del lugar y el bullicio de la gente, pero igualmente curioso.
Al ingresar al palacio, el bullicio y la alegría los envolvieron. La música de la orquesta se filtraba desde los salones, mezclándose con las risas de otros niños que correteaban y jugaban bajo la atenta mirada de sus nanas y los empleados del palacio. El marqués Rafael, con paso firme y una leve sonrisa de orgullo en sus labios, guio a sus dos hijos y a Eliza hasta el salón donde los esperaban. La multitud se apartaba a su paso con respeto y curiosidad, susurrando entre ellos al reconocer al héroe del momento. Al llegar a las puertas del salón, un mayordomo anunció su llegada: "Su Excelencia, el Marqués capitán de las fuerzas armadas Don Rafael de Robledo y sus hijos la señorita Rosalba de Robledo y el joven Emanuel de Robledo" los invitados aplaudieron su entrada.
Una vez dentro, el salón deslumbraba con su opulencia. Los tapices ricamente bordados adornaban las paredes, y la luz que entraba por los ventanales iluminaba los rostros de la familia real y la corte reunida. En el centro, sobre un estrado elevado, se encontraban el Rey y la Reina, rodeados de sus damas de honor y consejeros. El marqués se detuvo a una distancia respetuosa e hizo una profunda reverencia. Elaiza, siguiendo su ejemplo, realizó una elegante inclinación de cabeza e invitó a los niños a seguir el ejemplo. Rosalba y Emanuel, aunque un poco nerviosos por la solemnidad del momento, imitaron los gestos de los adultos con la gracia que sus jóvenes años les permitían.
"Majestad, Reina", dijo el marqués con voz clara y respetuosa, "me presento ante ustedes con mis hijos, Rosalba y Emanuel, y su institutriz, la señorita Eliza Medina, es un honor para nosotros estar en su presencia." El Rey, con una expresión amable, les dirigió una cálida sonrisa a su amigo. "Marqués, bienvenido. Su valentía y victoria son motivo de gran alegría para nuestro reino." Su mirada se posó luego en los niños. "Me da mucho gusto ver a sus hijos, pero me parece que falta uno." "Desafortunadamente ayer sufrió un accidente leve y tuvo que quedarse a reposar en cama por órdenes del médico", dijo el marqués con un aire de tristeza en la voz.
La Reina, con una dulzura maternal, dijo. "¡Oh! Espero que se encuentre pronto mejor, a Margaret le hubiera encantado verlo", dijo, su acento extranjero resonaba en el salón, volteó a ver a la silueta grisácea detrás del Marqués. "Y la señorita Eliza, es un gusto tenerla en nuestra celebración, Rosalba y Emanuel. Esta fiesta es en honor de su padre, pero por petición de él ha sido preparada para que ustedes también la disfruten."
Rosalba, animada por la gentileza de la Reina, hizo una pequeña reverencia con una sonrisa tímida. Emanuel, aferrándose aún a la mano de Elaiza, asintió con la cabeza en señal de saludo. Tras unos breves intercambios de cortesías, el Rey hizo un gesto con la mano. "Por favor, Marqués, acérquese. Quiero conversar con usted un poco antes de la cena." Mientras el marqués se alejaba, Elaiza tomó suavemente las manos de Rosalba y Emanuel, guiándolos hacia un lado del salón donde otros niños jugaban y se divertían.
Rosalba y Emanuel, dejaron atrás la protección de Elaiza con la vivacidad propia de su edad, ansiosos por explorar este fascinante lugar lleno de colores y otros niños con quienes jugar. Elaiza los seguía con la mirada, moviéndose discretamente entre la multitud, permitiéndoles disfrutar de su libertad pero siempre atenta.
Observaba cómo Rosalba se unía a un grupo de niñas que jugaban con una pelota, mientras Emanuel, un poco más tímido al principio, encontró un niño de su edad con quien compartir la fascinación por un elaborado barco de juguete que navegaba en una de las fuentes. En medio de este ambiente vibrante, los hijos del marqués se movían con una naturalidad sorprendente, acostumbrados desde pequeños a este tipo de eventos, aunque la ausencia de Tomás, usualmente el más bullicioso, se sentía sutilmente en el aire.
