Tres hermanos crecieron escuchando las historias de Aetheria, un mundo mágico que su madre les contaba. Tras su repentina partida y obligados a ir a un orfanato, descubrirán que Aetheria es más que un cuento... es una llave a un destino que nunca imaginaron. ¿Que sucederá con los tres hermanos?
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CAPITULO #3
Después del desayuno, los niños fueron llevados al jardín. Era un espacio pequeño y descuidado, rodeado de altos muros que impedían ver el exterior. A pesar de ello, Eli sintió una chispa de alegría al ver la luz del sol y el verde de la hierba.
La mayoría de los niños se quedaron sentados en silencio, observando el suelo con tristeza. Algunos jugaban a las canicas o a otros juegos sencillos, pero sin entusiasmo. Eli, en cambio, sintió la necesidad de explorar.
Se alejó de los demás y se adentró en un rincón del jardín donde crecían algunas flores silvestres. Las flores eran pequeñas y delicadas, pero sus colores vibrantes contrastaban con la monotonía del lugar. Eli se arrodilló y comenzó a observarlas con atención.
De repente, sintió una presencia a su lado. Era Samuel, que la miraba con curiosidad.
—¿Te gustan las flores? —preguntó Samuel.
—Sí —respondió Eli—. Me recuerdan a mi casa.
—¿Tenías un jardín en tu casa? —preguntó Samuel.
—Sí —respondió Eli—. Era grande y lleno de flores de todos los colores.
Samuel suspiró.
—Me gustaría ver un jardín así —dijo Samuel—. Nunca he visto nada parecido.
Eli sonrió.
—Algún día te lo mostraré —dijo Eli—. Cuando escapemos de aquí.
Samuel la miró con esperanza.
—¿De verdad crees que podemos escapar? —preguntó Samuel.
—Sí —respondió Eli—. Tenemos que creerlo.
De repente, escucharon una voz que los llamaba. Era uno de los guardias, que les indicaba que debían volver al interior.
Eli y Samuel se levantaron y se dirigieron hacia la puerta. Antes de entrar, Eli arrancó una pequeña flor y se la guardó en el bolsillo.
—La guardaré para recordarme que siempre hay esperanza —dijo Eli.
Samuel sonrió.
—Yo también creo en la esperanza —dijo Samuel—. Y creo en ti.
Camine con Samuel, mientras los guardias nos llevaban a todos dentro cuando ví a mis hermanos , me separé de Samuel y fu abrazarlos —Como te fue afuera?— pregunto Ailan
—Nada especial solo, mire las flores silvestres con Samuel — Mire a todo los lados y me muestro la flor que tenía en mi bolsillo
—oigan ustedes dos vallan a ayudar a las maestras y tu niña ven como te llevaré a la sala de estudio con los demás— Mencionó una de las monjas del lugar que se encargaba para cuidar de los niños, Erick y Ailan abrazaron a su hermana
— Pórtate bien ya volvemos — Mencionó Erick, mientras Eli solo asentía
— Está bien vallan hermanos— Dije agarrando la mano de la monja que me llevaba a la sala de estudios
Mientras la monja, una mujer de rostro amable surcado por finas arrugas y un hábito grisáceo que le llegaba hasta los tobillos, la conducía a la sala de estudios, Eli sentía una mezcla de curiosidad y nerviosismo danzando en su estómago. El pasillo olía a cera y a madera vieja, y el sonido de sus pasos resonaba suavemente en el silencio. Al entrar en la sala, Eli observó a los demás niños sentados en mesas de madera desgastada, con la mirada fija en libros de tapas gruesas o escribiendo con plumas de ave sobre pergaminos amarillentos. La luz tenue que entraba por las ventanas altas creaba un ambiente tranquilo y silencioso, casi sagrado.
La monja, cuya voz era suave como el murmullo de un arroyo, la guio hasta una mesa vacía cerca de la ventana y le indicó que se sentara. Le entregó un libro de cuentos con ilustraciones coloridas y le dijo que comenzara a leer. Eli abrió el libro, pero no podía concentrarse. Su mente seguía dando vueltas a las imágenes del jardín con Samuel: las flores silvestres de colores vibrantes, el zumbido de las abejas, el aroma dulce de la tierra húmeda.
