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Mariá: Entre Dos Amores

Mariá: Entre Dos Amores

Status: Terminada
Genre:Romance / Fantasía / Comedia / Hombre lobo / Romance paranormal / Harén Inverso / Completas
Popularitas:38
Nilai: 5
nombre de autor: FABIANA DANTAS

MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.

La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.

Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.

NovelToon tiene autorización de FABIANA DANTAS para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 6

Kael

Mis ojos prácticamente quieren salirse de la cara. Empujo a Dylan. Mi mirada sigue a ese mocoso flacucho, tropezando con sus propias piernas, con ese maldito cubo de palomitas. Y, para colmo, sonriendo... para ella.

— ¿Estás viendo esto, verdad? —gruño, entre dientes, sin disimular. —Aquel cuatro ojos de antes, todo sonrisas... para Mariá. ¿Quién se cree que es ese mocoso, eh?

Dylan pone los ojos en blanco como quien ya esperaba mi arrebato. Cruza los brazos, respirando hondo, y me encara de lado, con esa actitud tan correcta suya.

—Sí... lo estoy viendo, Kael. No soy ciego. —Chasquea la lengua, sacude la cabeza y añade, con ese tono irritantemente racional suyo: —¿Y qué tiene de malo? Solo... se tropezaron. Fue un accidente.

—¿Accidente, Dylan? —Suelto una risa seca, incrédulo. —¿Viste su sonrisa? Y ella... ella le devolvió la sonrisa. ¡Lo viste! ¡Ella sonrió, tío!

Siento que se me aprieta el pecho, los celos quemando como ácido. El instinto late, grita dentro de mí, desgarrando mi piel por dentro.

—Esto no está bien —digo, rechinando los dientes. —No está BIEN.

Dylan se lleva la mano a la frente, masajeándose las sienes como si mi existencia fuera un dolor de cabeza crónico.

—Mira... —suspira, cansado. —Concéntrate, Kael. Concéntrate. Tenemos que ir allá adelante a decir unas palabras. Un discurso rápido, sobre lo que este taller representa para nosotros, para la comunidad... esas cosas. Después puedes volver a arrebatarte.

Me mira, serio.

—Y otra cosa... —frunce el ceño, apuntándome con el dedo. —Deja de llamar al chico cuatro ojos. Eso es bullying, imbécil.

Arqueo la ceja, cruzo los brazos y suelto una sonrisa torcida.

—¿Bullying? —suelto una risa burlona. —Ah, vamos, Dylan. Esto es solo... observación de campo. Y, sinceramente, todavía estoy decidiendo si ese mocoso es una amenaza o solo un desastre ambulante.

Él pone los ojos en blanco una vez más, respirando hondo, ya caminando en dirección al escenario improvisado.

—Vamos, Kael. Contrólate... al menos por unos minutos.

Pero mientras camino detrás de él, mis ojos... ah, ellos no se despegan de Mariá. Ni por un segundo.

(...)

Al subir al escenario, siento que mis pensamientos se confunden. Intento concentrarme, respirar hondo... pero es difícil con tantas cosas sucediendo dentro de mí. Sujeto el micrófono con fuerza, miro a Dylan, y hablo bajo, solo para él:

—Déjame empezar a mí, hermano... Por más que creas que soy un idiota sin freno... —respiro, buscando la concentración —...lo sabes. Yo soy el corazón de esto, ¿verdad?

Él sonríe de esa manera que solo los hermanos saben sonreír. Esa mezcla de querer insultarte y abrazarte al mismo tiempo. Su mano revuelve mi pelo, como hacía desde pequeño.

—No creo que seas un idiota... —hace una pausa y arquea la ceja. —Vale, quizás a veces. —Suelta una risita y me aprieta el hombro. —Pero te quiero, cabeza dura. Y sé, sí, que este lugar late tanto en tu pecho como en el mío. El honor es todo tuyo, hermano. Ve allá. Muéstrale a este pueblecito quiénes son los Moraes.

Sonrío de lado, tomo aire y me giro hacia la gente.

—¡Buenas noches a todos! —mi voz resuena firme. —En primer lugar, es un honor tenerlos aquí con nosotros en esta noche tan especial...

—CROK... CROK... CROK...

El sonido irritante de palomitas masticadas invade el salón. Carraspeo, ajusto el micrófono, listo para seguir, y...

—CROK... CROK...

Mis ojos se disparan, barriendo el salón hasta encontrar... a él. El maldito flacucho de las gafas. Sentado, todo despreocupado, feliz de la vida, sumergido en el cubo de palomitas como si estuviera viendo la mejor serie de Netflix.

La rabia golpea... pero junto con ella, esa voluntad incontrolable de provocar.

Aprieto el micrófono, sonriendo, y mando:

—Eh... para el chico de allí, sujetando un cubo de palomitas y con cara de quien nunca ha cogido la mano de una chica... —hago una pausa dramática, mirándolo directamente a él. —¿Puedes parar de masticar justo cuando voy a hablar?

Silencio.

Dylan sisea a mi lado, rechinando los dientes:

—¿Pero qué coño, Kael...? ¡¿Estás loco?!

Entonces dejo escapar la sonrisa, abro los brazos y suelto:

—¡Estoy bromeando, personal! ¡Solo para romper el hielo!

Todo el salón estalla en risas. Incluso el propio chico baja la cabeza riendo, medio sin saber dónde meterse. Miro de reojo y —mierda— veo... a ella. Mariá. Está intentando aguantar la risa, desviando la mirada, pero lo he visto. Lo he visto. Ella ha reído. Y eso... eso vale más que cualquier discurso.

