Angela, una psicóloga promesa del país, no sabe nada de su familia biológica y tampoco le interesa saber, terminará trabajando para un hombre que le llevara directo a su pasado enterandose la verdad de su origen...
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CAPITULO 14
Desperté con la luz golpeando suavemente las cortinas y el murmullo de la ciudad ya despierta. La primera sensación fue calor. Luego, el peso de un cuerpo pequeño y cálido sobre mi brazo.
Ángela.
Estaba dormida, con su cabeza apoyada en mi pecho, respirando tranquila. Su cabello revuelto rozaba mi mentón. Mi primer impulso fue no moverme. No quería romper ese instante. Me sentía en paz. Por primera vez en semanas. Tal vez meses.
Pero la paz no dura en mi mundo.
Un sonido seco. Tres golpes en la puerta de entrada. Luego una voz reconocible, firme, con autoridad que no admitía negaciones.
—¡Luc! ¡¿Estás en casa?! —Era él. Mi padre.
Me incorporé de golpe, haciendo que Ángela se despertara sobresaltada.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, aún medio dormida.
—Mis padres —dije con voz baja, tensa. Miré el reloj. 8:47 a. m.
Ella se sentó al borde de la cama, alarmada.
—¿Tus padres? ¿A esta hora?
Antes de poder responder, la puerta se abrió sin aviso. Una figura alta y de presencia imponente cruzó la puerta Antonio Vivanco, mi padre, presidente del conglomerado. Tras él, mi madre, impecable como siempre, con el bolso colgado del brazo y el rostro tenso de preocupación.
—¿¡Qué demonios pasó anoche!? —disparó él, apenas sus ojos me encontraron.
Ángela se puso de pie al instante, nerviosa, acomodándose el suéter que llevaba puesto. Mi madre la escaneó de pies a cabeza como si intentara descifrar si debía dirigirle la palabra o ignorarla.
—Papá… —empecé, pero me corrigió de inmediato con el tono de siempre.
—presidente —dijo, seco—. En público, incluso en tu casa, Luc.
Mi mandíbula se tensó. Miré a mi madre, buscando un poco de alivio, pero ella solo suspiró y se acercó con pasos elegantes.
— ¿qué fue todo esto? ¿Por qué los medios dicen que te descompensaste con una mujer en el bar del hotel?
Ángela frunció el ceño, y mi padre alzó una tableta. En ella, un titular:
"El heredero vivanco sufre accidente en bar durante cita con joven empresaria Abigaíl Santander. Fuentes aseguran que fue una reacción al alcohol. La joven, angustiada, recibió ayuda de una empleada que estaba cerca del lugar."
El estómago me dio un vuelco.
—¿Qué…? ¿Qué clase de versión es esa?
Ángela murmuró con rabia contenida:
—La está manipulando. Se está limpiando las manos.
—¿Quién? —preguntó mi madre, con ese tono suave pero filoso.
—Abigaíl —respondí sin rodeos—. Me drogó. Me puso algo en la bebida. Tenía todo planeado, incluso la habitación en ese hotel. Pero Ángela y Daniela estaban ahí. Me ayudaron
Hubo un silencio espeso. Mi padre entrecerró los ojos.
—Ella dice otra cosa. Que fue un malentendido. Que no sabía que eras alérgico al licor que te sirvieron. Y que, por la desesperación, no supo a quién llamar. Según ella, "la empleada". La describe como una mujer muy útil, casi como si…
—miró a Angela— trabajaras para nosotros.
Ángela levantó el mentón, con dignidad.
—No trabajo para usted, señor. Solo estuve ahí por razones personales ayudé a su hijo porque lo conozco. Soy la psicóloga de Mateo
Mi madre la miró con un leve destello en los ojos. No era simpatía, pero tampoco desprecio. Más bien… evaluación.
—¿Tienes pruebas? —preguntó mi padre—. ¿O solo tu palabra contra la de una Santander?
Yo asentí.
—Las tendré. No pienso dejar que esa versión circule.
Mi padre guardó la tableta lentamente. No dijo nada por unos segundos. Luego habló con voz más baja.
—Más vale que tengas cuidado, Luc. No podemos permitir un escándalo. No ahora que firmamos el acuerdo para la remodelación del centro comercial. Los inversionistas no toleran este tipo de "ruido personal" y no se te olvide que puedes perder la custodia de Matt si te vez envuelto con mujeres solo para pasar el rato.
Y sin esperar más, dio media vuelta.
—Ah, y cuando despiertes por completo, pásate por la oficina. Hay detalles que revisar. Que descanses, hijo.
Mi madre se quedó unos segundos más. Observó a Ángela, luego a mí. Y sin decir palabra, solo asintió con la cabeza. Casi como un gesto de advertencia… o reconocimiento. Luego se fue.
El silencio volvió a llenar la habitación.
—¿Así es siempre con ellos? —preguntó Ángela en voz baja.
—Peor —dije con una sonrisa amarga.
Ella se sentó de nuevo en la cama. Me miró, más seria.
—Van a usarme para justificar todo. Para quitarle peso a lo que realmente pasó.
—No lo permitiré —respondí—. Nadie va a manchar tu nombre por cubrir las mentiras de una mujer como Abigaíl.
