La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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la audiencia en el palacio
El castillo del rey se erguía majestuosamente, sus torres y murallas resplandeciendo bajo la luz dorada del sol de mediodía. La piedra caliza de sus muros parecía brillar con un suave resplandor, mientras que las banderas reales ondeaban al viento, con sus colores vivos y orgullosos. La entrada principal, un arco majestuoso flanqueado por dos leones de piedra, y el jardín circundante, lleno de flores y fuentes, agregaban un toque de serenidad y belleza a la imponente estructura.
El marqués descendió del carruaje con un movimiento elegante, ajustando su uniforme militar. El chambelán del rey lo recibió con una inclinación de cabeza y un gesto de bienvenida.
"Señor marqués, es un placer recibirlo en el castillo", dijo, su voz llena de respeto y cortesía. "Su Excelencia lo espera. Por favor, sígame".
El marqués asintió con la cabeza y siguió al chambelán. Pasaron por salones y corredores adornados con tapices y cuadros, hasta llegar a la sala de reuniones.
El rey, sentado en su trono, irradiaba una presencia imponente y autoritaria, llena de confianza y sabiduría. Su cabello, entrecano y bien peinado, enmarcaba un rostro fuerte y decidido, con una mirada enérgica pero benevolente que parecía ver más allá de la sala. A su lado, una joven reina, con su cabello dorado y su piel suave, sostenía su mano con una sonrisa dulce y cariñosa. Su vestido, de un azul ligeramente más claro que el del rey, estaba igualmente adornado con bordados de oro y plata, creando un efecto de armonía y unidad entre ambos gobernantes. Rodeados por sus consejeros y guardias, que se mantenían atentos y respetuosos, el rey y la reina estaban ansiosos por escuchar el informe del marqués sobre la batalla en la frontera y tomar decisiones importantes para el futuro del reino.
Don Rafael se acercó al trono y se inclinó en una reverencia. "Majestad", dijo. "Vengo a rendir cuentas de la batalla de...".
El rey lo interrumpió con un gesto. "Ah, sí. La batalla de la frontera. Ganamos, ¿verdad?".
Don Rafael asintió con la cabeza. "Sí, majestad. Nuestras tropas lucharon con valentía y disciplina. Los enemigos fueron derrotados y nuestra posición en la frontera se ha fortalecido".
La reina consorte se inclinó hacia adelante, su voz melodiosa y suave con un ligero acento extranjero que delataba su origen noble de un país lejano. "Eso es maravilloso, marqués", dijo, su mirada brillante y llena de admiración. "Su liderazgo es verdaderamente inspirador". El marqués se sintió halagado por su aprobación.
Don Rafael se inclinó en una reverencia. "Gracias, majestad. Es un honor servir al reino".
Un noble se levantó de su asiento, interrumpiendo al marqués. "Disculpe, marqués", dijo. "¿Pero cómo es posible que hayamos ganado la batalla si se dice que las tropas enemigas eran superiores en número y fuerza?".
El marqués se volvió hacia el noble, su expresión seria. "Señor conde del Prado", dijo arqueando la ceja. "La superioridad numérica no siempre es un factor determinante en la batalla. Nuestras tropas estaban mejor entrenadas y equipadas, y nuestra estrategia fue más efectiva".
Otro noble se levantó de su asiento, su voz llena de crítica. "Pero, marqués, ¿no se dice que usted ordenó a sus tropas que atacaran a los enemigos sin piedad, sin darles cuartel? ¿No es eso una violación de las reglas de la guerra?".
El marqués se encogió de hombros, su expresión impasible. "Señor duque Montesco", dijo. "La guerra no es un juego de niños. Es necesario tomar decisiones difíciles para proteger la vida de nuestros soldados y asegurar la victoria".
La reina consorte se inclinó hacia adelante, su voz suave. "Marqués, creo que el duque tiene razón. La guerra debe ser llevada a cabo con honor y respeto por la vida humana". Al escuchar aquello, el duque sonrió victorioso. "Sin embargo, como sabemos, nuestro enemigo no hubiera sido benevolente con los sobrevivientes. En algún enfrentamiento contra mi país de origen, ese ejército no dejó un alma en pie en el campo de batalla", continuó la reina. "Por lo que en esta ocasión creo que el marqués actuó correctamente, pero preferiría que, en la medida de lo posible, evite derramar sangre", dijo la reina sonriendo.
