Desde Que Te Vi

**[Punto de vista de Miguel]**

El primer golpe lo sintió cuando salió de la tienda, después de comprarle a Mariana una pulsera con un dije de lápiz por su cumpleaños.

El segundo, cuando cayó al suelo y su celular voló hacia la calle.

El tercero… fue más bien una advertencia:

—No te acerques tanto.

La voz era seca, firme, imposible de olvidar.

Y aunque nunca vio sus rostros —iban encapuchados, guantes, cero rastros—, Miguel supo que no fue un asalto común. No se llevaron nada. No pidieron nada. Solo lo golpearon y se fueron.

Pasaron días antes de que se animara a decirle a Mariana.

—¿Un pelotazo? —preguntó ella, al ver su mandíbula morada— ¿Otra vez?

—Sí… bueno… más o menos —respondió, bajando la vista.

La verdad, no quería preocuparla. Pero menos quería que sospechara que algo raro estaba pasando a su alrededor. Porque él lo sabía: esos tipos no iban por él.

**Iban por ella.**

Para marcar territorio. Para dejarle claro que no la tocara más.

Sin embargo, el corazón es terco.

Y la mirada de Mariana… era demasiado.

**[Una semana después]**

Estaban sentados en la plaza, comiendo helado en un banco. Los chicos jugaban a la pelota cerca y el sol bajaba de a poco, tiñendo todo de naranja.

—Maru… —dijo Miguel, bajando el pote de helado— ¿Alguna vez pensaste que… tal vez… alguien que siempre estuvo cerca de vos… podría sentir algo más?

Mariana giró hacia él. La cucharita se detuvo en el aire.

—¿Más… como qué?

Miguel se rascó la nuca, nervioso.

—Como… no sé. Que vos le gustás. Pero mucho. Desde hace tiempo.

Ella bajó la vista. Silencio. Y luego, con voz suave, le dijo:

—Miguel… vos sos muy importante para mí. De verdad.

Pero no así.

—Ya me lo imaginaba —dijo él, suspirando con media sonrisa—. Pero tenía que decirlo, ¿sabés? Porque si no, me iba a explotar el pecho.

—Te entiendo. Y gracias por decirlo.

No cambió nada. No quiero que cambie nada.

Miguel la miró y le acarició la mano.

—¿Sabés qué es lo único que no soportaría? Que me dejes de hablar.

Prefiero ser tu sombra, pero estar.

Mariana se rió con dulzura.

—Ni que fueras tan importante…

—Lo soy, admitilo.

—Sí. Lo sos, Migue.

Y así sellaron un pacto sin lágrimas. Sin dramas. Solo verdad.

**[Punto de vista de Mariana]**

Pero no todo era tan claro.

Con el paso de las semanas, Mariana empezó a notar cosas… *raras*.

Coincidencias demasiado precisas.

Sospechosas.

Como aquella vez que olvidó su campera en la plaza, y al volver a buscarla, alguien ya la había colgado cuidadosamente en la reja de su casa.

O el día que casi se cae de la bici por un bache, y justo —*justo*— alguien había dejado una tabla de madera que impidió el golpe.

O cuando, en una salida con sus amigas, un tipo borracho empezó a decirles cosas feas, y de pronto apareció un auto oscuro que se estacionó justo al lado…

El hombre se fue. El auto también.

¿Casualidad?

Y lo más extraño:

Cada vez que se subía al techo a dibujar, sentía… algo.

Un hormigueo. Como si la estuvieran mirando.

—Estoy loca —se decía a sí misma, sacudiendo la cabeza—. Seguro es el estrés. O demasiadas novelas de misterio.

Pero esa sensación…

No se iba.

Y cada vez que algo la salvaba, la cuidaba o aparecía "misteriosamente a su favor", su corazón se aceleraba.

—¿Quién sos? —susurró una noche mirando al cielo.

A lo lejos, una silueta dentro de una camioneta oscura encendía un cigarrillo sin despegar la mirada de ella.

**Él sabía que empezaba a sospechar.

Y eso… le encantaba.**

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