Después de un rato, la monja, cuyo nombre era Sol María, se acercó a ella con una sonrisa maternal y le preguntó si necesitaba ayuda. Eli negó con la cabeza, sintiendo un ligero rubor en sus mejillas, y trató de concentrarse en la lectura. Pero era difícil. Las palabras parecían bailar ante sus ojos, formando frases sin sentido.
De repente, sintió un ligero toque en su hombro. Se giró y vio a una niña de cabello castaño y ojos brillantes que le sonreía con dulzura. La niña vestía un sencillo vestido de algodón y llevaba un pequeño colgante de madera en forma de cruz.
—Hola —dijo la niña, con una voz suave como la brisa—. Me llamo Sofía. ¿Eres nueva aquí?
Eli asintió con timidez, sintiendo un nudo en la garganta.
—Sí —respondió Eli, con un hilo de voz—. Me llamo Eli.
—Es un placer conocerte, Eli —dijo Sofía, extendiéndole la mano—. Si necesitas algo, no dudes en preguntarme.
Eli le devolvió la sonrisa, sintiendo un calor reconfortante en su pecho, y estrechó su mano.
—Gracias, Sofía —dijo Eli—. Yo también estoy contenta de conocerte.
Sofía se sentó junto a Eli y comenzaron a hablar en voz baja. Eli le contó sobre sus hermanos, sobre el jardín secreto y sobre las flores silvestres que había recogido. Sofía escuchó atentamente, asintiendo con la cabeza y haciendo preguntas curiosas. Luego, le contó sobre sus propias experiencias en el orfanato: las clases, los juegos, las comidas compartidas.
Poco a poco, Eli se sintió más cómoda y relajada. Se dio cuenta de que no estaba sola. Había otros niños que también habían pasado por momentos difíciles, pero que habían encontrado consuelo y amistad en ese lugar. Juntos, podían apoyarse y ayudarse mutuamente a superar sus miedos y a construir un futuro mejor.
Cuando las niñas salieron de la sala de estudios junto con los demás niños, el bullicio del pasillo las envolvió como una cálida manta. El aire olía a comida recién hecha y a risas contenidas. Eli y Sofía caminaban juntas, hombro con hombro, mientras seguían conversando sobre sus cosas.
—¿Qué te pareció la clase de hoy? —preguntó Sofía, con una sonrisa traviesa.
Eli hizo una mueca.
—Un poco aburrida —respondió Eli—. Prefiero estar en el jardín.
Sofía soltó una risita.
—A mí también me gusta el jardín —dijo Sofía—. Pero las clases son importantes. Tenemos que aprender para poder tener un futuro mejor.
Eli asintió, aunque no estaba del todo convencida.
—Supongo que tienes razón —dijo Eli—. Pero a veces me cuesta concentrarme.
—Lo sé —dijo Sofía—. A mí también me pasa a veces. Pero no te preocupes, yo te ayudaré.
Eli le sonrió a Sofía, sintiendo un profundo agradecimiento por su amistad.
—Gracias, Sofía —dijo Eli—. Eres la mejor amiga que he tenido.
Sofía le devolvió la sonrisa.
—Y tú eres la mejor amiga que yo he tenido —dijo Sofía—. Ahora, ¿qué te parece si vamos al jardín?
Los ojos de Eli se iluminaron.
—¡Sí! —exclamó Eli—. ¡Vamos!
Tomadas de la mano, Eli y Sofía corrieron hacia el jardín, dejando atrás el bullicio del orfanato. El sol brillaba en lo alto, iluminando las flores y los árboles. El aire olía a tierra húmeda y a hierba recién cortada.
Al llegar al jardín, Eli y Sofía se sentaron bajo la sombra de un gran árbol y comenzaron a hablar sobre sus sueños y aspiraciones. Eli le contó a Sofía sobre su deseo de viajar por el mundo y conocer nuevas culturas. Sofía le contó a Eli sobre su sueño de convertirse en maestra y ayudar a los niños necesitados.
Mientras hablaban, Eli y Sofía se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Ambas eran niñas fuertes y valientes, que habían superado muchas dificultades en sus vidas. Ambas tenían un gran corazón y un profundo deseo de hacer del mundo un lugar mejor