Rosalba, a pesar de su entusiasmo, lo extrañaba en algún rincón de su mente infantil. Sin embargo, Elaiza se sentía tan rara en aquel lugar, tan fuera de su ambiente como un pez en tierra firme, sentía las miradas e incluso casi podía escuchar los murmullos de la gente que la criticaba por haber asistido en compañía del Marqués. Sin embargo, recordaba cómo tan solo unas noches antes le había pedido que, en la medida de lo posible, le permitiera pasar desapercibida, no le interesaba pertenecer a aquel círculo social.
El bullicio del salón principal comenzó a disminuir a medida que los invitados se dispersaban, algunos dirigiéndose a los jardines para disfrutar del aire fresco y otros buscando salones más tranquilos para conversar. Emanuel, aún fascinado por el barco de juguete, permaneció cerca de la fuente, ahora acompañado por varios niños más. Rosalba, después de un rato, se sintió atraída por la serenidad del jardín que había vislumbrado al llegar y encontró un grupo de niñas sentadas alrededor de una pequeña mesa, absortas en un juego de té imaginario.
"¿Puedo unirme a su té?", preguntó con una voz amable. "Claro", respondió Margaret, no era otra que la princesa. Rosalba le sonrió e hizo una reverencia, a pesar de conocerse desde muy pequeñas, Rosalba tenía muy claro su estatus y el protocolo que debía tener ante ella.
Rosalba se sentó junto a Margaret, quien le hizo un espacio para que estuvieran juntas, y observó con interés las tazas de juguete. "Qué bonito juego de té", comentó con sinceridad. "Quisiera tener uno así de exquisito", dijo sin pensarlo. "Sí, es hermoso, nos lo regaló un rey de un país de oriente", dijo la princesa y pidió le trajeran otra taza para Rosalba.
"A mí me encanta tu diadema", comentó con sinceridad. Rosalba sintió un pequeño vuelco en el corazón. Margaret, con sus doce años y su porte elegante, siempre le había parecido admirable, y que la elogiara la hacía sentir muy especial.
Elaiza, mantenía una distancia discreta, se movió hacia un rincón más tranquilo del jardín, observando a los niños y tratando de pasar desapercibida entre los grupos de nobles que conversaban animadamente. Después de un rato, Emanuel se cansó y fue donde su hermana a hacerle compañía. Al verlo, las niñas se emocionaron, pronto lo cubrieron de dulces y flores, era como tener un muñeco de carne y hueso para jugar con él.
Las risas suaves y conversaciones sobre muñecas y dulces llenaron el aire de la mesa mientras Rosalba disfrutaba de la compañía de las otras niñas. Se sentía feliz y relajada, olvidando por un momento la ausencia de Tomás y la formalidad del palacio. Pasaron un rato agradable hasta que una figura se acercó al grupo, proyectando una sombra sobre su mesa de té, una figura menos grata; Lucas, el hijo menor del duque de Costa Dorada, tenía la misma edad de la princesa y su familia tenía mucho poder, apenas superado por la familia real.
Su presencia siempre parecía traer consigo una atmósfera de tensión. Lucas se acercó a la mesa con una sonrisa forzada, deteniéndose justo...al lado de Margaret. Sus ojos recorrieron a las niñas reunidas, deteniéndose con una expresión desdeñosa en Rosalba y Emanuel. "Buenas tardes, princesa Margaret", dijo Lucas, inclinando ligeramente la cabeza sin molestarse en saludar a las demás. "¿Cómo se encuentra en esta... reunión tan infantil?" Su tono insinuaba que el juego de té era poco digno de la princesa.
Margaret, aunque amable por naturaleza, frunció ligeramente el ceño ante el comentario condescendiente de Lucas. "Buenas tardes, Lucas", respondió con cortesía, sin darle pie a continuar con su tono despectivo y sin voltear a verlo. "Estábamos pasando un rato muy agradable, hasta que llegaste."
Lucas no se dio por aludido. Dirigió entonces su atención a Rosalba y Emanuel, quienes se encontraban al lado de la princesa. Su sonrisa se ensanchó, pero no denotaba alegría, sino más bien burla. "¿Qué hace este niño aquí jugando a las comiditas?", se burló Lucas, acercándose a su mesa y señalando las tazas de juguete con un gesto exagerado. "Y no les parece infantil para las hijas de la nobleza."
