Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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Capítulo 6: Cuando el poder no alcanza
Brendan Thompson siempre había controlado sus pensamientos con la misma disciplina con la que controlaba su imperio. Tenía reglas: nunca mezclar negocios con emociones, nunca perder tiempo en lo que no se podía poseer, nunca obsesionarse. Y sin embargo, desde que Dakota Adams salió de aquella sala, esas reglas parecían humo.
Estaba sentado en su oficina, en el piso 40 del Thalassia, con la vista panorámica de Berlín extendiéndose ante él como un tablero de ajedrez. Las luces de la ciudad parpadeaban como constelaciones urbanas, pero Brendan no las veía. Solo veía sus ojos. Celestes. Inmensos. Desafiantes. Esa sonrisa ladeada, ese modo de hablarle como si fuera inmune a su poder. Nadie lo trataba así. Nadie se atrevía.
Apoyó el vaso de whisky sobre el escritorio con un golpe seco. Maldita sea. No podía seguir pensando en ella como un capricho pasajero. Brendan no era un adolescente, era un hombre acostumbrado a tener lo que quería. Y ahora lo quería todo de Dakota. No solo su cuerpo —aunque la imagen de ella quitándose ese vestido negro lo estaba volviendo loco—, sino su verdad. Quería saber qué la movía, qué escondía, qué temía.
Tomó el teléfono.
—Quiero todo sobre Dakota Adams —ordenó, sin rodeos.
Al otro lado, la voz de Viktor, su hombre de confianza, sonó firme:
—¿Todo?
—Todo —repitió Brendan, clavando la mirada en el cristal que reflejaba su propio rostro—. Movimientos bancarios, relaciones pasadas, amistades, lo que desayuna. Si respira, quiero saberlo.
—Entendido. ¿Alguna prioridad?
Brendan dudó un segundo antes de responder:
—Saber si alguien… ya la reclama. Si hay un hombre.
Viktor no preguntó más. Nunca lo hacía. Colgó, dejando a Brendan solo con sus pensamientos.
Se reclinó en la silla de cuero y cerró los ojos por un instante. ¿Qué demonios le pasaba? No era celos. No podía serlo. Apenas la conocía. Pero la idea de que Dakota perteneciera a otro lo irritaba con una fuerza primitiva. Porque en el fondo, sabía que ella no pertenecía a nadie. Y aun así, la quería para él.
“¿Desde cuándo me importa esto?”, se preguntó, recordando el peso muerto en su pecho cuando la vio salir, tan segura, tan dueña de sí misma. Brendan siempre había tenido mujeres hermosas, modelos, aristócratas, herederas. Todas corrían hacia él, dispuestas a rendirse sin resistencia. Dakota no. Dakota era otra liga. No quería su apellido, ni su fortuna. Ni siquiera parecía impresionada por su poder.
Eso era lo que lo consumía: ella no necesitaba nada de él.
Se levantó y caminó hacia la barra del despacho. Se sirvió otro whisky, esta vez sin hielo. El líquido ámbar bajó por su garganta como fuego, pero no apagó nada.
Su mente lo llevó al pasado, a las advertencias que siempre se repetía después de Elena: “Nunca les des más de lo que puedas recuperar.” Y sin embargo, ahí estaba, sintiendo que con Dakota las apuestas eran distintas. Como si jugar con ella fuera jugar con dinamita… y él no pudiera resistirse a encender la mecha.
El timbre del teléfono interrumpió su espiral. Contestó sin mirar el identificador.
—¿Sí?
—Brendan, tenemos algo —dijo Viktor, sin preámbulos—. Dakota Adams no tiene pareja oficial. Ningún compromiso, ningún hombre viviendo con ella. Pero...
Brendan se tensó.
—Pero, ¿qué?
—Tiene una historia... interesante. Exnovios, viajes, movimientos que no coinciden con la vida de una heredera común. No hay registros públicos recientes porque ella se encargó de borrarse. Alguien así no se borra sin motivo.
Brendan sonrió, oscuro.
—Eso la hace aún más… fascinante.
—¿Querés que siga?
—Todo, Viktor. Absolutamente todo. Y quiero su agenda. Si hay algún evento donde vaya a aparecer, me entero antes que ella.
Colgó y apoyó el teléfono con fuerza. Caminó hacia la ventana, mirando la ciudad como si pudiera encontrarla entre las luces.
Sabía que esto era peligroso. Que perder la cabeza por una mujer como Dakota podía costarle caro. Pero Brendan no era de los que retrocedían ante el peligro. Lo buscaba. Lo dominaba. Lo hacía suyo.
Solo que esta vez, no estaba seguro de si sería él quien domara la tormenta... o si sería arrastrado por ella.
Apoyó la frente en el vidrio frío. Cerró los ojos y la vio otra vez: el tatuaje que se insinuaba bajo el vestido, la curva de sus labios, la forma en que pronunció su nombre como si probara un veneno dulce.
—Dakota... —murmuró, apenas audible, con un deseo que le quemaba la voz.
No sabía cuánto tardaría Viktor en traerle lo que pedía. Pero tenía claro algo: cuando volviera a verla, no sería para hablar de negocios.
Porque Brendan Thompson no había nacido para perder. Y ahora, esa mujer se había convertido en la única batalla que valía la pena librar.