Luc le pidió a su secretaria que cite a Abigaíl a su oficina, yo sabía que era una mala idea venir desde que Luc me pidió que lo acompañara.
—Quiero escuchar lo que tiene que decir —me dijo, serio.
—¿Y si miente? —le pregunté.
—Entonces lo sabré —aseguró.
Pero lo cierto es que, con personas como Abigaíl, incluso la verdad se puede disfrazar con elegancia.
Nos recibió en el salón privado del hotel con una copa en la mano y su mejor máscara de dulzura. Vestida de blanco, con un perfume sutil y una sonrisa que no tocaba sus ojos.
—Luc… qué bueno verte bien. Me preocupaste tanto —dijo apenas nos vio. Luego, al verme—: Ángela.
Así, sin más. Como si yo fuera una nota al pie.
—Tú sabías lo que hacías —le espeté antes de que Luc dijera algo—. Le pusiste algo en la bebida. Tenías todo preparado.
—¿Perdón? —soltó, fingiendo sorpresa—. Solo celebrábamos un trato. ¿Qué clase de acusación es esa?
Luc levantó la mano. No quería que esto se volviera un enfrentamiento. Quería respuestas.
—Abigaíl… ¿Qué tipo de trago pediste esa noche? —preguntó. Directo.
Ella parpadeó, como si la pregunta no la sorprendiera en lo absoluto.
—Pedí un Piccoli Cocktail de durazno —respondió con tranquilidad—. Es mi favorito.
—¿Sabías que soy alérgico al durazno? —insistió Luc.
Ella puso cara de ofendida.
—Claro que no. Recién te estoy conociendo, Luc. No tengo tu historial médico. Solo pedí la bebida que siempre pido. Tú estabas… distraído con el celular. Yo me tomé la libertad. Pensé que no te importaría.
—¿Y cuándo me descompensé?
—Me asusté. No entendía qué pasaba. Luego… cuando reaccioné, fui a pedir ayuda al bar tender. Fue un accidente, Luc.
Lo dijo tan segura de sí, tan medida en sus pausas, que por un momento… dudé.
Luc desvió la mirada. Pensativo. Dañado. Vulnerable.
—¿Y la habitación que tenías lista?
—No fue para ti. Era para mí. Siempre reservo una por si debo quedarme luego de cerrar tratos largos lo uso para tomar un descanso. Pregunta en recepción si quieres. ¿O también crees que tengo una cueva secreta para emboscar hombres?
Me apreté los labios. Todo estaba tan bien montado… sus verdades a medias eran más efectivas que cualquier mentira burda.
—Tú querías algo más esa noche —dijo Ángela en voz baja.
—¿Y tú no? —me respondió con veneno suave—. Vamos, Ángela. Todos tenemos intereses. Tú también estás bastante cerca de Luc últimamente. No eres una santa.
Luc alzó la voz esta vez.
—¡Ya basta! Solo quiero saber la verdad —dijo Luc.
—La verdad es que fue un accidente —insistió Abigaíl, bajando el tono—. Y que esta mujer —señalándome— está usando eso para desacreditarme. No quiero que haya más problemas, Luc. Podemos dejar esto atrás.
—¿Y lo que dijeron a los medios?
—No dije nada ofensivo. Solo lo que necesitaban saber para evitar un escándalo. Que te descompensaste. Que tuve suerte de que tú… sirvienta… estuviera allí para ayudar.
La palabra “Sirvienta” golpeó a Ángela más que un insulto.
—No soy una sirvienta—aclaré con la voz firme—. Y no necesito una etiqueta para saber cuándo alguien está mintiendo.
Abigaíl se levantó lentamente. Caminó hasta quedar frente a Ángela. Sonrió con la comisura de los labios, sin mostrar los dientes.
—¿Y no es eso lo que eres, Ángela? Una sombra que busca meterse donde no le llaman. ¿Crees que nadie nota lo rápido que te has acercado a Luc? ¿A su familia? ¿A Matt?
—Eso no tiene nada que ver.
—Oh, por favor —susurró, saboreando cada palabra—. Te haces la salvadora, pero eres igual que las demás. Tienes un plan. Meterte en su vida, en su cama… en su fortuna, todas las mujeres de tu clase suelen buscar a Luc solo para eso.
Levanté la mano para abofetearla, pero Luc la detuvo. No con violencia, pero firme. Me miró… y dudó. No de ella. De mí.
—Ángela —dijo en voz baja—. ¿Estás segura de todo lo que dijiste? ¿No te habrás confundido?
Me dolió más que una bofetada. Me separé de él con el corazón latiendo como un tambor.
—¿Tú también dudas?
—No es eso. Es solo que… ella tiene pruebas. Una historia que encaja, ella no sabía y pidió algo al que era alérgico.
—Claro. Ella siempre encaja en todo. —Lo miré con rabia y dolor
—. Pero lo que vi esa noche fue claro. Luc, ella te drogó. Tenía
Una habitación preparada. Yo estuve ahí. No necesitas pruebas si escuchas tu instinto.
Abigaíl no dijo nada. Solo me lanzó una mirada de victoria mientras Ángela se alejaba.
Y esa fue la parte más dura. Que sabía que, por ahora, ella estaba ganando.