Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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Abrazo de oso
Le conté lo poco que sabía de mi padre, la vida que habíamos tenido mi madre y yo en la ciudad, y cómo todo se había venido abajo después de su muerte. Dana escuchaba con atención, sus ojos llenos de compasión y un amor que me era desconocido, pero cálido. Y cuando ella empezó a hablar, me preparé para oír lo que realmente había pasado.
—Hace unos veinte años, tu padre y yo vivíamos aquí, protegidos por Barret y los otros osos —dijo Dana, sus dedos jugando con una pequeña trenza en su cabello—. Tu padre trabajaba en el bar del pueblo vecino. Todo parecía simple, pero en nuestra vida, las cosas nunca son completamente simples.
Me contó que, por encargo de Barret, mi padre había tenido que ir a la ciudad a buscar a alguien llamado un “tejedor de esencia” para ayudarnos con un problema grave: la purificación del río que era vital para el territorio de los osos. No pude evitar preguntar qué era exactamente un tejedor de esencia, y Dana sonrió con un toque de paciencia.
—Es una explicación complicada, pero digamos que son… hechiceros. Maestros en manipular energías, las nuestras y las del mundo —me dijo, y me prometió que luego me explicaría mejor.
Continuó la historia. Durante ese viaje a la ciudad, mi padre conoció a mi madre. Y al regresar, comunicó que se iría a vivir a la ciudad con ella. En nuestra comunidad, nadie está obligado a quedarse o a dar explicaciones, así que lo dejaron ir, aunque Dana y los demás lamentaron perderlo.
—Unos años después, cuando ya estaba con tu madre, me encontré con él por casualidad —recordó Dana, sus ojos volviéndose más brillantes—. Tú todavía no habías nacido, pero tus padres ya llevaban un tiempo juntos. Le pregunté por qué no le había contado la verdad a tu madre, o si acaso no confiaba en ella. ¿Sabes qué me respondió?
Negué con la cabeza, aunque el nudo en mi garganta me hacía pensar que quizás no estaba listo para escuchar la respuesta.
—Me dijo que tu madre tenía una salud delicada, que los médicos le daban solo unos años de vida —continuó Dana—. Él quería hacerla feliz cada día que le quedaba. Tenía miedo de contarle lo que éramos. Pensaba que la noticia podría asustarla, deprimirla o algo peor. Así que prefirió mantener el secreto, aunque su amor por ella fue evidente hasta el último día.
Sentí un vacío en el pecho. El sacrificio de mi padre no era algo que me esperara, pero también me hacía sentir una ira sutil. Si mi madre vivió hasta mis dieciséis años, ¿había sido todo en vano?
—Mi madre no murió hasta hace una semanas —dije, con la voz quebrada—. Solo empezó a enfermarse después de que papá murió hace tres años.
Dana me miró con una comprensión profunda.
—Nosotros, los cambiaformas, podemos compartir nuestra esencia con nuestros compañeros humanos. Es un vínculo profundo, que les da fuerza y vida casi como la nuestra. Pero eso implica un cambio, un compromiso con nuestra energía. Tu padre no se atrevió a hacerlo porque temía que tu madre no lo resistiera. Pero aún sin hacer el ritual completo, él le daba parte de su energía, lo suficiente para retrasar la enfermedad.
Tragué con dificultad. Todo esto tenía tanto sentido, y al mismo tiempo, era demasiado para asimilar.
—¿Por qué murió entonces? —pregunté, mi voz temblando—. Si era un oso fuerte… ¿Cómo es posible que no resistiera?
Dana suspiró, su expresión llena de un pesar compartido.
—La relación con un humano crea un flujo de esencia. Tu padre daba mucho a tu madre, y ella, sin saberlo, no lo hacia circular. Asi que lo debilitaba poco a poco, él lo hacía por amor. Y aunque vivimos más tiempo que los humanos, no somos inmortales ni inmunes. Tal vez un oso completamente saludable hubiera resistido aquel accidente, pero al estar lejos de la atención médica o de un tejedor de esencia, incluso pereceria.
Sentí un golpe de tristeza en el pecho, pero también una ola de ternura por mi padre. Él había elegido el amor, incluso sabiendo que el precio sería alto. Y ahora, finalmente, entendía por qué siempre había sido tan protector y lleno de vida, como si cada día fuera un regalo.
Dana me tocó la mano con una sonrisa triste.