El rey se levantó de su asiento, su voz autoritaria. "Basta, señores. El marqués ha hecho un excelente trabajo en la batalla, y su estrategia fue efectiva. No vamos a cuestionar sus decisiones en este momento, y menos cuando logró la victoria en tan poco tiempo".
La sala se quedó en silencio, con los nobles y consejeros del rey intercambiando miradas. El marqués se inclinó en una reverencia, su expresión seria.
"Gracias, majestad", dijo. "Continuaré con mi informe".
Don Rafael frunció el ceño. "La frontera sur es un tema delicado, majestad. Los espías y los mercaderes nos han informado de que el país vecino está reforzando su ejército y preparándose para una posible invasión".
La reina consorte se preocupó. "Eso es grave. ¿Qué podemos hacer para evitarlo?".
Don Rafael se encogió de hombros. "No hay mucho que podamos hacer, majestad. Pero podemos reforzar nuestras defensas también y prepararnos para cualquier eventualidad".
El rey asintió con la cabeza. "Muy bien, marqués. Continúe con su informe".
El marqués continuó con su informe, detallando las medidas que tomaría para reforzar la frontera sur y prepararse para una posible invasión. Los nobles y consejeros del rey escuchaban atentamente, algunos tomando notas y otros haciendo preguntas. La reina consorte se sentaba con una expresión de interés, mientras que el rey lo hacía con una expresión de aprobación.
"Además, majestad", continuo el marqués, "he ordenado que se realicen patrullas regulares en la zona para detectar cualquier movimiento sospechoso. También he establecido un sistema de alerta temprana para que podamos responder rápidamente en caso de una invasión".
El rey asintió con la cabeza, impresionado por la preparación y la planificación del marqués.
Cuando el marqués terminó su informe, el rey se levantó de su asiento y se acercó a él.
"Marqués, su informe ha sido muy completo y detallado", dijo. "Me complace ver que ha tomado medidas para reforzar la frontera y proteger a nuestros ciudadanos. Excelente trabajo".
El marqués se inclinó en una reverencia. "Gracias, majestad", dijo. "Es mi deber proteger al reino y a sus ciudadanos".
La reina consorte también se mostró satisfecha con el informe del marqués.
El marqués se inclinó en una reverencia, agradecido por la confianza que el rey y la reina habían depositado en él.
Con eso, el informe del marqués llegó a su fin. El rey y la reina se levantaron de sus asientos, y el marqués se despidió de ellos con una reverencia.
"Marqués", dijo el rey, "quédese un momento. Quiero hablar con usted sobre algo más".
La reina consorte se levantó de su asiento y se acercó al marqués, su abultado vientre notaba ya los 6 meses del embarazo del tan esperado príncipe. "Marqués, me gustaría que viniera a cenar con nosotros esta noche", dijo. "Queremos celebrar su victoria".
El marqués se inclinó en una reverencia. "Gracias, majestad", dijo. "Me sentiría honrado de unirme a ustedes para cenar. Pero como mis hijos son aún pequeños, preferiría pasar más tiempo con ellos en este momento, antes de regresar a mis deberes".
La reina sonrió comprensiva, acariciando su vientre, y el rey asintió. "Entiendo perfectamente, marqués", dijo. "Pero no queremos que se sienta excluido. ¿Por qué no hacemos una comida familiar el fin de semana en el jardín del palacio? Así, sus hijos pueden asistir y nosotros podemos celebrar su victoria en familia".
El marqués se sintió agradecido por la oferta. "Gracias, majestad", dijo. "Eso sería maravilloso. Mis hijos se sentirían encantados y honrados de asistir".
El rey se acercó al marqués con una sonrisa cálida y amistosa, y le puso una mano en el hombro. "Muy bien, Rafael", dijo, su voz llena de confianza y camaradería. "Ahora, vamos a tomar algo y me cuentas todos los detalles de tus batallas. Quiero saberlo todo, desde la estrategia hasta el último golpe de espada". El marqués asintió con la cabeza, sonriendo también, y siguió al rey hacia una sala del palacio.
Mientras tanto, la reina se despidió de ellos con una sonrisa suave y se dirigió hacia sus aposentos, su cuerpo cansado después de la larga reunión. La fatiga se reflejaba en su rostro, pero su sonrisa seguía siendo cálida y afectuosa. El rey y el marqués continuaron hacia la sala de descanso, para disfrutar de su compañía y compartir historias de guerra y estrategia.