Dylan sacude la cabeza, medio rendido, medio divirtiéndose. Sonreímos cómplices.

Me giro hacia el chico de nuevo, la mente ya hirviendo con una idea que, honestamente, no sé de dónde ha surgido, pero parece perfecta.

—¡Chico! —apunto. Él me mira, abriendo los ojos como platos, nervioso. —¿Cómo te llamas?

Se ajusta las gafas, tartamudea y responde tan bajo que ni un lobo como yo, con audición aguda entendería.

Frunzo el ceño, y suelto:

—¡Habla más alto, noble caballero de las palomitas!

Más risas de la gente.

—Es... Es Léo. Me llamo Léo.

Asiento, sonriendo.

—Perfecto. Ven acá, Léo. Sube aquí con nosotros.

Él mira al señor que está a su lado, que le da ese empujón clásico de padre diciendo "¡anda, chico!". Y allá viene él, medio tropezando, todo nervioso.

Cuando llega al escenario, sujeto el micrófono y empiezo:

—Sabes, si hay algo que define a los Moraes es que... somos osados. Aventureros, quizás. Pero por encima de todo... nos mueve el corazón. —Pauso, mirando alrededor, sintiendo cada mirada. —Fue este espíritu el que nos trajo hasta aquí. MonteSereno no estaba en el mapa de nuestra vida... hasta que lo estuvo. Y de primeras, nos dimos cuenta... este lugar tiene algo diferente. Algo que vale la pena.

Sonrío, ajustando el micrófono.

—Desde pequeño —lo sé, lo sé, parezco tener unos veinte, lo sé— pero desde muy joven, los coches son mi pasión. No solo conducir. Cuidar. Reparar. Hacer que ese motor vuelva a respirar, que ese coche gane vida de nuevo. Es como... ser médico. Pero de acero y goma. —La gente ríe, algunos asienten.

—Por eso nació el taller de los Hermanos Moraes. Un lugar donde cada coche será tratado como merece. Con respeto. Con cariño. Y, claro, con ese toque Moraes de excelencia y aventura.

Miro a Dylan y sonrío.

—Y ahora mi hermano va a decir lo que todo esto significa para él... porque él es el cerebro de este negocio. —Le extiendo el micrófono.

Dylan respira hondo, coge el micrófono y ajusta la postura.

—Bien... —empieza, sonriendo. —Mi hermano prácticamente lo ha dicho todo, como siempre robando la escena. —La gente ríe. —Pero es verdad. Mientras él se lanza a la práctica, yo soy el que analiza, calcula, planea. El tipo que se queda detrás de los papeles, de las cuentas... del mapa de la misión, digamos.

Hace una pausa, mirando al público —e, inevitablemente, sus ojos se cruzan con los de Mariá. Mi corazón se dispara, y sé que el suyo también. Es como si el aire entre nosotros se volviera más pesado. La conexión está aquí, pulsando, viva.

Por un segundo, hasta creo que Dylan va a soltar la verdad aquí mismo. Pero respira hondo, aguanta.

—Así que sí... esto es más que un taller. Es el sueño de dos hermanos locos, que decidieron que no basta con vivir... hay que vivir con propósito. Y queremos que cada persona de esta ciudad sepa: sus coches, sus historias, están en buenas manos.

Me pasa el micrófono de vuelta y, en el mismo momento, jalo a Léo hacia mi lado. Él tropieza, casi se cae, sujetándose de mis brazos.

Lo miro a él, después a Dylan —que ya se da cuenta, por la cara, de que una locura está viniendo.

—Y hablando de historias... quiero hacer una invitación, aquí, ahora. Delante de todo el mundo. Léo. —Me giro hacia él. —¿Quieres trabajar medio tiempo con nosotros? Aquí en el taller de los Hermanos Moraes? Después de la escuela, claro. Sin exageraciones. Solo para aprender, ayudar, crecer... y quién sabe un día... ser más que solo un chico de las palomitas.

Todo el salón contiene la respiración. Léo abre los ojos como platos, traga saliva, y suelta:

—¿En serio...? Yo... me encantaría... pero...

Mira al señor, que sin pensar responde alto, firme, con la voz entrecortada:

—Acepta, hijo. Es mucho más de lo que puedo ofrecerte, recogiendo latas por ahí...

Aquello me da como un puñetazo en el estómago. Trago saliva. La sonrisa tonta que este chico llevaba antes... escondía una batalla mucho mayor de lo que imaginaba.

Sin pensar, me arrodillo. Jalo al chico... y lo abrazo. Apretado. Fuerte. Como quien dice "ahora tú también tienes un hogar aquí".

—Bienvenido al taller de los Hermanos Moraes, chico. Será un honor tenerte con nosotros. —digo, apretando sus hombros.

Dylan viene y le aprieta la mano también, firme, sonriendo de lado.

Levanto la mano de Léo, como quien alza el brazo de un campeón.

—Y con el aval del padre... y la valentía de este chico... ¡oficialmente tenemos nuestro primer asistente! ¡Bienvenido, Léo!

Aplausos. Risas. Y un calor en el pecho que no tiene precio.

Y, en medio de la multitud, mis ojos encuentran los de ella... Mariá. Ella sonríe. Y, tío... eso vale más que cualquier victoria.

Incluso si... el chico que ahora trabaja para nosotros... todavía le haya sonreído antes que yo.

¿Pero sabes qué?

Todo esto está solo comenzando.

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