A pesar de que el comentario no estaba directamente dirigido a ella, Rosalba sintió que sus mejillas se encendían ante el comentario ofensivo. Emanuel, sin comprender completamente el tono de Lucas, se escondió un poco detrás de la falda de Rosalba, sintiéndose incómodo por la atención no deseada.
Margaret intervino con suavidad, aunque con un matiz de firmeza en su voz. "Lucas, por favor. No hay nada de malo en que los niños jueguen, además el juego de té es mío, me parece insultante que te burles de él." Lucas la ignoró y comenzó a hacer algunos comentarios hirientes de las otras niñas sin que nadie pudiera decir nada, de pronto fijó su mirada en Rosalba.
"Y dime Rosalba, ¿y dónde está tu hermano el bravucón?", preguntó. "¿No sé a quién se refiere?", dijo Rosalba. La pregunta de Lucas sobre Tomás cayó como una piedra en el tranquilo ambiente del jardín. Rosalba sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
"Ya sabes, tu hermano el revoltoso... ¿Tomás se llama, no?", dijo Lucas en un tono malicioso. La mención de su hermano, especialmente con ese tono despectivo, la hirió profundamente. "Él... no se encuentra bien hoy", respondió Rosalba, tratando de mantener la compostura a pesar del nudo que se le formaba en la garganta.
Emanuel, al percibir la tristeza de su hermana, se aferró con más fuerza a su falda, miró a Lucas con el ceño fruncido, aunque sin decir nada. "Es una lástima que se haya perdido la diversión. Seguro que él hubiera encontrado algo más... emocionante que este juego de niñas." Su mirada recorrió la mesa de té con desdén posándose al lado de Margaret. Sus ojos recorrieron a las niñas reunidas, deteniéndose con una expresión desdeñosa en Rosalba y Emanuel. "Buenas tardes, princesa Margaret", dijo Lucas, inclinando ligeramente la cabeza sin molestarse en saludar a las demás. "¿Cómo se encuentra en esta... reunión tan infantil?" Su tono insinuaba que el juego de té era poco digno de la princesa.
Margaret, aunque amable por naturaleza, frunció ligeramente el ceño ante el comentario condescendiente de Lucas. "Buenas tardes, Lucas", respondió con cortesía, sin darle pie a continuar con su tono despectivo y sin voltear a verlo. "Estábamos pasando un rato muy agradable, hasta que llegaste."
Lucas no se dio por aludido. Dirigió entonces su atención a Rosalba y Emanuel, quienes se encontraban al lado de la princesa. Su sonrisa se ensanchó, pero no denotaba alegría, sino más bien burla. "¿Qué hace este niño aquí jugando a las comiditas?", se burló Lucas, acercándose a su mesa y señalando las tazas de juguete con un gesto exagerado. "Y no les parece infantil para las hijas de la nobleza."
A pesar de que el comentario no estaba directamente dirigido a ella, Rosalba sintió que sus mejillas se encendían ante el comentario ofensivo. Emanuel, sin comprender completamente el tono de Lucas, se escondió un poco detrás de la falda de Rosalba, sintiéndose incómodo por la atención no deseada.
Margaret intervino con suavidad, aunque con un matiz de firmeza en su voz. "Lucas, por favor. No hay nada de malo en que los niños jueguen, además el juego de té es mío, me parece insultante que te burles de él." Lucas la ignoró y comenzó a hacer algunos comentarios hirientes de las otras niñas sin que nadie pudiera decir nada, de pronto fijó su mirada en Rosalba.
"Y dime Rosalba, ¿y dónde está tu hermano el bravucón?", preguntó. "¿No sé a quién se refiere?", dijo Rosalba. La pregunta de Lucas sobre Tomás cayó como una piedra en el tranquilo ambiente del jardín. Rosalba sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
"Ya sabes, tu hermano el revoltoso... ¿Tomás se llama, no?", dijo Lucas en un tono malicioso. La mención de su hermano, especialmente con ese tono despectivo, la hirió profundamente. "Él... no se encuentra bien hoy", respondió Rosalba, tratando de mantener la compostura a pesar del nudo que se le formaba en la garganta.