—Tu padre siempre te amó. Siempre quiso lo mejor para ustedes, aunque eso significara cargar con secretos y sacrificios.
Me quedé en silencio, sintiendo que las piezas de mi vida, aunque rotas, comenzaban a encajar de una manera que finalmente entendía.
Mientras Tobías y yo nos dirigíamos de vuelta a la camioneta, las palabras de mi tía Dana seguían dando vueltas en mi cabeza. Ella había sido amable, cálida, pero debajo de todo eso, había un rastro de resentimiento hacia mi padre. Y no la culpaba. Había sido difícil escuchar cómo él había elegido mantenernos alejados, incluso de su propia hermana. Me quedé en silencio, intentando entender por qué mi padre había tomado tantas decisiones basadas en el miedo, decisiones que nos dejaron a mi madre y a mí sin la protección de la manada.
Le mencioné mis pensamientos a Tobías mientras subíamos a la camioneta. No sabía por qué mi tía no se mostraba más dolida por la muerte de mi padre. Parecía tan tranquila, tan… fuerte. Tobías me miró de reojo, sus ojos observadores captando más de lo que decía en voz alta. Antes de que pudiera responder, Barret, que estaba cerca y había escuchado mis palabras, intervino.
—¿Notaste la tristeza en el ambiente? —preguntó, con su voz profunda y serena.
Pensé por un momento y sí, recordé la sensación. Había sentido algo más en el aire, algo pesado y lleno de emociones. Una mezcla de calma, amor, y sí… tristeza, aunque ella no la mostrara directamente.
—No es que no esté triste —continuó Barret, con esa paciencia sabia que parecía tener—. Es posible que, cuando llegue su compañero y estén a solas, sin que su hija lo vea, tu tía llore y se permita sentir esa pérdida. Pero ella no ha querido transmitirte sus sentimientos para no agobiarte más.
Me sentí inmediatamente culpable por haber pensado que mi tía no sufría lo suficiente. No había entendido que, como osa, tenía un control fuerte sobre lo que compartía con los demás, especialmente con un sobrino al que acababa de encontrar. Me giré hacia Tobías, sintiendo una necesidad urgente de hacer algo al respecto.
—¿Puedo…? —empecé, pidiendo permiso con la mirada.
Tobías asintió antes de que terminara la frase, y salí corriendo de regreso hacia la casa de Dana. El aire frío me llenaba los pulmones, pero ni eso me detuvo. Toqué la puerta, y cuando mi tía abrió, vi que sus ojos estaban rojos. Se notaba que había estado llorando, aunque se había limpiado las lágrimas para no preocuparme.
Sin pensarlo, me lancé a sus brazos, abrazándola con fuerza.
—Lo siento, tía. Estoy feliz de haber encontrado a mi familia —le dije, con la voz temblando.
Ella me abrazó también, sus brazos fuertes envolviéndome como un escudo contra todo lo malo del mundo. Me dio un beso en la mejilla y sonrió, aunque su sonrisa estaba un poco rota por el dolor.
—Regresa pronto, ¿de acuerdo? Tu prima está emocionada por conocerte.
Asentí, prometiéndole que volvería. Luego regresé corriendo hacia Tobías y Barret, con el corazón más ligero, aunque todavía cargado con todas las emociones del día. Barret se despidió de nosotros con otro abrazo, y fue entonces cuando Tobías, que había estado sonriendo mientras observaba, decidió compartir algo conmigo.
—¿Sabes por qué los linces y los lobos nos llevamos tan bien con los osos? —me preguntó, sus ojos brillando con diversión.
Negué con la cabeza, intrigado. Tobías soltó una risa suave.
—¿Has escuchado alguna vez la expresión “abrazo de oso”? —preguntó.
—Sí, claro —respondí, todavía sin entender.
—Bueno, un verdadero abrazo de oso no solo te calma. De alguna forma, te transmite amor y te llena de energía positiva. Es un don único de los osos. Pueden ser increíblemente fuertes, sí, pero su verdadero poder es hacerte sentir mejor solo con un abrazo. Es como… un superpoder natural.
Miré a Tobías, pensando en cómo me había sentido al ser abrazado por Barret y luego por mi tía. Tenía razón. Esos abrazos me habían hecho sentir seguro y querido, como si todas mis preocupaciones se disolvieran un poco. Por primera vez, comprendí lo que Tobías quería decir con que cada especie de cambiaformas tenía algo especial.