Entre el rey y el marqués había una mezcla única de amistad, lealtad y respeto, forjada a lo largo de años de crecimiento juntos en el palacio. Desde su infancia, habían compartido risas y aventuras, a pesar de las diferencias en su educación y crianza. Cuando el rey ascendió al trono, nombró al marqués como su guardia personal y, debido a su habilidad militar y su lealtad probada, el marqués había salvado la vida del rey de un intento de asesinato. Después de esto, decidió nombrarlo general de las fuerzas armadas del reino, para ayudarlo a proteger y expandir las fronteras, y evitar los ataques enemigos, desarrollando estrategias y políticas que beneficiaban al reino y cuyos métodos fortalecían su amistad y confianza mutua. Por lo que siempre era bien recibido, junto con sus hijos, a compartir tiempo con los reyes.
"Me he enterado de que tienes una nueva institutriz, Rafael", dijo el rey, encendiendo un puro.
El marqués sonrió al recordar a Elaiza y asintió. "Sí, majestad. Eliza Medina, me parece que se llama", dijo recordando su nombre. "Bueno, majestad, ella tiene algunas ideas... interesantes. No estoy del todo de acuerdo con ellas, pero parece que están dando frutos. Los niños la adoran y ya se comportan de manera más civilizada", sonrió al decir esto último.
El rey asintió. "Me alegra saberlo. La educación de los niños es fundamental. Yo no sabría qué hacer en tu lugar".
"La verdad es que yo tampoco sé cómo lo hago", respondió el marqués. "Sabes, mis hijos han estado haciendo de las suyas en mi ausencia", dijo, sacudiendo la cabeza.
El rey se rió y le indicó que se sentara. "¿Qué han hecho esta vez?", preguntó, divertido.
El marqués suspiró. "Han estado haciendo bromas pesadas a la nueva institutriz. Pero debo admitir que ella ha manejado la situación con mucha habilidad", dijo y miró un piano con nostalgia y se encogió de hombros. "Sería más fácil si mi esposa viviera. Meredith era la que se encargaba de los niños, y yo me limitaba a... bueno, a todo lo demás. Pero ahora... ahora tengo que hacer todo yo solo".
El rey observó el piano también y recordó la figura de una joven Meredith, prima en tercer grado de él y de quien el marqués se había enamorado en su juventud. El rey se inclinó hacia adelante, pareciendo interesado.
"Y dime, ¿cómo la conociste?", preguntó intentando cambiar el tema, ya que sabía el dolor que aún sentía su amigo.
"La señora Jenkins la contrató por sugerencia del padre Jonathan, y parece ser una buena elección. Es una joven muy inteligente y capaz. Ha estudiado educación y tiene una gran experiencia trabajando con niños, o al menos eso me han dicho", respondió el marqués, sirviendo un trago para él y otro para el rey.
El rey asintió y recibió su copa. "Es bueno saber que has encontrado a alguien de confianza para cuidar a tus hijos. La familia es lo más importante, después de todo".
El marqués asintió en acuerdo. "Sí, majestad. Mis hijos lo son todo para mí".
El rey sonrió. "Me gustaría conocerla. ¿Es bonita?".
El marqués se encogió de hombros. "No la he observado detenidamente, majestad. Estoy demasiado ocupado con mis deberes como para fijarme en esas cosas". sin embargo al ver la ventana detrás del piano le recordó la discusión del día anterior " pero tiene un carácter fuerte y firme, ha logrado mantenerse inmune cuando la he regañado y aún más se ha podido expresar y convencerme para permitir su método de enseñanza" el rey logró ver una sonrisa en los labios de su amigo.
El rey se rió. "vaya eso es una promesa, no cualquiera logra retarte y menos convencerte cuando crees tener tu la razón" dijo y tomo otro trago de su copa "Bueno, entonces tendré que conocerla yo mismo. ¿Por qué no la traes el día de la comida familiar? Me gustaría ver en persona a aquella que ha logrado encararte".
El marqués frunció el ceño y dudó un momento, pero luego asintió. "De acuerdo, majestad. La traeré. Aunque no sé si ella estará... cómoda en presencia de la familia real, ella no es de cuna noble como el resto de invitados".
El rey sonrió. "No te preocupes por eso. Estoy seguro de que ella estará encantada de conocer a la reina y a mí. Y quién sabe, tal vez incluso podamos ofrecerle un nuevo trabajo cuando nazca el futuro heredero", rió descaradamente, el marqués sabía que aquello era tan solo una broma de su amigo, pero no le agradaba su sentido del humor ácido, se limitó a beber el resto de su copa y a ver el piano