Emanuel, al percibir la tristeza de su hermana, se aferró con más fuerza a su falda, miró a Lucas con el ceño fruncido, aunque sin decir nada. "Es una lástima que se haya perdido la diversión. Seguro que él hubiera encontrado algo más... emocionante que este juego de niñas." Su mirada recorrió la mesa de té con desdén posándose en Emanuel, quien apenas sobresalía tras Rosalba. "Sí, estoy seguro que sería más divertido él, que su pequeña copia."
Margaret observó la escena con creciente indignación. La crueldad innecesaria de Lucas hacia Rosalba le pareció intolerable. "Lucas", dijo con un tono de reprimenda en su voz, "no es apropiado hablar así de la gente, y menos de alguien que no está presente para defenderse." Lucas se encogió de hombros con indiferencia, disfrutando visiblemente de la incomodidad que había causado.
"¿Defender a tu hermanito? Qué enternecedor. ¿Va a llorar la pequeña muñeca?" Intentó acercarse a Emanuel con una sonrisa burlona, pero Rosalba se interpuso en su camino. "Déjalo en paz, Lucas", dijo Rosalba con valentía, a pesar de que su corazón latía con fuerza. "Él no te ha hecho nada, ni ninguna de nosotras."
La confrontación, aunque infantil, comenzaba a atraer la atención de algunos adultos que paseaban cerca del jardín. Elaiza, que había estado observando la escena desde la distancia pero no había escuchado hasta ese momento nada, comenzó a acercarse con una expresión de preocupación.
Lucas, sintiéndose observado y quizás un poco frustrado por la firmeza inesperada de Rosalba, cambió de táctica.
"Oh, vamos", dijo con un tono fingidamente amable, aunque sus ojos brillaban con malicia. "Solo estaba bromeando. Las niñas son tan susceptibles."
"Lucas, será mejor que te disculpes con Rosalba y Emanuel", dijo una de las niñas ahí sentadas al ver cómo comenzaban a correr las lágrimas por la mejilla de Emanuel.
Lucas soltó una última risita desdeñosa y, al notar las miradas de algunos adultos acercándose, se encogió de hombros con aire de superioridad. "Como digan las damitas", murmuró antes de darse la vuelta y alejarse con una sonrisa de suficiencia, dejando tras de sí un rastro de incomodidad.
Margaret, con una mirada de reprobación hacia la espalda de Lucas, se volvió hacia Rosalba y Emanuel con una expresión de sincera preocupación. Se arrodilló junto a Emanuel, quien aún se aferraba a Rosalba.
"Emanuel", dijo Margaret con dulzura, "no le hagas caso a Lucas. A veces es un poco... torpe con sus palabras. Eres un niño muy bueno y guapo ¿quieres que pidamos a alguien que te traiga más dulces?"
Emanuel asintió tímidamente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Margaret sonrió y llamó a una de las criadas que pasaba cerca, pidiéndole que trajera algunos dulces frescos para el pequeño.
Luego, Margaret se dirigió a Rosalba. "Siento mucho lo que ha pasado", dijo con sinceridad. "Lucas a veces no piensa en lo que dice. Pero no dejes que te arruine el día. Este banquete es también para que ustedes se diviertan." Rosalba le ofreció una pequeña sonrisa agradecida. La amabilidad de la princesa siempre la reconfortaba.
Las otras niñas también se acercaron, ofreciendo palabras de consuelo y tratando de aligerar el ambiente. Pronto, la conversación volvió a fluir, aunque la sombra del encuentro con Lucas aún persistía ligeramente.
Después de un rato, un mayordomo anunció con voz clara que la comida estaba servida y que los niños serían dirigidos a un salón especialmente preparado para ellos. Justo cuando Elaiza se disponía a seguirlos, el marqués se acercó a ella con una expresión seria pero amable.
"Señorita Eliza", dijo el marqués con un tono formal pero cortés, "Su Majestad el Rey ha expresado su deseo de que usted lo acompañe a la mesa principal, además le agradecería mucho sea usted mi acompañante por esta ocasión." Aquella última frase parecía casi una súplica.
Elaiza se giró hacia Rosalba y Emanuel con una mirada de disculpa. "Estaremos bien", le aseguró Rosalba, aunque en su voz vaciló un poco y Emanuel simplemente se aferró con más fuerza a su mano.
"No se preocupen, niños", dijo Elaiza con suavidad, tratando de tranquilizarlos. "Estaré cerca. Disfruten de su comida." Les dedicó una sonrisa antes de seguir al marqués hacia el salón principal.